El miércoles participé en un desayuno informativo en EL COMERCIO. En aquel acto, Marcelino Gutiérrez volvió a transmitirme las mismas impresiones de siempre: ponderación, profesionalidad y una honda, acendrada, bonhomía.

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En la mañana de ayer, cuatro días después, me desperté con el golpe helado, la ... noticia seca y fría, de su fallecimiento. Pasé de la incredulidad y la rabia -¿cómo puede ser la vida tan injusta?- a la tristeza. Si estas palabras pudieran servir de algo, quisiera que confortaran a su mujer, María Luz Ania; a su hija, María Luz Gutiérrez; a su hermana, Ana Vanessa, viceconsejera de Cultura en mi Gobierno; a su madre, Celestina González; a sus demás familiares y amistades y, por supuesto, a todas las personas que trabajan en EL COMERCIO, que son también una extensión de su familia.

Yo no soy periodista. No pretendo arrogarme juicios profesionales, pero sostengo que Marcelino era, es, uno de los grandes. Me baso en algo en apariencia tan simple como el aprecio a la verdad. Ese hombre tímido, respetuoso, entregado en cuerpo y alma al diario, era un apasionado del rigor y la verdad. Pocas cosas le disgustaban más que una información mal trabajada y sin contrastar. En estos tiempos donde tanto menudea la calderilla de las noticias falsas y la apresurada superficialidad de las opiniones poco argumentadas, Marcelino Gutiérrez encarnaba la bandera del periodismo de calidad.

Me cuesta imaginar EL COMERCIO sin Marcelino Gutiérrez. Seguro que es una orfandad compartida por todas las personas que le conocíamos; en especial, por quienes colaboraban a su mando. Me resulta imposible aceptar que ya no escucharé su voz baja y cálida -te abrigaba al hablar- al otro lado del teléfono, comprensivo, amable, dispuesto a atenderte a cualquier hora todos los días del año. La muerte de las buenísimas personas, y el director de EL COMERCIO lo era, sin duda alguna, siempre araña el corazón. Pero también imagino que en estas horas negras ya sabría bien qué hacer, cómo trabajar para preparar el mejor periódico posible. Se lo merece.

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