Estudiantes de la residencia, con Javier Maese a la izquierda, acompañados de refugiados ucranianos. E. C.

Erasmus asturianos convertidos en voluntarios

Los estudiantes asturianos que este año se forman en Polonia son testigos de la llegada masiva de refugiados ucranianos

M. F. Antuña

Gijón

Martes, 15 de marzo 2022, 03:41

De un día para otro, su residencia de estudiantes se ha transformado en una especie de guardería. O más bien en el refugio de mujeres y niños ucranianos que huyeron de Odesa y encontraron un hogar en Katowice. Esta ciudad polaca muy cercana a la ... hermosa Cracovia está situada a algo menos de 300 kilómetros de la frontera con Ucrania y la vida en ella ha dado un vuelco. Allí están Inés González, Javier Maese y Miguel Suárez, tres gijoneses que estudian Economía en la Universidad de Oviedo y a los que este año el programa Erasmus llevó a Polonia, junto a otros 136 alumnos más. Es el segundo destino favorito de los estudiantes asturianos tras Italia.

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A ellos la invasión de Ucrania les pilló muy cerca del horror. Y les ha tocado abrir los ojos y ser testigos de la historia, ponerle un poco de coto a las inexorables e impepinables fiestas y, por supuesto, hacerle hueco en sus vidas a la solidaridad. Como ellos, muchos otros Erasmus de aquí y allá, movilizados en muchos casos para echar una mano.

Inés, Javi y Miguel se toparon hace un par de semanas con las consecuencias de la guerra en su propia casa. Su residencia de estudiantes llegó a un acuerdo con una empresa ucraniana que alquiló las dos plantas superiores para dar cobijo a las familias de sus trabajadores. Son ahora mismo poco más de 200 los estudiantes y algo menos de 300 los refugiados. Y la idílica y despreocupada vida estudiantil ahora es un pelín diferente. «La residencia está petada de niños, están los críos y sus madres y al final, pues claro, nos ponemos a jugar con ellos», relata Javier Maese, que subraya que para ellos el cambio no ha supuesto ningún esfuerzo ni les ha complicado la vida en absoluto. Al contrario, disfrutan de las pachangas de fútbol con los chiquillos que organizan para que no se aburran y lleven mejor el trance. Se programan también para los peques otro tipo de actividades, como proyecciones de películas, en esa residencia que alberga estudiantes de toda Europa y de otros muchos lugares. «Hay uzbecos, nigerianos, franceses, un par de egipcios», señala Maese.

Diego Suárez pasó el sábado y el domingo trabajando en la frontera: «Es bastante impactante»

Más allá de ese día a día inesperado en la que será su casa este curso, está todo lo demás, que se advierte nada más poner un pie en la calle. La estación de tren a la que acuden con frecuencia para irse a Cracovia es ahora diferente a cuando Javi, que tiene veinte años, llegó en septiembre. «Está desbordada, llega un tren y se bajan 200 ucranianos y hay mucha gente que se queda a dormir allí», relata.

Están echando el resto los polacos para atender a sus vecinos, con recogidas de todo tipo de productos para ayudarles y también juguetes para los pequeños, que son una auténtica legión. Y también lo están haciendo los estudiantes Erasmus, que han puesto en marcha diferentes iniciativas. «Hay unos sevillanos que están haciendo una labor increíble, recaudaron más de 18.000 euros y ya salieron varias veces hacia la frontera», señala.

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En la frontera

Quieren ayudar. Como Diego Suárez, gijonés de 20 años, que desde septiembre estudia Ingeniería Informática en Gliwice y que pasó el fin de semana descargando camiones en la frontera de Przemysl. Se pegó un palizón de viaje para llegar a Rzeszów a casa de una amiga. A una hora de allí está ese punto caliente en el que abunda el trabajo para los voluntarios. «Me dijeron que hay una central de voluntarios y allí fuí. Te dan un peto y te ponen a mover cajas, descargar camiones, jugar con los niños, servir comidas... Yo, sobre todo, estuve en el almacén descargando camiones», relata, ya de vuelta a casa. «Aquello era una locura, no sé cuánta gente había, salas inmensas con colchones», revela este gijonés, que planea regresar todos los fines de semana que le sea posible. «Es bastante impactante, pero esperaba que fuese más caótico, no se nota tanto la desesperación porque al final allí los refugiados tienen para dormir, comida y gente llegada de todos los puntos del mundo para ayudarles».

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