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LUCÍA BARRIO
SOTRONDIO.
Sábado, 12 de marzo 2022, 01:10
Les esperaban sábanas limpias, juguetes para los niños, pollo recién hecho, un montón de ropa para cambiarse y sobre todo los abrazos y las sonrisas de los trescientos voluntarios que habilitaron el colegio San José de Sotrondio como albergue. Los 45 refugiados ucranianos que ... llegaron anoche en el primer autobús fletado por la ONG Expoacción dejan atrás la guerra y empiezan en Asturias una nueva vida. Mañana será otro día. Pero lo que anoche sucedió será para ellos imborrable. «Estoy muy agradecida de que la gente nos acoja así», dice extenuada, pero feliz Masha Shylkina. Masha tiene 14 años y con su testimonio simboliza el sentir de sus compañeros de viaje, mujeres y niños pequeños en su mayoría, que llegan a España y dejan atrás a muchos familiares y todas sus propiedades. También el horror. «Aún recuerdo el sonido de las explosiones por las noches», dice. «No me siento preocupada por mi casa ni siquiera por lo que allí dejé, solo quería que mi familia y yo nos salváramos».
Masha ya conoce Asturias porque es una de las niñas de acogida que disfruta en esta tierra de los veranos. En esa condición vienen muchos de los menores, pero ahora, por las circunstancias, vienen acompañados por sus madres y abuelas. Los hombres se han quedado en Ucrania, como el hermano de 21 años de Dima y Olha. «No le dejaron venir», afirman.
Entre abrazos y lágrimas de emoción, los artífices de esta evacuación organizan los dormitorios. Leen la lista por orden y reparten enseres de higiene personal y mantas. Antes de dejarles solos en esta nueva intimidad, que es su comunidad de refugiados, les leyeron una carta de bienvenida escrita por Laura Fernández, antigua alumna del San José. «Espero que encontréis la paz en este colegio donde crecimos y aprendimos mucho. (...) Ojalá os lleguéis a enamorar de Asturias».
Su mirada y sus palabras en español desde un refugio de Kiev en los primeros días de la invasión rusa conmovieron a todos. Dima Novik estaba entonces en un sótano de su edificio, junto a su madre, hermano y abuela y, ahora, este niño de tan solo once años se encuentra ya a salvo en Asturias, donde se ha reencontrado con su hermana Olha. «No tengo palabras, ¡estoy tan contento!». Es su hermana, que habla perfecto español, quien hace de traductora. Los dos niños no se separan. Tampoco de su madre. Sus padres de acogida Mayte y Rafa no pueden contener la emoción: «Lo hemos pasado fatal estos días, pero ya estamos juntos».
Un colegio convertido en lo más parecido a un hogar. Una comunidad completa, de niños a adultos, volcada en ofrecer el recibimiento más hospitalario posible a quienes huyen de la guerra. Y un trabajo contrarreloj, casi frenético, para que todo esté listo para acogerles tras un largo viaje. «Nunca se había visto algo igual», dicen quienes son testigos de esta ola de solidaridad. Alimentos, medicamentos, habitaciones, ropa, calzado, juguetes. Hasta 300 personas se volcaron para conseguir acoger a cincuenta refugiados y que al llegar a nuestra tierra «se sientan lo mas cómodos posible».
«Si hubiésemos grabado un documental de lo que ocurrió en estos dos días aquí, la gente se sorprendería. Logramos montar una casa en dos días», dice Covadonga Fernández, exdirectora del centro.
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