En mi lejana y turbulenta infancia presencié algunos hechos que permanecen en la memoria. Ahora que me olvido dónde he dejado el reloj que llevo puesto, recuerdo aquella vez que a la puerta de la iglesia dos mujeres se dieron puñetazos cuando recogían de un ... caldero el agua bendita. Todo el mundo procuraba llevar su botella después de que el sacerdote hiciera la cruz con la mano y echara unas gotas con el hisopo, pero los cálculos de la buena gente eran que el agua de la superficie del caldero debía de estar mejor bendita que la que reposaba en el fondo. Que una de las mujeres se colara en la fila lo interpretó la otra como un acto de traición, que restaría eficacia cuando hubiera que derramar unas gotas de la botella en las tierras después de la siembra, para proteger de las torrenteras y el pedrisco. Santa Bárbara bendita, por esta agua líbranos... Algunos decían santa 'válvula', pero la intención era la misma, salvar la cosecha con aquel rociado del agua de don Baldomero, que sustituía los manantiales de Lourdes y la del río Jordán. Mujer contra mujer por el agua bendita. Dos cerebros duros y medievales, y quién sabe si rozando la locura por el fanatismo y el hambre.
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Mis abuelos, con la mejor intención, aportaban opiniones sobre la hidratación de los cuerpos. Mientras mi abuelo cuando yo caía enfermo era partidario de sangrarme, como él había visto hacer en las curas de los antepasados, mi abuela se oponía con todas las fuerzas a que probase el agua en los momentos en que la fiebre subía hasta el delirio. Una hidrofobia que en cierto modo estaba justificada, porque sin ella saber la causa, aquellas fuentes y pozos situados en un nivel inferior a las cuadras vertían el rezume suficiente para las diarreas y el tifus, que algunas veces tumbaban a los más acostumbrados. Por eso, yo aconsejo a los que conmigo van no beber el agua de manantiales, que son filtrados entre caliza de lo que más arriba el ganado, el que aún queda, bebe y estercola. Y quién sabe si algunas mozas casaderas hicieron caso del cantar y bebieron del chorro de Covadonga, por donde sale lo que los rebaños sueltan por la vega de Orandi. No sé si habría casamientos, pero sí seguras diarreas. Podemos hasta desconfiar de lo que la historia cuenta sospechando que es una sarta de mentiras. Al rey Favila por las tierras de Cangas de Onís le señalan una muerte heroica luchando contra un oso, y tal vez la palmó de una cagalera imparable.
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