El correo está felizmente activo en estos últimos días. En lugar de propagandas, burocracias, multas o informes de la comunidad ha venido lleno de gratitudes, como antaño. Un día llega un paquete con regalos procedentes de Ucrania, del que ya hemos hablado. Otro, con un ... extraordinario libro de Alfonso Carlos Saiz Valdivielso, ilustre bilbaíno con pasado gijonés (aquí vivió un tiempo en su juventud) que acaba de publicar 'Infierno helado', un fresco de la irrupción de la guerra civil española en Bilbao escrito como los chorros del oro, como él bien sabe, documentado al máximo y con una singular combinación de un placentero costumbrismo y la desasosegante descripción, fría y fiel, de la barbarie. ¡Impresionante!
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Enlazando más vínculos con tierras vascas, recibes al poco un sobre certificado de la familia bilbaína. En él hay tesoros en forma de viejas fotografías, postales navideñas escritas por tu padre siendo niño (en las cuales trata de usted a sus padres) y algún documento histórico. Una de las imágenes más singulares es la elegida junto a estas líneas donde podemos observar el Muro de San Lorenzo en 1961. Caminan por él, de espaldas, tu abuelo bilbaíno y tu madre, que sale vestida un poco a la antigua, sin apreciarse bien el bellezón que era a sus veinte años. El abuelo había hecho el larguísimo viaje por carreteras terciarias desde la capital vizcaína hasta Gijón para formalizar la petición de mano. Otros tiempos, ciertamente, en todos los sentidos. En lo de pedir mano, en las carreteras, en la indumentaria y también en Gijón. Reconocemos a la izquierda el puente del Piles casi entre tinieblas y al fondo los árboles del Kilometrín, pero no identificamos ni el pavimento del Muro aquel 25 de noviembre de 1961 ni la falta de viviendas a la derecha de la fotografía, donde parecen acumularse montañas de arena, o de tierra, en un paraje sumido en un bucólico abandono. Han pasado 63 años de la instantánea y, curiosamente, al otro lado del Piles, reina, en pleno 2025, un aspecto que sigue dejando mucho que desear.
El abuelo de Bilbao, Marino, fue un extraordinario personaje. Tocaba el violín (sin que le hubiera enseñado nadie), dirigió la banda de música de Orduña, donde había nacido, y acumuló anécdotas a lo largo de su vida como para escribir uno o varios libros. Era célebre, de verbo agudo y geniudo. La petición de mano salió bien. Al año siguiente hubo boda y al otro recibió una llamada emocionada del hijo que le acababa de hacer abuelo.
-¡Ya nació!
-¿Qué es niño o niña?
-Niña, niña.
-¡Qué pena!
Su sentencia sería hoy motivo de cárcel. Entonces solo produjo risas en la familia. Él quería un nieto. Y no era persona de disimular emociones. Como la vida todo lo enlaza, aquel abuelo que tocaba el violín figura en el 'Infierno helado' de Valdivielso. Y su impronta brilla, indeleble, en tu memoria.
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