

Secciones
Servicios
Destacamos
Somos una sociedad madura que no va a renunciar a su estabilidad, ni a defender sus intereses, ni a compartir sus valores. ¿No será que ... ha llegado el momento de consensuar una política de defensa y seguridad común, responsable y generosa? ¿No será, pues, el momento de asumir desacomplejadamente la responsabilidad de nuestra propia seguridad?». Creo que esta pregunta, que formulaba desde una Tercera de 'ABC' en 2017, sigue vigente, aunque cargada ahora de la urgencia que acarrea la imprevisión cuando sucede lo increíble, por indeseable que nos parezca. Es evidente que donde no hay soldados capaces de una disuasión eficaz, no hay paz; donde no hay paz, no hay imperio de la ley, y donde no impera la ley siempre están ausentes la libertad, el progreso material y la justicia. Esta es una verdad incómoda, pero olvidarla es arriesgar lo que merece ser defendido con absoluta convicción e integridad moral: España. Es decir, Europa, nuestra libertad, nuestra concepción dialogada y abierta de la convivencia, nuestros intereses y, en última instancia, nuestras propias vidas.
Es incómodo y triste tener que reconocer que los enemigos de la libertad acechan de nuevo y tener que aceptar que la violencia y la brutalidad habitan, junto con la razón, en el alma humana. Por eso nuestros soldados, quienes se ocupan de disuadir a nuestros enemigos, merecen el reconocimiento y la gratitud que los españoles les tributamos. Si, como dijera Cicerón, somos esclavos de las leyes para ser libres, añadamos sin dudarlo que somos soldados también y precisamente para ser libres.
Disponemos de una industria tecnológica capaz de hacer creíble la disuasión de la que venimos hablando y eficaz la capacidad de nuestros soldados, cuando fuere necesario. Este asunto no permite improvisar si queremos tener un pararrayos fiable y tecnológicamente puntero al alcance de nuestra soberanía estratégica, la propia y la compartida. Aceptar esto es también incómodo para una sociedad acostumbrada a la molicie de la recompensa inmediata y renuente al esfuerzo sostenido; por eso es necesario hablar con claridad y perspectiva. Aceptar la realidad es incómodo, eludirla sería una ceguera suicida y culpable.
La frivolidad con la que acostumbramos a tratar estos asuntos no tiene un pase. Las inversiones en defensa son el precio de nuestra libertad, el presupuesto insoslayable de la estabilidad que requiere nuestra economía y la expresión exacta de nuestro compromiso con los demás, con el mundo. Eludir el pago de esa obligación tiene un altísimo coste de oportunidad. Caben opiniones, pero ninguna broma.
No cuidar el tejido industrial de primer nivel que hemos construido entre todos, en el que además Asturias es destacada protagonista, sería un lamentable error, iría contra la reindustrialización española y europea, tendría consecuencias dramáticas para nuestro empleo y nos privaría del conocimiento tecnológico imprescindible para impulsar nuestra economía, al mismo tiempo que minaría nuestro crédito como nación a la hora de compartir con nuestros aliados las responsabilidades de seguridad que nos atañen y un entorno óptimo para la atracción de inversiones que aprecian la seguridad jurídica a la hora de tomar decisiones. Además, puesto que la realidad es tozuda, acabaríamos teniendo que adquirir en el exterior capacidades que seguramente serían más caras y nunca de vanguardia.
Solo hacen falta políticas industriales adecuadas y una demanda estructurada y suficiente para cumplir todos los objetivos enunciados. Las empresas están comprometidas con el conjunto del futuro industrial español y europeo, lo que viene a ser lo mismo, y con la seguridad nacional. Los nuevos riesgos surgen de desafíos que son globales y demandan integración, no disgregación. Avanzamos con las ideas claras hacia una estrategia europea de defensa, sin dejar por ello de robustecer el imprescindible vínculo transatlántico, y necesitamos que la sociedad española entienda y participe de la necesidad de proteger sus valores e intereses, lo que comporta un esfuerzo que nos atañe a todos personalmente, por más incómodo que resulte.
Nada hay peor que dejarse coger entre dos fuegos coordinados de igual intensidad y falsa apariencia de contradicción, basta con recordar los años veinte del siglo pasado y cuanto vino después. Hace falta estar desavisados para decirnos a los europeos que hemos olvidado la democracia. La Unión Europa puede no ser perfecta, pero es un proyecto por el que sin duda merece la pena trabajar, construido en beneficio de todos y en contra de nadie, y que debemos rematar.
Por mucho tecno-evangelismo y mucha consultoría de pizarrín que nos inunde, hay que entender el alma humana para la que el Derecho no es un estorbo, sino una liberación. Cuando oímos cada vez con más frecuencia, desde ámbitos que siendo aparentemente diversos resultan sospechosamente coincidentes, que los jueces no deben controlar al poder, en particular al poder ejecutivo, debemos prestar atención y precavernos frente a los embaucadores que aprovechando cualquier melodía, como el flautista de Hamelín, dicen llevarnos a un paraíso que puede acabar siendo un infierno.
Como escribió Quevedo, no hemos de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. Qué otra cosa es verdad sino pobreza en esta vida frágil y liviana, dijo también el gran poeta estevado. Todo empieza siempre por arrebatarnos la esperanza, insinuar cínica e insidiosamente que somos los culpables causantes de nuestros males y asegurar que estos no tienen remedio. Pues lo tienen, y el remedio empieza por decir que no a la tentación del fácil utilitarismo y perseverar en la fe en la libertad, que es tanto como decir en la fe en nosotros mismos y nuestras posibilidades.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.