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Para entender mejor lo que ocurre quizá debiéramos cambiarle el nombre al Sporting. En vez de llamarlo 'club de fútbol' sería más cristalino llamarlo 'empresa de compra-venta de jugadores'. Así estaría todo más claro. Seguiría llenándose El Molinón en los derbis, pero ... tendríamos un poco mejor definido cómo se gobierna el club.
La inminente venta de Jonathan Varane a precio de saldo es solo el último episodio. Cualquiera que aspire a comprar un jugador del Sporting se lo llevará sin problema alguno. Si está Gaspar aún en la plantilla es por su floja segunda vuelta. De haber marcado cuatro goles más habría volado. Y así, de un año para otro, se va media plantilla, entre bajas, ventas y cambalaches varios, vienen otros tantos y a la vuelta de tres o cuatro años no queda prácticamente nadie dando continuidad a un presunto proyecto. Ahora mismo quizá sea Nacho Méndez el único que está en la primera plantilla desde hace más de tres años. Lo demás es un trasiego de idas y venidas. Esta apuesta de cambiarlo todo cada verano (que hacen tantos) algún año tendrá éxito y se subirá a Primera. Pero eso no quiere decir que sea la adecuada. Teniendo una escuela de fútbol como Mareo parece meridianamente claro que el camino debiera ser otro. Pero ya hemos visto que el filial se ha convertido en un laboratorio de jugadores internacionales, en vez de ir dando salida a las promesas de la cantera. Ni en sus dos 'play off' de los dos últimos años fue reforzado con un solo jugador del primer equipo con ficha del filial. Prueba clara del desinterés. O de la nefasta previsión.
Ahora malvendemos a un extraordinario jugador de 22 años, 190 centímetros, bueno en el corte y en el pase, disciplinado, con nombre, gracias a su hermano, y en el peor momento. Pues pese a sus extraordinarias cualidades, que todos hemos visto, viene de ser extrañamente ninguneado por nuestro anterior (y singular) entrenador. No es hora de soltarlo, sino de apostar por él. Con un ascenso a sus espaldas su cotización rebasaría los veinte millones. Pero hay que darle a la ruleta un año más. Ya regalamos a Gragera y a Pedro; dos pivotes que debían haber marcado una década de titulares indiscutibles en el Sporting. Ahora le toca a otro gran centrocampista. Por una ridícula cifra. Así cuesta mucho seguir sintiendo los colores. El fútbol, puro dinero, está cada día más podrido.
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