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El parque Sarachane de Estambul vivió su séptima y, quizás, última noche de movilización y la oposición turca afronta ahora una nueva fase de protestas ... por la detención del alcalde Ekrem Imamoglu. Miles de personas acudieron a la cita para mostrar su rechazo a un arresto que consideran una jugada política de Recep Tayyip Erdogan para apartar al popular alcalde del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP) de la carrera hacia la presidencia. La organización internacional Human Rights Watch (HRW) denunció que el arresto supone usar la Judicatura como arma para eliminar rivales políticos. En las próximas horas el CHP elegirá a un nuevo regidor interino para la ciudad más importante del país.
Las movilizaciones en las calles, la huelga indefinida en universidades y la presión económica se han convertido en las armas principales para mantener el pulso a las autoridades, que se enfrentan a la ola de protestas más importante de la última década.
La masiva presencia de fuerzas de seguridad, de uniforme y paisano, permitió a los manifestantes permanecer dos horas frente al ayuntamiento. «No vamos a detener las protestas hasta que se haga justicia en Turquía, cada vez se suma más gente en todo el país y el Gobierno siente la presión, tiene miedo de esta gran oleada social», explica Esra, joven de 27 años que se cubre con un pañuelo, como la mayoría, «porque tienen cámaras por todas partes y te detienen sólo por estar aquí». Ella protesta en Estambul junto a tres amigos, la mayoría de gente que se ve en este parque es joven y el suelo vibra como un terremoto al grito de «Del AKP el que no bote» (AKP son las siglas del islamista Partido de la Justicia y Libertad de Erdogan).
Los ojos y la garganta pican debido a las cantidades ingentes de gas que las fuerzas de seguridad han empleado en este parque en los últimos días. Los vendedores ambulantes ofrecen mascarillas de la época de la pandemia, pañuelos y banderas nacionales. Si con Cenicienta la carroza se convertía en calabaza a la media noche, en Estambul cuando el reloj marca las diez en punto es cuando la Policía carga con material antidisturbios para evacuar la zona. Llegan las carreras, el gas pimienta, los gritos y las detenciones. La cifra de detenidos en la última semana supera los 1.400, entre ellos figuran 7 periodistas que, tras pasar ante el juez, fueron enviados a prisión preventiva.
El ministro de Justicia, Yilmaz Tunç, advirtió que quienes incitaron disturbios tendrán que pagar las consecuencias. «En un estado de derecho, la defensa legal no se ejerce en las calles. Los vándalos que provocaron disturbios están siendo identificados uno por uno. Cualquiera que cometa un delito responderá ante la justicia. Persistiremos en la salvaguardia del orden público», declaró.
Las palabras de Yilmaz no amedrentan a unos manifestantes en cuyo ánimo hay una mezcla de hundimiento y esperanza, por eso piensan seguir movilizándose, aunque no tienen claro el formato y los lugares adecuados. «No tenemos más remedio que seguir en las calles, no nos podemos callar ante este atropello porque Imamoglu era nuestra gran esperanza para el cambio», confiesa Ege, estudiante de la vecina Universidad de Estambul que no ha faltado un solo día a la cita en Sarachane. Las universidades viven una situación de huelga indefinida no oficial.
Ante la fortaleza del sistema levantado por Erdogan y la falta de confianza en las decisiones de la Justicia, la oposición apeló a la economía como forma de presión frente al sistema. El presidente del CHP, Özgür Özel, presente cada noche en Sarachane, llamó al boicot a productos de empresas con buenas relaciones con el Gobierno y elaboró una lista que se hizo viral en redes sociales en la que se incluyen cafeterías, tiendas de electrodomésticos, gasolineras o compañías de comunicación.
Los expertos alertan de que la crisis política ha tenido un efecto directo en la economía turca, con fuga de capital extranjero y un severo descenso de las reservas del Banco Central. La incertidumbre amenaza con socavar la confianza de los inversores y podría provocar una mayor inestabilidad económica, incluyendo fluctuaciones en la lira turca. El euro superó la barrera de las 40 liras.
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