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Trabajador infatigable, disciplinado, organizado y cercano y «una maravillosa persona». Arturo Muñiz Sopeña, el que fuera regente de EL COMERCIO, falleció ayer unos días antes de cumplir los 98 años. A esta casa, en la que hoy sigue sus pasos su hijo Nacho y también ... trabaja su hija política, Marta, dedicó su vida. Durante varias décadas ejerció como un auténtico «maestro», incluso de varias sagas familiares. Dicen quienes trabajaron codo con codo con él que era «un todoterreno» y en las distancias cortas «muy buena persona, siempre dispuesto a ayudar». Y no lo tuvo fácil.
Como ayer recordaba Julio Maese, director general del periódico durante 34 años, la figura de regente era muy importante. «Como anécdota, Arturo siempre decía que regente tiene las mismas letras que gerente». Participó en la informatización del periódico. «Trabajó con la linotipia y el plomo y pasó a la fotocomposición. Vivió toda la transformación del periódico. Era un veterano, con genio, pero siempre buen talante. Dejó un gran recuerdo entre todos», contaba Maese.
«Su organización especial, que solo conocía él y que funcionaba de maravilla» es uno de los rasgos profesionales que destaca Alfonso de la Plaza Espiniella, que trabajó con Arturo desde 1972 y hasta 1990. Fue el 1 de noviembre de 1990 cuando le llegó la jubilación y sus colegas le hicieron una despedida a quien todos recordaban ayer como «exigente y conocedor del periódico desde todo los rincones». Llegó a tener a su cargo a unos 80 trabajadores cuando su departamento aglutinaba linotipia, teclados, grabado, fotocomposición y rotativa. Todo el proceso pasaba minuciosamente por él. Sabio, lúcido, «profesional como la copa de un pino». Ayer los adjetivos se quedaron cortos al recordarle entre los que fueron sus compañeros y los que sin conocerle escucharon durante años muchas anécdotas.
Su eterno puro, en un tiempo en el que fumar en plena faena estaba permitido, formaba parte de su imagen. Como el lápiz en la oreja para recurrir a él en cualquier momento, ese hombre grande, de pelo blanco y aspecto bonachón, ayudó y encauzó a muchos trabajadores, algunos muy jóvenes y otros más veteranos.
«El taller fue una escuela y él un auténtico maestro». Su afición al ajedrez le convirtió en un asiduo a la tertulia en un rincón del Café Dindurra. El funeral tendrá lugar esta tarde, a las seis, en la iglesia de San Lorenzo.
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