

Secciones
Servicios
Destacamos
El poeta gijonés David González (San Andrés de los Tacones, 1964) ha fallecido este lunes después de convivir demasiado tiempo con la voracidad del cáncer. Hace unos días, publicó su último libro, 'La canción de la luciérnaga', y en él dejó escritos sus últimos versos, esos con los que dijo adiós a este mundo, asegurando que «cuando la vida se te pone en contra, pensar en luchar contra ella no es más que otra de sus utopías».
Este poeta maldito, que vivió años de drogas, fiesta y emociones al límite, deja un legado con títulos como 'Sembrando hogueras' (2001), 'Anda hombre, levántate de ti' (2004) y 'Algo que declarar' (2007). Y, en todos ellos, desnudaba sus emociones, las mismas con las que salpicaba sus colaboraciones en revistas y allá donde dejara su impronta. Porque David no solo escribía, también dirigió la colección de poesía Zigurat, del Ateneo Obrero de Gijón.
Tuvo una vida de cultura y convulsiones, en la que hasta pasó por la cárcel por participar en un atraco, y en sus últimos tiempos compartía en sus redes sociales, lo que él llamaba sus últimas palabras. «He pensado mucho en el cáncer y he llegado a la conclusión de que los que tienen que luchar son los médicos. Lo único que podemos hacer los enfermos es resistir a todas las perrerías que vas a tener que soportar a lo largo de la enfermedad», dijo hace unos meses este hombre, que aprovechó sus último días para leer y releer las historias que marcaron su vida.
La crítica enmarca su obra dentro del realismo sucio, de la poesía de la conciencia crítica y de la poesía de la consciencia. Participó en más de cien antologías, desde 'Feroces' (1998) hasta 'Disidentes' (2014), sin olvidarse de las artes audiovisuales, pues protagonizó 'Vocación de perdedor', un documental sobre su vida y obra, que ya siempre formará parte de la memoria colectiva.
En el plano personal, este poeta fue hijo de una familia trabajadora, creció en las calles de Cimavilla y estudió en el colegio público del barrio, el Honesto Batalón. Allí empezó a juntarse con sus primeras malas compañías y entonces sus padres lo llevaron a los Jesuitas, en busca de algo de calma. Pero a David le gustaba la marcha y, a los diecinueve, fue cuando participó en un atraco a una sucursal bancaria, lo que lo llevó a pasar algunos años entre rejas. Fue precisamente así, privado de libertad, como descubrió su vocación poética y empezó a vomitar versos que han sido traducidos a idiomas como el húngaro, el árabe, el portugués, el inglés y el alemán.
Su muerte ha desencadenado la consternación en el mundo cultural asturiano. El escritor y director de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, Miguel Barrero, asegura que fueron «muy amigos durante un tiempo y después la inercia nos distanció». Esa distancia, igualmente, no tuvo nada que ver con el olvido porque Barrero admira a González, un poeta que «deja para la posteridad muchos poemas memorables y deja en mi memoria el recuerdo de noches generosas en risas y confidencias». Para la escritora Cristina Morano, su muerte es la pérdida de un «hermano mayor» y su colega, Patxi Irurzun, anima al gijonés a «volar libre», mientras que promete «leerlo siempre».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.