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Marcos Palacios, Nicolás Martínez, Delfina Menéndez, Miguel González y María del Carmen Obeso.
«Lo más difícil para un padre es  que tus hijos crezcan con angustia»

«Lo más difícil para un padre es que tus hijos crezcan con angustia»

La escasa comunidad asturiana que reside en Niza se muestra conmocionada por un atentado que es «como si pasa en los Fuegos de Begoña»

NOELIA A. ERAUSQUIN

Sábado, 16 de julio 2016, 03:48

Marcos Palacios vio nacer a sus hijas a apenas 300 metros del lugar en el que el jueves se produjo la masacre de Niza. El hospital Lenval se encuentra en el mismo paseo en el que el jueves un hombre embistió con un camión a la multitud y al lado de donde tantas veces contempló con su familia los fuegos artificiales del 14 de julio. Ahora, a este gijonés no se le quita de la cabeza qué podría haber pasado si hubieran estado ahí. «Es como si pasa en los Fuegos de Begoña. Es una de las cosas que más nos choca, que fuera tan indiscriminado. Allí podía haber estado cualquiera», reflexiona aún conmocionado.

Ingeniero informático, Palacios trabaja en la multinacional Amadeus en el parque tecnológico de Sophia Antipolis, donde también se encuentran empresas como Air France, Schneider Electric, Daily Motion o Thales, aunque es la suya la que cuenta con la mayor comunidad española, aproximadamente 150 personas de unas 4.000. Sin embargo, la presencia asturiana se reduce al mínimo. «Sobre todo hay madrileños, catalanes y vascos. Conocí a otro asturiano, pero se fue a Madrid», explica desde su oficina, donde apura los días para cogerse vacaciones. Su mujer y sus hijas están en España desde hace unos días y la noche del jueves decidió no acudir al Paseo de los Ingleses de Niza, donde sucedió la masacre. Hace unos años se mudó a la cercana localidad de Antibes, donde también había un espectáculo pirotécnico y allí pasó la velada. La suerte quiso que algunos amigos de Niza quisieran acompañarle y, con ello, evitaran el atentado.

Su mayor preocupación son sus hijas. Con diez y doce años van comprendiendo lo que sucede y, tras los atentados de París, ya le preguntaron si algo así podía ocurrir en la Costa Azul. «Con aquello ya estaban nerviosas, les dije que no había ninguna razón para que algo así pasara aquí. Lo más difícil para un padre es que crezcan con angustia», señala, preparándose para intentar calmar a las niñas y ayudar a que vivan sin miedo.

De momento cree que ningún conocido se ha visto afectado, pero al ser festivo el jueves, tampoco está seguro. «Al ser puente no se sabe muy bien quién está o no en la oficina», comenta.

En la Costa Azul no hay una gran comunidad española, al menos no como en otras ciudades francesas, y menos aún asturiana. El vicecónsul honorario de España en esta ciudad, Michel Tolosana, no conoce a ninguno y eso que intenta relacionarse lo máximo posible con los expatriados de nuestro país. «Hubo exiliados de la Guerra Civil, después emigrantes en los años 50 y 60 y ahora, sobre todo, el personal de Amadeus o sanitarios y fisioterapeutas», explica sobre los españoles que allí residen, entre los que también se cuentan segundas y terceras generaciones.

Delfina Menéndez y María del Carmen Obeso pertenecen a los asturianos que dejaron el Principado a mediados del siglo pasado, buscando mejores condiciones económicas. La primera, natural de Ciaño, se fue primero a Bélgica y, en 1989, al conocer a su segundo marido, se trasladó a Niza. Con él suele acudir a contemplar los fuegos artificiales, pero este jueves estaba cansada y decidieron volver a casa antes de tiempo. «Estábamos en el Paseo de los Ingleses, porque había música, pero tomamos un cóctel de frutas y a las nueve y media estábamos en casa», afirmó ayer. «Durante el día pensé que era mejor evitar las multitudes, pero no dije nada y ahora mira», añadió. El hijo de su marido es policía y ayer por la mañana le tocó trabajar en la peor jornada laboral de su vida. «Nos contaba que aquello era irreal, que había por el suelo muñecas, zapatos, bolsos... ¡Qué pena lo de los niños!», reflexiona en un discurso en el que intercala la palabra «miedo» en numerosas ocasiones.

A María del Carmen Obeso, de Colombres, el atentado le tocó algo más lejos. Ella y su marido compraron un apartamento a unos veinte minutos en coche, al lado de la playa, en Cagnes sur Mer, y como había puente y en esta localidad adelantaban los fuegos artificiales a la noche del 13 se trasladaron allí el miércoles. Fue poco después del atentado cuando empezó a recibir mensajes que le preguntaban si se encontraba bien. Eran casi las doce de la noche. «Pensé, estos españoles, no saben que en Francia nos vamos antes a la cama». Entonces su marido puso la televisión y fueron conscientes de la masacre. Por suerte, que sepa, ningún conocido resultó herido, pero su vecina sí vivió en primera persona el atentado. «Pasó el miedo de su vida, el camión pasó rozándola y dice que jamás olvidará cómo se llevaba la gente por delante. Fue horrible».

Miguel González es francés y asturiano de segunda generación. Su padre era de Oviedo y su madre del Bierzo, pero él ya nació en París. En la Costa Azul vivió tres años trabajando como carpintero antes de dedicarse a su profesión, arquitécto técnico. Ahora reside en Bayona, pero aún tiene su apartamento en Cagnes sur Mer. «Lo que más me impacta no es la zona, sino que haya sido el 14 de julio, en la Fiesta Nacional, atacan un símbolo, la revolución, el alma de los franceses. Es muy fuerte», cuenta desde Ramales, el pueblo cántabro de su mujer en el que le pilló el atentado. En Niza tenía a sus primos de vacaciones. «Sientes mucho miedo por si fueron a ver los fuegos, pero por suerte no estaban allí», asegura González, que también vivió varios años al lado de la sala Bataclan, atacada por los islamistas en noviembre de 2015.

A Nicolás Martínez el atentado tampoco le cogió en Niza. Este hijo de asturianos estaba en Grado de vacaciones, a 1.300 kilómetros. Sin embargo, gran parte de su familia sí se encontraba en la zona. Según explicó a Gradonoticias.com, el atentado le provocó un enorme «susto», sobre todo, por su hermano, al que tardó media hora en localizar. «¡Qué vamos a dejar a nuestros hijos!», se lamenta. «Soy francés, ese es mi país, pero allí no estoy seguro. Tengo que mirar a los lados», se queja y, aunque espera que se pueda vivir como antes, cree que será complicado volver a la normalidad cuando regrese hoy a casa.

Al jugador del Sporting, Isma López, el atentado también le ha causado una gran conmoción. Hace pocos fines de semana paseaba por el Paseo de los Ingleses junto a su padre. En su cuenta de Twitter colgó una fotografía de la ciudad acompañada por el mensaje «Consternado. Hace unas semanas paseaba por ella como lo hacía mucha gente ayer por la noche. #PrayForNice #Niza». «Al final es lo de siempre, cosas que no te entran en la cabeza», contaba ayer a EL COMERCIO.

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