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Miguel Pérez
Lunes, 17 de marzo 2025
El presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo ruso, Vladimir Putin, celebran este martes su segunda conversación telefónica sobre la guerra de Ucrania y la ... primera tras la aceptación por Kiev de una tregua de treinta días. La expectación es muy elevada; el contexto, matizadamente distinto al escenario en el que los dos gobernantes se manejaron en la anterior llamada desarrollada el 12 de febrero.
Sobre el terreno, la situación se ha vuelto más complicada para Kiev. Tras su rápido retroceso en Kursk, la línea de defensa sur ucraniana cayó ayer cerca de Zaporiyia después de más de un año de resistencia y abrió la puerta a un avance ruso por el sur del país. En el tablero político también hay cambios. Las comisiones negociadoras han realizado ya varias reuniones que, según la Casa Blanca, registran un «buen avance» mientras Kiev parece rendirse a algunas posibles evidencias hasta ahora impensables: el comisionado del Gobierno Vladyslav Vlasiuk admitió ayer que es «una cuestión de tiempo» que las restricciones económicas occidentales se suavicen, por lo que sugirió que Rusia pueda volver «a los mercados competitivos» a cambio de «una política más o menos normal hacia sus socios y vecinos».
Washington y Moscú llegan a este día con actitudes públicamente diferentes sobre el alcance de la llamada. «Hay muy buenas posibilidades de llegar a un acuerdo. Creo que nos va bastante bien con Rusia», aseguró el líder republicano el domingo. Trump se ha ganado la confianza de un tercio de los rusos para negociar con su presidente, según una encuesta que hace no demasiado arrojaba un grado ínfimo de confianza en una posible relación con EE UU. El Kremlin afronta el contacto con mayor sobriedad. Su portavoz, Dmitri Peskov, limitó ayer sus explicaciones a confirmar la comunicación entre los dos gobernantes. «No vamos a debatir la víspera los temas que se tratarán en la agenda», señaló.
Ni en la Casa Blanca ni en el Gobierno ruso confían en que este martes surja un 'sí' al alto el fuego, aunque con Trump nunca puede darse nada por hecho. Sí se esperan, en cambio, acuerdos alentadores. La importancia radica en los obstáculos posibles de limar. El enviado especial Steve Wiktoff ha informado que, como consecuencia de los contactos entre estadounidenses, rusos y ucranianos, las discrepancias se han «reducido» desde el 12 de febrero. Sin embargo, mientras Trump anunció este domingo que «podría haber una noticia» al término de la conversación, Witkoff consideró que pasarán semanas antes de sellar un acuerdo total de paz. En cualquier caso, su jefe encontrará hoy a su homólgo ruso más receptivo. «Ha demostrado que acepta la filosofía del presidente Trump», reseñó.
El empresario inmobiliario y amigo íntimo del republicano se ha convertido en su principal emisario ante Putin, después de que Moscú rechazara tratar con el general retirado Keith Kellogg, al que considera escorado hacia Ucrania. El veterano militar fue el primer enviado especial de Washington a Ucrania y Rusia y ahora sus funciones se limitan a tratar con la exrepública invadida. Mientras, Witkoff ha añadido el Kremlin a sus funciones anteriores de negociador en Oriente Medio.
Algunos analistas entienden este juego de papeles como una concesión de la Casa Blanca hacia Putin, de forma semejante a la decisión tomada este fin de semana de suspender sorpresivamente a 1.300 empleados de la emisora Voice of America y rescindir los contratos con Radio Free Europe-Radio Liberty y Radio Free Asia. La UE ha mostrado inmediatamente su disposición a financiar la histórica radio con sede en Praga, fundada por EE UU durante la Guerra Fría con el fin de combatir la propaganda soviética. Bruselas advierte que el cierre de este «faro de la democracia» solo beneficiará a «nuestros adversarios comunes». Los medios suspendidos se habían enfocado en los últimos años sobre Rusia, China e Irán.
Putin es un frontón. Pero la nueva Administración norteamericana parece confiar en la bondad de una política de gestos. El líder ruso se ha mostrado hasta ahora maximalista en la negociación. Exige el reconocimiento de las cuatro regiones del sureste ucraniano que su Parlamento ya ha anexionado, el rechazo a que el país vecino ingrese en la OTAN o reciba nuevas armas de Occidente, la negativa a desplegar una fuerza multinacional de paz y la recuperación de los 300.000 millones de activos bloqueados en el extranjero, además del levantamiento de las sanciones. Son esas condiciones las que este fin de semana condujeron a Witkoff y al secretario de Estado Marco Rubio a admitir que la normalización ucraniana difícilmente se resolverá a corto plazo. La conversación de hoy supone en ese sentido una excelente ocasión para atisbar las cartas del contrario.
De Putin siempre se ha dicho que es un estratega cualificado, bregado en las reglas de enfrentamiento y que sabe aprovecharse de la oscura psicología del espía que él mismo fue en la KGB. La excanciller Angela Merkel, que trató en varias ocasiones con el jefe del Kremlin, recuerda sus «juegos de poder» y cómo tan pronto la ensalzaba por su talla política como le hacía esperar a sabiendas de que la dirigente alemana odiaba la impuntualidad.
John Herbst, exembajador de EE UU en Ucrania, sostiene en 'The Moscow Times' que el actual planteamiento del mandatario moscovita alterna los elogios a Trump y su «valentía» para abordar una tregua con la constante interposición de obstáculos que retardan un acuerdo y facilitan a su ejército tomar una posición de fuerza mayor sobre Kiev.
Sin embargo, también Trump tiene su propia táctica. Exhibe cierta complacencia sobre su interlocutor pero al tiempo le ha dejado claro que no aceptará un 'no' a su plan de alto el fuego. La jefa de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, anunció anoche que «nunca hemos estado más cerca de un acuerdo de paz que en este momento» y añadió que el «presidente está decidido a lograrlo».
Por eso, la Casa Blanca estudiará imponer sanciones a Moscú si la llamada con Putin «no sale bien». «Es algo que el presidente ha sugerido y está dispuesto a hacerlo si es necesario», sentenció Leavitt. Entre los analistas presidenciales circula la teoría de que la monumental bronca a Volodímir Zelenski en la Casa Blanca en fechas recientes pudo tratarse en parte de un aviso a navegantes para que Putin supiera como puede resultar de iracundo si le contrarían en el debate ucraniano.
La agenda de la llamada tiene como principal objetivo la «división» de las tierras raras y los recursos energéticos de Ucrania, según ha especificado el propio líder republicano. Algunos yacimientos minerales se encuentran en zonas bajo control de Rusia, que quiere asegurarse también el dominio de los complejos eléctricos que garantizan el suministro a Crimea y las regiones del Donbás anexionadas. Entre ellos figura la central nuclear de Zaporiyia, de gran valor para los dos bandos.
Para Moscú, la autonomía energética es indiscutible de cara a garantizar que Kiev no saboteará en el futuro las líneas y promoverá apagones en Crimea, Donetsk o Lugansk. Ucrania, por su parte, teme que Rusia intente apoderarse de las fuentes energeticas para controlar así el país y su actividad económica. En reiteradas ocasiones ha exigido a los invasores abandonar Zaporiyia para aliviar sus problemas de suministro.
La jornada pondrá de nuevo de manifiesto cómo los máximos dirigentes de las dos superpotencias dejan a un lado a la Unión Europea. En un intento de influir en el proceso, un nutrido grupo de líderes occidentales solicitó ayer a Moscú un alto el fuego «en condiciones de igualdad» con Kiev bajo amenaza de aumentar las sanciones económicas.
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