Ramos publicó en sus redes un autorretrato sacado ante un espejo. AFP

Una vida marcada por el acoso escolar y la soledad: así era el asesino de matanza de Texas

Con 18 años, Salvador Ramos sufrió un fracaso vital, con una madre drogadicta, cambios de residencia y conductas agresivas

ANJE RIBERA

Jueves, 26 de mayo 2022, 03:23

Salvador Ramos abandonó en la mañana del martes -última hora de la noche en España- el anonimato en el que se refugió durante toda su adolescencia. A sus escasos 18 años logró una trágica repercusión mundial al convertirse en el autor de la segunda matanza ... más mortífera en EE UU de la última década. Su fama la logró en la Escuela Elemental Robb, en Uvalde, Texas. Allí cursó estudios y el martes volcó todo el odio que acumuló durante años por los episodios negativos que vivió en su etapa formativa.

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Esperó a su mayoría de edad para adquirir la notoriedad que le fue negada en sus años escolares. Lo hizo con las armas que se autorregaló -un rifle semiautomático y una pistola, junto a un chaleco antibalas- el mismo día que alcanzó la mayoría de edad, el 16 de mayo. Actuó como un tirador solitario, como lo era también él, un joven sin apenas amistades que encontraba refugio en las plataformas digitales.

«Era calladito. Y dicen que le gustaba jugar a esos videojuegos de tiros», contaba tras el crimen Eric, vestido con una camiseta, gorra de camuflaje y una pistola en la cintura. Su hijo mayor estudió en el mismo instituto que Ramos. Otras fuentes de Uvalde lo presentan como un joven con perfil complicado, que sufrió acoso escolar por su tartamudez y porque su familia era pobre.

Con cabello castaño que llegaba hasta los hombros, un rostro pálido y apenas expresión, Ramos era dueño de una mirada huidiza, de las que tratan de eludir la realidad y centrar el enfoque en su propio interior. Un excompañero de clase, con el que todavía quedaba para jugar a la Xbox, contaba ayer a la cadena de televisión CNN que en la mente del protagonista de la masacre permanecía esculpido el bullying, en muchas ocasiones violento, que padeció en la escuela, cuando otros niños se burlaban de él por la ropa que vestía. Por eso, dejó de asistir a las clases.

Varios de sus antiguos compañeros, cuatro días antes del ataque, recibieron un mensaje en el que les enseñaba un arma y una bolsa llena de municiones. A la pregunta de para qué tenía ese arsenal, Ramos contestó: «Me veo muy diferente ahora, no me reconoceríais», se describía.

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Sus vecinos lo catalogan como un buen chico y tranquilo, quizá en exceso en opinión de algunos. Todos coinciden en su carácter extraño, aficionado a autolesionarse. Volcaba su ira contra sí mismo.

También había desarrollado comportamientos agresivos, como los que pudo observar a sus padres en su niñez. Si sus relaciones con amigos masculinos eran complicadas, con las chicas eran inexistentes o solo circunscritas a mensajes en sus redes sociales -ahora cerradas-, demasiadas veces inapropiados. A una de ellas la etiquetó junto a las armas con las que cometió el crimen. Lo hizo sobre las 5.43 horas de la madrugada del día de la matanza. Cuando ella le mostró su desagrado y le cuestionó por el significado de aquella imagen, respondió que tenía «un pequeño secreto» que quería contarle. «Estoy a punto. Te lo diré antes de las 11», añadió. Se limitó a decir que salía a «airearse».

Su casa era el segundo infierno de Ramos, de origen latino. Los problemas con la droga de su madre le llevaron a vivir con su abuela, pero tampoco llegó a ser feliz, aunque ella convirtió la educación de su nieto en su única prioridad. Eso no evitó que la anciana fuera su primera víctima. La disparó antes de acudir a la escuela. Pudo resistir, pero anoche su estado de salud era crítico.

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