Adiós (un rato) a Alfonso Azuara
ARMANDO MENÉNDEZ SUÁREZMÉDICO Y PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN DAF
Sábado, 12 de noviembre 2022, 03:11
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ARMANDO MENÉNDEZ SUÁREZMÉDICO Y PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN DAF
Sábado, 12 de noviembre 2022, 03:11
Hace 40 años, recién llegado de Shanghai y con más entusiasmo que experiencia, recibía yo a mis primeros pacientes. Mi buen amigo y gran profesional, ... Ovidio Céspedes, muy vinculado al Sporting y a la Selección española de fútbol me remitió a Alfonso Azuara, al que le unía la pasión por el fútbol, la medicina deportiva y una amistad que venía de atrás, de la época gloriosa del equipo gijonés. Alfonso arrastraba una enfermedad reumática que le daba mucha lata, siempre le dolía algo al pobre y estaba harto de tanta pastilla. Ovidio, le habló de su amigo recién llegado de la República Popular China quien quizá le podría aliviar algo sus dolores. No lo dudó y vino a verme con una pila de informes médicos de Madrid que me quedaban tan grandes como la bata raída que traje del Hospital Yue Yang donde había trabajado.
A un hombre de la cultura y labia de Azuara no lo convencía cualquiera y no tuve otro remedio que confesar mi ignorancia ante sus males: «Señor Azuara, no tengo ni puta idea» (literal). A lo que él contestó: «Hombre, los sabios de Madrid mire como me dejaron, a ver si uno que no tiene ni puta idea me puede ayudar».
Así empezó una historia de amistad que no acabó el jueves sino que será interminable, como todas las historias de cariño basadas en la autenticidad y en la desnudez de dos personas que comparten sus muchas miserias y pequeñas glorias.
Una de esas glorias fue el tener el honor de que apadrinará a mi hijo Guillermo. Pero hubo muchos momentos especiales que compartimos, yo siempre como alumno. Alfonso no lo sabía todo pero lo «sentía todo y lo daba todo». Mis problemas fueron suyos acompañándome en mis subidas y bajadas como el conductor de una montaña rusa. Nosotros, mi novia y luego esposa, Marian Paredes, le intentamos reconfortar cuando la salud o la «suerte» le abandonaban, pero al final, él era el que nos animaba con una filosofía de vida asombrosa resultado de una educación de la de «antes», donde la verdad y la amistad estaban por encima de todo, y así le lució el pelo en algunas cuestiones de la vida, puesto que no todo el mundo sacrifica su trayectoria profesional por defender lo que cree y lo que ama.
Nos juntamos dos tipos raros (con Ovidio, tres) que en privado lo reconocíamos, y ahora, en público, también. No en balde, esta sociedad convierte en virtud al pecado haciendo buenos a los acomplejados y a los perros verdes. Nos ha dejado, por un rato, porque tanto la vida y como la muerte solo son un rato, el maestro Alfonso Azuara, del que aprendí a no esconder mi verde pelaje y que avergonzó a los que se venden a los dueños del circo mediático del fútbol.
Periodista, abogado, licenciado en ciencias políticas, hijo de un muy humilde minero de Teruel que se fue a Madrid a cursar formación profesional porque el maestro le dijo a su padre, Joaquín, que era muy burro y no podría estudiar una carrera. El maestro solo acertó en lo de burro, porque Alfonso luchó, trabajó y se obstinó como un pollino, como reconocía, pero no por él mismo sino por sus amigos a los que nunca abandonó ni decepcionó.
Mi agradecimiento será eterno, porque tendré la oportunidad de abrazarlo nuevamente como todos los que mueren en esa fe. Y a su esposa, Manuela, le deseo que tanta entrega, tanta lucha al lado de Alfonso, tanto dolor compartido, se conviertan en paz y en esperanza en que no tardando estaremos juntos de nuevo celebrando el triunfo de la verdad, esa verdad por la que Azuara sacrificó la gloria del periodismo a la que estaba predestinado.
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