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«Cogí la mano de mi madre con fuerza dentro de ese vagón para animales mientras el resto de mujeres lloraba. Llegamos a Auschwitz en un domingo neblinoso, nos desnudaron y nos pusieron en filas. '¿Qué están buscando?' Pregunté. Rercuerdo los ojos de los alemanes. Mi madre me señaló el humo que salía desde la entrada, sabíamos lo que significaba». Tova Friedman tenía solo cinco años cuando fue internada como prisionera en el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Sobrevivió al hambre y a un viaje a la cámara de gas, el 7 de octubre de aquel año, el único día en que los mecanismos fallaron debido a que otros prisioneros habían detonado un explosivo. Como otros 7.000 presos, ella y su madre fueron liberadas hace 80 años por el ejército soviético. Enfermos y desnutridos, la mitad de ellos fallecería en los siguientes días.
La escena que narra es el proceso de selección entre aptos y no aptos que realizaban los médicos nazis cuando llegaba una nueva remesa de prisioneros. Los segundos, acaban en las cámaras de gas. El valor del testimonio de Friedman es que este lunes lo evocó justo sobre la rampa de entrada al campo donde sucedió, hace ocho décadas, esa escena, y durante la ceremonia de conmemoración que se celebró en el campo de exterminio y que congregó, bajo una enorme carpa, a docenas de jefes de estado y de gobierno en un acto en el que los supervivientes fueron los protagonistas. Debido a la avanzada edad de estos –acudieron unos 50 con edades comprendidas entre los 85 y los más de cien años– sus testimonios se volvieron a convertir en la memoria viva de una época arañada por la crueldad humana en su máxima expresión. Recuerdos condenados a apagarse poco a poco junto a sus vidas.
En la tarde del sábado 27 de enero de 1945, tropas del 60º Cuerpo del Ejército de la URSS entraban en Auschwitz-Birkenau. Los guardianes de las SS, en retirada y cercados por el avance enemigo desde el este de Polonia, habían huido, no sin antes volar las cámaras de gas en un intento de destruir cualquier rastro de sus crímenes. Allí, además del puñado de supervivientes, se hallaron pruebas irrefutables de los crímenes nazis: 837.000 vestidos, (muchos de ellos de talla para niños), 44.000 pares de zapatos y 7,7 toneladas de pelo preparadas en fardos. En total, se estima que por el campo de concentración pasaron unos 1,3 millones de personas entre 1940 y 1945, de los que 1,1 millones fueron exterminadas, mayoritariamente judíos.
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La organización se preocupó de que los verdaderos protagonistas del 80 aniversario de la liberación de Auschwitz fueran los propios supervivientes. 50 de ellos, ataviados con pañuelos de rayas azules y blancas en recuerdo a los uniformes que vistieron asistieron a la ceremonia acompañados de familiares y de psicólogos por el 'shock' que podía suponer volver al recinto. Cuatro de ellos intervinieron para dejar a todos los asistentes y espectadores con el corazón en un puño. «Nos arrancaron nuestra humanidad», lamentó el superviviente de 99 años Leon Weintraub, deportado a Auschwitz con ocho años, en 1944. Él se quedó solo después de que mataran, el día de su llegada, a su madre y a su tía pero logró eludir la muerte. «Sufrí muchísimo, sufría por ese humo negro constante que salía de las chimeneas», recordó. Este lunes, lanzó un advertencia contra los discursos de odio actuales: «Les pido que estén atentos y vigilantes, nosotros los supervivientes entendemos lo que es ser perseguido por ser considerados diferentes. Tomemos muy en serio lo que dicen los enemigos de las democracias. Tenemos que evitar los errores de los años 30 del siglo pasado, cuando no se tomaron en serio a los nazis».
En el centro de la carpa donde se conmemoró la liberación, y bajo el pórtico de entrada, un solitario vagón de tren de mercancías, uno de los tantos vagones de la muerte que entre 1940 y 1945 fueron utilizados por los nazis para trasladar a los judíos deportados al campo de concentración desde los guetos.
Concretamente, se trataba de uno de los que se usaron en la primavera de 1944, en el momento en que el comandante de Auschwitz-Birkenau, Rudolf Hoss, convirtió el campo en una industria del asesinato en el que perdieron la vida, en pocas semanas, de 400.000 judíos húngaros.
Entre los asistentes, la delegación española estuvo encabezada por los reyes Felipe VI y doña Letizia y el ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres. También estuvieran los monarcas de Bélgica, Dinamarca, Países Bajos y Reino Unido –el hecho de que Carlos III desplazara, refuerza la importancia del acto–.
Además, asistieron 20 presidentes o primeros ministros de otros países. No faltó a la cita el jefe del Ejecutivo ucranano, Volodímir Zelenski –sus bisabuelos fueron asesinados en el Holocausto–, cuya asistencia no se confirmó, por motivos de seguridad, hasta el último momento y que recibió una gran ovación al depositar las velas que se usaron como ofrenda a las víctimas.
Entre las ausencias más reseñables, la del presidente ruso, Vládimir Putin, convertido en un paria internacional desde el inicio de la guerra en Ucrania pese a que fueron tropas de su país las que liberaron Auschwitz; o el presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, que prefirió enviar al ministro de Educación, Yoav Kisch. Tampoco asistió Donald Trump, recién proclamando presidente de los Estados Unidos.
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