Roman Korbut frente a uno de los edificios en los que ha rescatado a supervivientes de bombardeos. Zigor Aldama

Ucrania quiere ser el Ave Fénix

Reconstrucción bajo las bombas ·

Acompañamos a rescatadores y a una extensa red de voluntarios en la rehabilitación de viviendas, negocios y escuelas. Más de un millón de ucranianos se ha quedado por ahora sin casa

Zigor Aldama

Domingo, 5 de marzo 2023, 11:50

Hace un año, el 4 de marzo de 2022, un misil ruso cayó en el jardín de Viktoria Nosenko. «Volaron las ventanas y las puertas, así como parte de las paredes del comedor. Afortunadamente no sufrimos heridas y decidimos huir. Todos salvo mi madre, que ... es testaruda y decidió quedarse para evitar que alguien robase», recuerda.

Publicidad

Dos días después, cuando las tropas rusas avanzaron sobre Irpín en su infructuoso intento por tomar la capital de Ucrania, Kiev, Nosenko decidió regresar para llevarse a su madre. Por su voluntad o a la fuerza. «Era imposible salir de la ciudad porque los combates se intensificaron, así que nos escondimos en el sótano de un supermercado», relata.

Nosenko se enteró por las imágenes de un dron que otro misil había acabado por destrozar su casa. Su hijo muestra en el teléfono móvil la fotografía, en la que se aprecia cómo apenas quedaban ya en pie unas paredes de la pequeña vivienda.

Ahora, un grupo de voluntarios de Dobrobat culmina el trabajo que dejaron pendiente los proyectiles rusos y derriba la estructura que se resistió a caer. «No se puede recuperar nada, así que tenemos que retirarlo todo para que se pueda volver a construir de nuevo en el futuro», explica Bohdan Hnatiuk, un corista que se ha reinventado en albañil voluntario.

Publicidad

La de Nosenko es solo una de los miles de viviendas que la guerra ha destruido en Ucrania. «En Irpín, 3.000 han sufrido daños y 1.500 han quedado totalmente destrozadas», informa el alcalde de la localidad, Oleksandr Markushyn, que estima en mil millones de euros el capital requerido para devolver la ciudad a su estado previo a la invasión.

«Hemos diseñado un plan en tres etapas», explica el regidor a este diario. «La primera es reparar las ventanas, que ya se ha completado en un 70% y ha sido clave para facilitar el regreso del 85% de la población; la segunda arrancó a finales del año pasado, contempla realizar obras mayores en los edificios que se pueden rehabilitar, y esperamos que alcance el 40% de los objetivos para primavera; la última fase es la reconstrucción total -de edificios destruidos por completo, como el de Nosenko- y la iniciaremos cuando concluya la invasión», enumera Markushyn. Hasta entonces, Nosenko tendrá que alojarse con unos amigos.

Publicidad

Un país devastado

En todo el país, alrededor de 150.000 edificios han resultado dañados en diferente grado. 18.000 son grandes bloques de viviendas. En total, más de un millón de ucranianos se ha quedado sin vivienda o no puede residir en ella por la situación en la que se encuentra. La vicepresidenta del Banco Mundial, Anna Bjerde, estimó en diciembre que su reconstrucción requerirá una inversión de entre 500.000 y 600.000 millones de euros.

Se trata de una suma que no deja de crecer y que resulta astronómica para un país en vías de desarrollo y con parte de su territorio en ruinas. «Va a requerir un enorme esfuerzo colectivo», avanza Markushyn. «Unicef va a rehabilitar una escuela, la guardería la levantará nuestra ciudad hermana, Cascais, y Letonia ha donado tres millones de euros para otro centro», ejemplifica el alcalde.

Publicidad

Los ucranianos también se han volcado en el trabajo. De hecho, Dobrobat tiene registrados ya 40.000 voluntarios como los que derriban lo que queda de la casa de Nosenko. «Comenzamos a trabajar justo cuando acabó la ofensiva contra Kiev. Tenemos diferentes batallones en las zonas más afectadas del país y gestionamos todo a través de grupos de Telegram», comenta Yuliia Kalynovska, directora de Comunicación de esta ONG que ya ha ayudado a más de 1.650 familias.

La cultura del voluntariado

Entre sus correligionarios hay gente de todo tipo. «Los ucranianos somos conscientes de la necesidad de hacer piña y remangarse, porque sabemos que nosotros mismos podemos ser quienes necesitemos esa ayuda. La guerra ha fomentado la cultura del voluntariado en Ucrania», sentencia Kalynovska, que pone de ejemplo a una artista que estaba exponiendo en la Bienal de Venecia y que ahora repara tejados en Chernihiv. «En zonas como Jersón los voluntarios además corren un gran riesgo porque los bombardeos continúan», añade.

Publicidad

En esas ciudades que aún se encuentran en primera línea de combate, la reconstrucción se mezcla con el trabajo de rescatadores como Roman Korbut, que trabajan justo después de que misiles o proyectiles de artillería hayan caído sobre los edificios. Este corpulento jefe de bomberos desarrolla su labor en la ciudad de Zaporiyia, famosa desde el inicio de la invasión porque en las inmediaciones se encuentra la mayor central nuclear de Europa, ocupada actualmente por tropas rusas.

«Es muy duro. A este edificio llegamos de noche. Estaba envuelto en llamas, medio derruido, y con sus residentes desesperados pidiendo ayuda. Tuvimos que iniciar el rescate sin haber apagado las llamas y sin esperar a saber si la estructura estaba dañada, porque de lo contrario la gente moriría calcinada», recuerda Korbut.

Noticia Patrocinada

Y lo peor no fue eso, sino que los rusos atacaron de nuevo en plena operación de salvamento. «Murió uno de nuestros compañeros, 10 resultamos heridos, y el camión de bomberos quedó destrozado», recuerda. En total, 14 adultos y un niño murieron como consecuencia de aquel ataque cuya estrategia respondió al 'double tap': disparar una vez, esperar a que acudan los equipos de ayuda, y volver a disparar.

Salvados por minutos

A la espalda de Korbut, el edificio aún tiene las cicatrices abiertas. Los voluntarios de Dobrobat han asegurado ya los pilares y han tapiado algunas paredes, pero más urgente es reparar una guardería cercana, en la que las bombas volaron todas las ventanas y parte de las paredes el pasado 10 de octubre. «Afortunadamente, sucedió por la noche y solo estaba el guarda, que no resultó herido. Durante el día teníamos 205 niños dentro. Entre ellos, tres grupos de cero a tres años y ocho grupos de 3 a 7», comenta la directora del centro, Olga.

Publicidad

«Espero que las obras concluyan rápido para que podamos retomar la actividad presencial. Cualquier cosa que suponga volver a la normalidad es un alivio para la población. Aunque estamos cerca del frente, la vida debe continuar», añade. Un par de horas después, con Zaporiyia sumida en la oscuridad a la que condenan los ataques contra la infraestructura energética, las sirenas antiaéreas vuelven a sonar.

Son las mismas que advirtieron a Andrii Razin de que el peligro sobrevolaba su concesionario de Skoda. «El 11 de octubre, a las 6:03 de la mañana, dos misiles rusos S-300 cayeron sobre el edificio», relata.

Publicidad

Se acuerda perfectamente de la hora, porque, si hubiese sucedido 57 minutos después, él habría muerto. «Falleció el guarda», rememora con gesto severo mientras muestra el cráter que dejó uno de los dos proyectiles. Poco queda de su concesionario y no es el único que ha perdido. «Tenía otro en Mariúpol, en una de las calles más castigadas, Azovstalska. Ni sé qué ha podido quedar de él», comenta.

En total, Razin ha perdido los tres millones de euros que invirtió en los negocios. Pero, en vez de hundirse en la desesperanza, ha decidido organizar el grupo de voluntarios de Dobrobat en Zaporiyia.

Publicidad

«Tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano para ayudar a quienes no tienen una red social que les sostenga», expone. No puede vaticinar cuánto durará la guerra, pero cree que Ucrania solo saldrá victoriosa si comienza ya a reconstruir lo devastado, para que la gente pueda volver, la actividad se retome, y se sumen las fuerzas necesarias para que el Ave Fénix alce el vuelo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad