Urgente Jenni Hermoso: «Sabía que me estaba besando mi jefe y esto no debe ocurrir en ningún ámbito»

Puedo decir que antes del año 2001, aunque convergíamos siempre en el comedor de Ensidesa, lo trataba poco, pero lo admiraba mucho. No era habitual que en su colectivo, quiero decir entre los que habían pasado por la Universidad, comprometieran su vida, y por lo ... tanto su actividad laboral, poniéndose al frente de la lucha obrera. Estoy hablando de Humberto Vallina, un hombre de suave hablar y de un recio posicionamiento cuando había que tomar partido. No le importaba, incluso, como decía el poeta Blas de Otero, tomar partido hasta mancharse. Y eso era ir a contracorriente en la especie de la corbata: los que la llevaban colgada por fuera, que eran la mayoría, y los que la llevaban escondida por dentro, dándoselas de humildes desde sus sillones forrados. Estoy hablando de los años 80 y 90, cuando ya se había hecho la transición en la política, pero cuando todavía quedaban muchos cerebros sin 'transicionar'.

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En el año 2001 fue cuando compartí algunos momentos inolvidables con Humberto Vallina. En la última quincena de junio habíamos escalado el pico Urriello -él, creo que ya lo había hecho antes-, y en la última quincena de julio coincidimos en la aventura de las Dolomitas, donde, aparte de subir las cumbres más elevadas utilizando la 'ferrata', visitamos juntos el museo de la guerra en La Marmolada, situado en la ladera del monte rodeado por el glaciar. Admiramos las botas de esparto y el traje de sarga con que vestían aquellos pobres desgraciados entre 1916 y 1918. El empeño de hacer túneles para sorprender a los prusianos que estaban al otro lado de la cumbre y en el encuentro morir gaseados. Un museo de los horrores, con pertrechos y armas, además de fotografías de cadáveres.

Fueron días inolvidables. En Cortina d'Ampezzo nos sorprendió un terremoto. Pero el verdadero terremoto surgió en Génova, con el asesinato de un manifestante que protestaba contra la cumbre del G8. Carlo Giuliani se llamaba, y Humberto y yo intercambiábamos el periódico italiano donde el jefe de los carabinieri disculpaba los hechos y los políticos callaban. Qué se podía esperar de Berlusconi, Bush, Tony Blair... O Aznar, que no estaba en la cumbre ni se le esperaba. Solo unas palabras confusas de Chirac y, todo hay que decirlo, la condena rotunda de Juan Pablo II. Cuando salíamos en el vaporeto desde Venecia, Humberto apuntó hacia la fachada, delante del cuartel de los carabinieri. Letras tan altas como el edificio: ¡Assassini!

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