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Acabas 'Yellowstone' sumido en una suerte de éxtasis. El sofá es un rancho cuajado de verdes praderas, hermosísimos ríos, ingentes manadas de vacas y vaqueros ... a caballo girando sus lazadas al galope. Vistes para la ocasión camisa tejana, pantalones gastados y camperas, con el sombrero calado y la pistola a mano por lo que pueda ocurrir. Mientras la pantalla escupe esa sopa de letras con los títulos de crédito deslizándose en vertical, tu sobrexcitación puede compararse con la del último ascenso del Sporting. Estás superado por los acontecimientos. Montana habita en ti. Llena tus sentidos de sonidos naturales y confunde tu lógica del siglo XXI con la ley del revólver imperante en este cautivador estado donde las leyes van por un lado y la justicia por otro mucho más personal.
Sale 'Yellowstone' a una media de un fiambre por capítulo por aquello de tensionar al espectador. La guerra de fondo, tradición contra progreso, John Dutton contra el mundo, un ranchero enfrentado a mafiosos del ladrillo de todo pelaje, te pone sin duda del lado de Kevin Costner. Pero, bajo esta épica contienda, hay muchas batallas: familiares, territoriales, indios/vaqueros, sentimentales, que llenan de personajes el respaldo, el reposabrazos y la tapicería entera de tu sofá.
Entran ahí en juego, correteando de acá para allá, unos hijos con mucha miga. La guapa-chumeta-lista-excesiva Beth, que escenifica un amor mayestático hija/padre como la vida misma. De sus diálogos con Papá Dutton sale petróleo, sobre todo, en la mesa del comedor y en esa butaca exterior desde donde se divisa un paisaje de ensueño. Kayce juega el papel de hijo desubicado que no acaba de situarse en el mundo, casado con una india (en realidad la actriz es china) que acaba por agotar tu paciencia. Y Jamie (un calco de Marcelino García Toral) es el hijo trajeado, abogado y maldito que tampoco encuentra su encaje en esta familia de rancheros martirizada por una tragedia del pasado. Queda Rip, el encargado, duro, fiel al amo y, cómo no, colgado hasta las trancas de Beth, un tipo que conquista a hombres, mujeres y caballos. Y la habitación de los cowboys, donde siempre hay chispa. Y los malos, malísimos. Y las vacas, los caballos, los rodeos, los vehículos XXL, las serpientes de cascabel y las montañas nevadas, quietas, perennes, convertidas en un personaje capital.
Abducido por este Oeste lleno de belleza, se abre la puerta de la cocina y te dispara un malo. Te ladeas, desenfundas tu colt y lo dejas frito al instante. Tanto capítulo debe servir para algo, te dices mientras soplas satisfecho el humillo del revólver. Uy, es hora de currar. Bajas a la calle y ahí está Mo, el impecable asistente del jefe de la reserva india, esperándote. Quiere llevarte a Paradiso a ver discos. Pero avisan de un tiroteo en Castiello. Ya está liada. ¡Al galope!
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