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Cuando algún paisaje natural, por ejemplo, las montañas del Valle de los Cunqueiros, nos abruma, nos inspira y nos invita a ir más allá, a los niños les decimos: ¡Respira hondo! Así el comercio, que fructifica cuando respira hondo libertad.
El comercio sobrevive en medio ... del horror de los afanes. ¿Qué hago para que la gente entre por la tienda? ¿Gustará más esto o aquello, qué pongo en el escaparate? ¿Dónde puede haber un suministrador, un transportista o un embalaje más baratos? ¿Podrían estar quietos un rato los reguladores y dejar de decir hoy una cosa y mañana la contraria? Cómo digitalizo el negocio sin tirar el dinero, ni acabar en medio de un enigmático caos tecnológico, que además me espante la clientela? ¡Menuda factura! Y ahora ¿de dónde saco dinero para devolver el crédito? …etc.
Cada día, el comercio despliega también seducción y simpatía, sugerencias atractivas, novedades imbatibles, y compite con todos y con todo, a lo largo y ancho de este mundo, por vocación y por pura necesidad, dando golpes al aire como un boxeador sonado. El comercio no descansa, porque no le dejan; despliega incesante su vistoso plumaje para proclamar lo último, lo mejor, lo más barato, lo imprescindible, con la ostentosa estrategia del pavo real. La mente comercial es flexible, ágil, oportuna y oportunista. El espíritu del comercio está siempre alerta, siempre prevenido, como la vida misma preparada para la incertidumbre y la sorpresa.
Por eso no es casual, si no de una lógica aplastante, que la Unión Europea empezase siendo un Mercado Común. La atractiva e imprescindible Europa de los ciudadanos, no habría sido sin el precedente de la humilde y pragmática Europa de los mercaderes; la que nos enseñó a compartir el pan, olvidar la guerra y renovar una cultura común de valor universal, arraigada en la filosofía griega, el derecho romano y el alma de Jerusalén. Como tampoco parece casual que las corporaciones de referencia sigan llamándose Cámaras de Comercio, Industria y Navegación, por este orden.
Es sabido que el verano gijonés, como todo el verano español, alcanza su plenitud entre Vírgenes, es decir entre el Carmen y Begoña. Así, coincidiendo con la Feria de Muestras de Asturias, hoy tendrá lugar, en el Palacio de Congresos del Recinto Ferial Luis Adaro, la entrega del XVIII Premio Ateneo Jovellanos, otorgado en esta ocasión al Comercio de la Ciudad de Gijón, iniciativa que cuenta con el patrocinio del Sabadell Herrero y a la que el tiempo y la distancia me impedirán asistir.
El comercio ilumina y vivifica nuestras calles, las humaniza y nos ofrece puntos de referencia para recorrerlas con sentido y delectación; puntos para quedar u orientarnos en el callejero, según nuestros libres gustos y preferencias. En suma, puntos de encuentro y motivos de conversación, a la que en todas sus manifestaciones (chigrera, académica, callejera, con comida o sin ella, al paso, en la playa, en el parque, en el café, todo menos el silencio) tan aficionada es una Villa porfiadora como la nuestra.
Los premios honrados surgen siempre de la admiración por un ejemplo a emular y del afecto fundado en la gratitud. Expresar esa admiración y ese afecto a todos cuantos protagonizan la vida del comercio gijonés se nos antoja tan justo y oportuno, como seguramente escaso. También es verdad que el valor de la admiración y la gratitud no se miden al peso si no por la sinceridad.
Seguramente nadie ha reflejado con más agudeza y ternura que Quino (Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014) el valor del comercio. Su personaje Manolito, inseparable compañero de aventuras de Mafalda, con su pelo de cepillo, su pragmatismo y su fe comercial a prueba de bomba, refleja muy bien el valor del comercio y el espíritu emprendedor de aquellos españoles, entre ellos tantos asturianos, emigrantes en Argentina en busca de una fortuna que aquí les era esquiva por causas ajenas a su capacidad de trabajo, a su inteligencia y a su legítima ambición. Manolito que, en el almacén de coloniales, allá le dicen colmado, de su padre, don Manolo, no deja nunca de explicarnos el valor del esfuerzo y del emprendimiento sin complejos, no se desanima jamás, ni cuando la maestra le envía a su padre una nota en la que le comunica lacónicamente que: «Su hijo no hace los deberes, los perpetra».
En tres viñetas geniales, Quino cierra el elogio del comercio refiriéndose a su ausencia de dogmatismo, bien tan preciado. En la primera, una pared muestra el último ejemplo de la incansable capacidad comercial del perpetrador de deberes. Manolito ha escrito «¿Fideos sin complejos? Almacén Don Manolo». En la siguiente Mafalda, que ha leído el eslogan publicitario, se encuentra con Manolito y le pregunta «¿Así que fideos sin complejos? Decí la verdad, Manolito, ¿Son buenos o malos esos fideos sin complejos?» Y en la tercera y última. Manolito, con la seguridad aplomada de los baqueteados por la intemperie, le contesta «Bueno, son muy así…¡Les importa un pito el qué dirán!».
Felicidades pues al incombustible, al pragmático, al generoso comercio playo, que alegra nuestros días y cuyos cierres sentimos como propios y nos dejan desolados, con la certeza de que sin duda no podían más y la ilusión de que un nuevo cruzado se incorpore pronto a la eterna batalla por la existencia. Y una enhorabuena, grande y especial, de parte de los 'garbanceros del Natahoyo'.
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