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Rotulador en mano, Donald Trump firma y firma decretos desde el 20 de enero, el primer día de su segundo mandato como presidente de Estados Unidos. Su rúbrica parece el dibujo de un sismógrafo que no deja de detectar nuevos terremotos. Entre sus dedos, el ... rotulador se transforma en una brocha que en apenas tres semanas ha sacudido tanto al país más poderoso del mundo como al resto del planeta. Bruno Tertrais, prestigioso especialista francés en geopolítica, dice que el líder republicano se comporta en la mesa de negociación como los antiguos dirigentes de la Unión Soviética:«Lo mío es mío; lo tuyo es negociable».
Trump ha reactivado el imperialismo estadounidense. Dice, por ejemplo, que la raya horizontal que hace de frontera con Canadá es «artificial». Amenaza con borrarla de un brochazo y convertir al país vecino en una estrella más de la bandera de EE UU. Su ambición, o avaricia, no se detiene en ninguna parte. No hay muga que le frene. El magnate defiende que el tramo final del siglo XIX fue la época dorada de su país. Y que aquel éxito se basó en el proteccionismo, que hoy quiere aplicar a base de aranceles sobre los productos extranjeros. «Entonces fuimos probablemente el país más rico de la historia», repite. Aspira a repetir el modelo, aunque en este inicio de siglo XXI tiene como gran antagonista a China, un rival que Trump siente siempre al acecho.
10.000 empleados
tiene USAID, la agencia de colaboración internacional que Trump quiere desmantelar.
Rotulando terremotos con sus decretos y decisiones, ha empezado a dibujar durante estas tres semanas un nuevo mundo en el que crece la incertidumbre. Su cambio ha empezado dentro. En Estados Unidos son despedidos los fiscales que se atrevieron a investigar al ahora presidente y se ha ofrecido a dos millones de funcionarios que renuncien a su trabajo a cambio de ocho meses de sueldo (la medida fue luego paralizada por un juez). Se cierran agencias de ayuda y ha comenzado una purga en el FBI y la CIA. Su más íntimo colaborador, el multimillonario Elon Musk, ha metido la tijera en la Administración. Recortes sin cesar. El país más rico no es lugar para pobres.
En el exterior, Trump abandona agencias humanitarias de la ONU. Y reclama Groenlandia, el control del Canal de Panamá y, con los aranceles como amenaza, ha conseguido que México refuerce la vigilancia fronteriza para evitar el flujo de inmigrantes. No los quiere en su país. Ha empezado a deportarlos. Tampoco admite a los transexuales. O eres hombre o mujer. Punto. Eso firmó con su rotulador justo tras la ceremonia de investidura. Esa noche comenzó a reescribir, a todo correr, la historia con un torrente de medidas entre las que destacan las siguientes.
Tras el alto el fuego entre Hamás e Israel sellado días antes de su regreso a la Casa Blanca, Trump sorprendió con una propuesta que nadie esperaba. En su opinión, y ante la destrucción total provocada por las bombas lanzadas por Tel Aviv –muchas de ellas suministradas por EE UU–, la solución ideal sería que los gazatíes se fueran a Jordania y Egipto, y que Washington se encargara de transformar la Franja en una zona turística, la 'Riviera de Oriente Medio'.
Tras casi 500 días de guerra y más de 47.000 muertos entre la población palestina, el presidente norteamericano impulsa el destierro de dos millones de gazatíes. La comunidad internacional, con Naciones Unidas a la cabeza, ha rechazado el plan, que muchos califican como «limpieza étnica». Al igual que en otros temas, Trump pone sobre la mesa una oferta que parece un disparate y que, en realidad, siempre oculta un interés geopolítico o económico.
El diario 'The Times' define a Trump así:«Errático, vanidoso, susceptible e impulsivo». A ese cóctel le añade su carácter vengativo. Le gusta que se inclinen ante él. Ya lo han hecho los gurús de las grandes empresas tecnológicas, los mismos que le menospreciaron durante su primer mandato. Ahora, en apenas unos días, ha conseguido que doblen la rodilla Colombia, México y Canadá. Lo ha hecho a golpe de arancel. Cuando Trump envió un par de aviones con deportados a Bogotá, el presidente colombiano, Gustavo Petro, no permitió que aterrizaran. De inmediato, el magnate impuso aranceles del 25% a todos los productos del país sudamericano. La oposición del antiguo guerrillero Petro se diluyó como un azucarillo en agua. «Todos me decían que iba a ser un desastre –comentó Trump–. Y mira, en una hora estaba todo arreglado. ¿Sabes por qué? Por los aranceles». Su arma preferida. El líder colombiano ofreció su propio avión para recoger a los expulsados.
Con México y Canadá ha funcionado la misma medicina. El anuncio de la aplicación de tasas aduaneras bastó para que tanto Claudia Sheinbaum, presidenta mexicana, como Justin Trudeau, su homólogo canadiense, aumentasen de inmediato la vigilancia en sus fronteras con EEUU para, como exige Trump, controlar el flujo ilegal de personas y el tráfico de fentanilo, la droga que está detrás, según el líder republicano, de la muerte 300.000 estadounidenses cada año. México envió 10.000 soldados a la muga. Ante esa colaboración, Trump ha suspendido un mes los aranceles.
8.000 mexicanos
han sido expulsados de Estados Unidos desde la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Concede una prórroga. Pero no parece que vaya a dar marcha atrás en su política migratoria: ha expulsado ya a 8.000 mexicanos, ha puesto fin a la concesión de ciudadanía estadounidense por derecho de nacimiento y ha acordado con El Salvador y Guatelama el envío a sus cárceles de miles de deportados. Además, ha reabierto la prisión de Guantánamo (Cuba) para albergar a cerca de 30.000 personas.
China es la gran obsesión del inquilino de la Casa Blanca. Por eso reclama el control del Canal de Panamá, construido por Estados Unidos. Incluso dejó entrever la posibilidad de recurrir al ejército. Es su manera de negociar, siempre desde una posición de fuerza. La expansión comercial china a ambos lados del Canal preocupa a Washington. Ante el aviso expansionista de Trump, el Gobierno de José Raúl Mulino ha anunciado que no renovará su acuerdo de la Ruta de la Seda con China cuando expire. Panamá permitirá, además, que los buques de la Armada de EEUU transiten con libertad por el paso. «Han aceptado algunas cosas, pero no estoy contento», avisó Trump.
El miércoles bloqueó con un decreto la entrada de paquetes chinos en suelo norteamericano. Horas después, dio marcha atrás. El magnate preside el país como dirige sus empresas. Toma y daca. Eso sí, siempre con un puñetazo inicial sobre la mesa. Ha impuesto al gigante asiático, el único que no se ha doblegado ante él, aranceles del 10%. Utiliza esa medida económica como un mazo. Tantea a su gran adversario.
Cuentan que mientras observaba un mapa del mundo, Stalin puso un dedo sobre la isla de Ceilán. «¿Qué es esto?», preguntó. «Un Estado independiente», le respondieron. Extrañado, el dictador soviético, dijo: «¿Por qué?». Los imperios tienden a crecer, a la conquista. Trump se siente un emperador. Y no entiende que Groenlandia, una isla tan enorme, vacía, llena de riquezas naturales y situada en la estratégica ruta ártica, sea un territorio autónomo de un país tan lejano y pequeño como Dinamarca.
Ante la intención expansionista de EEUU, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, ha pedido socorro a la OTAN y a la Unión Europea. Pero estos dos organismos mantienen un tono bajo en la respuesta a Trump. Bastante tienen con lo suyo. El presidente americano exige a los socios de la Alianza elevar del 2 al 5% la inversión en gasto militar y está harto del déficit comercial que tiene con la UE. «Veo automóviles BMW y Mercedes en nuestras calles. Sin embargo, los europeos no compran nuestros coches, ni nuestros productos agrícolas. Ponen excusas como el uso de pesticidas. Y no hacemos nada al respecto. No les ponemos aranceles», se queja al hablar de sus tradicionales aliados. En este punto, conviene repasar la historia:EE UU salvó del nazismo a Europa en la II Guerra Mundial, pero sólo decidió intervenir cuando recibió una ataque directo por parte de Japón (Pearl Harbor).
Primero Estados Unidos. Es el lema de Trump. Lo aplica en todo;también en Ucrania. Su antecesor, Joe Biden, apoyó con dinero y armas a Kiev. A fondo perdido. Trump quiere algo a cambio: ha pedido los derechos sobre las tierras raras y yacimientos de litio, fundamentales para las nuevas tecnologías. Ve la geopolítica como un negocio más.
La primera misión que se ha impuesto Trump es acabar con el 'Estado profundo', con la que él considera mastodóntica Administración pública estadounidense. Nada más cruzar el umbral de la Casa Blanca ordenó el envío por correo electrónico de una propuesta de bajas incentivadas para dos millones de funcionarios. Buena parte de los servicios, incluidos los sanitarios, se vieron al borde del abismo. Un juez ha paralizado la medida por ahora. Otra magistrada ha limitado el acceso del equipo de Elon Musk –el encargado de ejecutar los recortes– al sistema de pagos del Tesoro. Con esos datos, el millonario sudafricano quería saber dónde meter la tijera.
2 millones
de funcionarios estadoounidenses han recibido una propuesta pra renunciar a su trabajo.
Trump quiere ajustar la democracia y el sistema a sus intereses. Insistirá pese a los obstáculos judiciales. Mientras busca la manera de aplicar esas medidas y planea recortes en el departamento de Educación, ha iniciado una purga en el FBI y la CIA. Ha indultado también a los alborotadores que irrumpieron en el Capitolio en enero de 2021 durante aquel intento de golpe de estado tras la derrota electoral ante Joe Biden.
No para. Acaba de iniciar el desmantelamiento de USAID, la agencia federal de cooperación al desarrollo internacional. De 10.000 empleados pasará a tener apenas 600 (la justicia ha congelado también la orden). Este organismo destinaba cada año 44.000 millones de dólares para proyectos de ayuda humanitaria. Millones de personas se quedan ahora sin ese sostén. Trump se propone gastar menos en bienestar social dentro de EE UU y mucho menos en ayuda exterior. Así podrá bajar los impuestos.
Durante la campaña electoral, Trump dejó claros sus objetivos, entre ellos, «mantener a los hombres fuera del deporte de las mujeres». Se refería a los transgénero. Ya en la Casa Blanca ha firmado un decreto titulado 'Sin hombres en deportes femeninos'. «No permitiremos que los hombres golpeen, hieran y engañen a nuestras mujeres y niñas. A partir de ahora, los deportes femeninos serán solo para ellas», zanja fiel a su manera de ver la cuestión de género. En su opinión, sólo hay dos:masculino y femenino. Tampoco quiere 'trans' en el ejército.
Verano de 2018, con Trump en su primera presidencia. «Nos vamos...». El republicano le soltó esa orden a uno de sus asesores de seguridad. Quería irse de la reunión de la OTAN y también de la Alianza, cansado de que los otros miembros no aportaran los fondos exigidos. Al final, sus colaboradores le contuvieron. Ahora, en su segundo mandato, se ha rodeado de personajes como Elon Musk que, en lugar de frenarle, le animan a romper con todo.
Así, en menos de tres semanas, EE UU ha abandonado la Organización Mundial de la Salud y agencias humanitarias de la ONU (se va del Consejo de los Derechos Humanos y ha vetado los fondos destinados a la UNRWA para los refugiados palestinos). También va a revisar la financiación norteamericana de Naciones Unidas.
Y ha anunciado que sancionará al personal del Tribunal Penal Internacional (La Haya) que investigue a ciudadanos de EE UU o sus aliados, incluido Israel. Esta Corte ha emitido una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu. El primer ministro hebreo es un gran amigo de Trump, el mandatario que en menos de tres semanas se ha convertido en el eje sobre el que orbita el mundo. Hasta ha hecho un testamento público por si sufre otro atentado:ha dejado instrucciones para aniquilar Irán si es asesinado. Y si no le pasa nada en estos cuatro años al frente del país, incluso podría presentarse a un tercer mandato. Lo dijo en tono de broma porque es algo no contemplado en la Constitución de EE UU, pero vistos estos veinte días en los que le ha dado la vuelta al mundo... Todo puede cambiar.
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