![Maksym Levytskyi, con su hija Myroslava, protegiéndose de las bombas.](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202203/05/media/cortadas/PHOTO-2022-03-04-14-03-57-k7t-U1601203253854JOE-624x385@El%20Comercio.jpg)
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Son poco más de las nueve de la mañana en Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, asediada por las tropas rusas y sometida a intensos bombardeos desde hace ya demasiados días. Maksym Levytskyi, policía ucraniano integrado en la misión de la Unión Europea que estaba formando a las fuerzas de seguridad y a los funcionarios del sistema judicial en Járkov, rechazó ser evacuado con sus compañeros hacia Polonia. No tuvo dudas. «Me pidieron varias veces que me fuese, pero yo tengo familia aquí. Tengo obligaciones. Nací en Járkov, amo esta ciudad, así que decidí quedarme, como tantos otros, para que la ciudad siguiese viva. Si todos nos vamos, la ciudad se muere», razonaba. Desde las calles de esta urbe de más de dos millones de personas, el agente ya no recuerda exactamente cuándo sucedieron todos y cada uno de los sucesos que nos cuenta. Todos se agolpan en su cabeza, y en su boca, cuando es invitado por ELCOMERCIO.es a contar a nuestros lectores la guerra desde dentro. Lo que sí sabe es que en ese momento regresa de la estación de tren de la ciudad, hasta donde evacuó a un grupo de personas que ha decidio huir hacia el oeste, lejos de los misiles, las bombas, los blindados... Lejos también de la escasez de agua y alimentos, de las sirenas que anuncian los ataques aéreos, del miedo a salir a la calle.
Levytskyi ha sido policía durante16 años en su ciudad natal, y partició en Sudan del Sur en una misión de ayuda de la ONU. Por eso, cuando la Unión Europea puso en marcha su dispositivo en Járkov, contó con él como oficial de entrenamiento. Una pieza clave entre los policías locales y los funcionarios europeos, entre los que estaba el gijonés Karmelo López como jefe de seguridad. Pero todo eso voló por los aires el pasado jueves, cuando Putin ordenó atacar Ucrania. Ahora, como policía, nos cuenta, «intento ser útil para mis vecinos, para la ciudad». Su mujer, Tetiana, también policía, y su hija de cinco años, Myroslava -«su nombre en ucraniano sería algo así como aquella que glorifica la paz»- son ahora su máxima preocupación, así como el resto de parientes y amigos que siguen el país. «Estamos casi todo el tiempo en el sótano, los misiles golpean no solo zonas militares, también la universidad, los edificios gubernamentales y las zonas residenciales. Si tienes suerte y tienes un sótano o garaje profundo y grande se está mejor, pero otros pasan las noches y buena parte de los días en estancias húmedas y lúgubres. Nosotros tenemos un poco de luz, y allí nos sentimos seguros», nos explica. Pero por el día, si no hay bomberdeos, hay que conseguir comida, agua, hay mucha gente ayudando a las autoridades para coordinar las donaciones, hay gente enferma que necesita medicinas como la insulina...», enumera sin cesar. «Somos un montón de voluntarios ayudándonos unos a otros», resume.
A pesar del castigo, que dura ya más de una semana, «Járkov sigue bajo el control de las fuerzas ucranianas, están luchando como fieras para protegernos». A lo largo de estos días, cuenta, «hemos sufrido ataques de misiles y bombardeos, he visto caer cohetes en el centro de la ciudad con mis propios ojos. Esa es la principal amenaza, no siempre se puede garantizar la seguridad y no sabes si un día te va a tocar a ti», reconoce. Las carreteras, puentes y edificios se ven ya muy afectados. Lo que no se ve, tranquiliza, son muchas víctimas. Según los últimos datos de los que disponen han muerto en Járkov hasta la fecha 157 personas, incluidos 100 civiles, cuatro de ellos niños. «No nos acabamos de creer todo lo que nos cuentan, es normal que quieran mantener alta la moral de la gente», analiza. Pero calcula que podrían ser muchas más. «Se está haciendo un gran trabajo para evitarlo. Las ambulancias trabajan bajo el fuego enemigo, esquivando las bombas, los militares también. Son unos auténticos héroes», les agradece. En el centro de Járkov, donde ellos viven, no han visto aún tropas rusas, más allá de «varios blindados que intentaron entrar, pero fueron bloqueados y destruidos por los militares». Eso sí, «escuchamos constantemente las explosiones, más cerca, más lejos, pero no vemos desde dónde nos disparan los obuses», describe.
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No ha sido un día fácil. «Llevábamos dos días sin saber nada de unos parientes, así que me acerqué hasta su vivienda temiéndome lo peor». Al llegar, el horror. «Su edificio estaba destrozado. En dos momentos distintos, dos misiles impactaron contra su casa». Tras entrar en el sótando, donde se refugiaban todos los vecinos, la tranquilidad. «Estaban todos bien, así que les hemos llevado a una zona más segura, más alejada de los proyectiles. A sus dos familiares y a otros dos vecinos que querían irse de allí. Y porque en mi coche no cabían más», se lamentaba. No están para muchos viajes, pues la gasolina escasea. «Tenemos que vigilar por las noches, nos turnamos, para que no nos roben el combustible de los depósitos», reconoce. En caso de necesidad, no siempre se respeta la propiedad ajena. «Muchas casas no tienen electricidad por culpa de los incendios causados por los bombardeos, pero la prioriedad de los bomberos es apagar los cercanos a los hospitales, los que se declaran en las centrales eléctricas, en las torres de comunicaciones, para que la vida dentro de la ciudad sea lo mejor que podamos conseguir. Hay muchos fuegos, pero los bomberos no tienen capacidad para apagarlo todo, hay prioridades. Son unos valientes», nos relata.
Pero siempre queda espacio para el optimismo y la esperanza. «No hay guerra que nunca se haya acabado. Es una situación dura, pero tenemos que tener dignidad y esperanza. Resistiremos», dice convencido el policía. Tras el acuerdo entre los dos paises para abrir corredores humanitarios, «aquí no parece que haya pasado nada». Sí notan los vecinos que se ha reducido la intensidad, «pero estamos aún bajo ataque constante de los enemigos». Como cada vez se va más gente de la ciudad, «la comida está llegando, a pesar de que hay algunas colas, pero no tan grandes como los primeros días». Y es que la gente ya se ha hecho con lo que necesitaba. «Nadie pensaba que esto podría pasar, así que la gente no había hecho acopio», reconocía.
Lo peor sigue siendo la noche bajo el toque de queda, que cambia de horario según está la situación, y es comunicado cada día por las autoridades. «Una noche estuvimos despiertos hasta las 4 de la mañana por el fuerte bombardeo, hacía mucho frío, y tuvimos que dormir en los pasillos. No encendemos las luces por la noche para no servir de blanco. Las autoridades nos dicen en todo momento cómo actuar, se aprecia mucho todo lo que están haciendo. Hay advertencia por medio de sirenas, nos llegan SMS al movil, se avisa por la radio de los ataques aéreos...».
Si hay que buscar algo positivo, cuenta Levitskyi, es el sentimiento de solidaridad y apoyo mútuo. «La mayoría de la gente comparte sus sótanos y se ve la unidad entre los vecinos. En mi edificio muchos no nos conocíamos, y después de estos nueve días somos una gran familia, compartimos todo lo que tenemos, mantas, ropa, agua». En su vecindario más próximo son cerca de cien personas las que viven prácticamente bajo tierra, en los tres sótanos de los tres edificios. «Todos nos cuidamos unos a otros», resume el agente ucraniano, no sin antes enviar un mensaje a los asturianos. «Sabemos todo lo que estáis haciendo por nosotros y sentimos vuestro apoyo. Sabemos que los gobiernos quizás no están haciendo todo lo que se necesita, pero también que la mayoría del mundo nos tiene en sus corazones», decía mientras, por tercera vez, se cortaba la comunicación con Ucrania desde Gijón. «La cobertura va y viene, pero aún funcionan tres compañias y vamos cambiando de móvil o de tarjeta», explicaba. Porque uno de los consejos de las autoridades es comunicarse con familiares y amigos «para informar cada poco de que seguimos vivos». Porque mientras haya esperanza, y aunque no descarta tener que acabar huyendo, Levitskyi seguirá resistiendo en Járkov. Aunque sea el último hombre de la misión de la UE en la ciudad. Esta mañana, la ciudad apareció llena de carteles en lugares emblemáticos que dicen: «Soldado ruso, nadie te ha invitado a venir aquí. Que te den». En la guerra todo vale, dicen.
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