ANA RANERA
Sábado, 11 de septiembre 2021, 01:33
Jessica Suárez cumplía dieciocho años el 11 de septiembre de 2001. Aquel iba a ser un cumpleaños especial o, al menos, diferente a los anteriores, porque estaba de viaje en Nueva York, gracias a un programa de intercambio que organizaba el insituto gijonés ... Padre Feijoo. Ella no le había dicho a nadie esa mañana que acababa de alcanzar la mayoría de edad, estaba disfrutando ya bastante de la fecha. Para esa jornada, tenían pensado coger un tren que los llevara hasta Manhattan, porque esa noche cenarían en una de las torres gemelas, en el restaurante Windows of the World, pero la mañana empezó con mal pie. Uno de los miembros de la expedición se retrasó y, por su culpa, tuvieron que esperar al siguiente convoy. Esa tardanza pudo haberles salvado la vida.
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«Cuando estábamos llegando en el tren, vimos la humareda. En un principio no sabíamos qué pasaba, se hablaba de que una avioneta se había estrellado contra uno de los rascacielos», rememora Suárez. Nadie sabía nada y, ni mucho menos, nadie pensaba que aquello pudiera ser un atentado terrorista. «En ese momento, la historia todavía tenía el morbo y la gracia de haber sido testigos de ese incendio», recuerda uno de sus compañeros de viaje, Luis Rojo. Pero poco duró esa sensación, algo grave estaba pasando y había que ponerse a salvo. «Decidieron llevarnos a un lugar que alguien consideró seguro, eran una especie de cocheras. Para llegar a ellas, cruzamos Manhattan y, durante esa caminata, vimos ejecutivos cubiertos de polvo y a los bomberos como locos por las calles», relata.
Ya por la televisión, desde su escondite, vieron la caída de la segunda torre y aquello empezó a preocuparles. «En ese momento, empezamos a tener miedo. Pensábamos que íbamos a morirnos allí, yo creía que ese era el comienzo de la tercera guerra mundial», explica Rojo.
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Ese pánico adolescente se repetía a cualquier edad, nunca se había vivido nada igual. Miguel Porrúa estaba esa mañana preparándose para ir a su oficina, en su casa de Astoria, en el barrio neoyorquino de Queens. «No se me olvida nada, lo tengo muy grabado», apunta. La que era entonces su mujer le dijo que su madre la estaba avisando de que las torres gemelas estaban ardiendo y él, incrédulo, encendió la televisión. Aquello no podía estar pasando y no lo creyó hasta que vio, con sus propios ojos, el caos. «Mi trabajo es taba a quince minutos caminando del World Trade Center, así que decidí no ir para allá», explica. Pero a eso de las 10.30 horas, no soportó más el estar en casa y cogió la bicicleta. «Salimos para ver qué pasaba, lo que vimos era a todo el mundo huyendo de la ciudad a pie», cuenta. «Avanzamos hasta los cordones de seguridad y nunca vi nada igual», señala.
«Pude acercarme bastante a la 'zona 0'. Allí estaba todo oscuro, cubierto de polvo, con los policías y los bomberos tratando de respirar», explica Porrúa. «Las caras de todos eran de tragedia», añade. No era para menos: había miles de personas desaparecidas y las líneas estaban colapsadas, lo que se estaba viviendo en Nueva York estaba desatando la histeria mundial y ese caos continuó los días siguientes. «Impresionaba el ambiente de depresión. La ciudad se convirtió en un cementerio, la gente caminaba por las calles con carteles de desaparecidos. Olía a cadáveres», rememora. «Había mucho miedo a que se repitiera. Una ciudad tan viva como Nueva York se volvió depresiva», explica.
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A los chicos del Padre Feijoo, el 12 de septiembre quisieron alejarlos del horror. «Nos llevaron a un lago a relajarnos», indica Rojo. Pero el día 13 volvieron a Manhattan, la vida tenía que continuar. «Fue cuando vimos las heridas. El 11-S fue un disparo que le hicieron a América en el corazón», considera. Ya el día 17, estos estudiantes regresaron a España en uno de los primeros vuelos de Iberia que salieron de allí. «Fue terrible. Hubo tres horas de retraso, el FBI entró en el avión y sacó a dos pasajeros de aspecto árabe, no los dejaron volar. Era de película», cuenta. «Además, nunca viví unas turbulencias como aquellas», añade.
Luis Rojo, después de eso, volvió a Nueva York muchas veces, de hecho, hoy debería estar allí, pero la pandemia se lo impidió. Y Jessica Suárez, que cumple hoy 38, recuerda que aquel día, cuando las torres ardían, confesó que era su cumpleaños y esa noche le compraron una tarta. Fue la esperanza en medio del horror.
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