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En Iowa en los años 30, George Gallup, pionero de la demoscopia, llegó a una conclusión innovadora entonces: «No es necesario sacar toda la sangre de un cuerpo para poder analizarlo de forma certera. Por lo mismo, no es necesario interrogar a todo el mundo ... para obtener una muestra rigurosa de la opinión pública», dijo al diario Des Moines Register, cuyos sondeos políticos son, desde hace cuatro décadas, los más esperados de la carrera presidencial.
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Mercedes Gallego
Mercedes Gallego
El que publicó el sábado por la noche, sobre la intención de voto de quienes acudirán este lunes a las asambleas ciudadanas de los caucus, era también la última esperanza de los que confiaban en que los votantes de Iowa darían la vuelta a las encuestas para rechazar la vuelta de Donald Trump al poder. En la encuesta, que se considera el 'estándar de oro' de su clase, el expresidente obtenía un 48% de los votos. Es decir, 28 puntos más que su rival más cercana, Nikki Haley, mientras que Ron DeSantis se quedaba con un 16%. Incluso aplicando todo el margen de error del 3,7% que tenía el sondeo, Trump arrollaría con más de 25 puntos de ventaja.
Hace un año nadie se lo hubiera creído. Eso explica que este lunes todavía muchos no alcancen a digerirlo, por contundentes que sean las encuestas. Las elecciones de medio mandato de noviembre de 2022 arrojaron una grata sorpresa al Partido Demócrata, que retuvo su escueta mayoría en el Senado y redujo al mínimo la esperada victoria de la oposición en la Cámara Baja. La decisión del Supremo de desmantelar la protección al aborto se había convertido en un revulsivo electoral que llevó a las urnas a millones de mujeres, más conscientes que nunca de la necesidad de ejercer su voto en favor de los demócratas para proteger sus derechos. El negacionismo electoral de Trump sonaba anacrónico y mezquino. El Partido Republicano se replanteaba el lastre que podía suponer para su futuro seguir mostrándole fidelidad en público. Y entonces llegaron las imputaciones.
El 30 de marzo volvió de golpe a las pantallas. Un gran jurado de Manhattan votó a favor de encausarle por los pagos realizados a la actriz de porno Stormy Daniels, que no hubieran sido ilegales de no haberse clasificado como gastos de campaña en los libros contables. Era la primera vez en la historia que se lanzaba todo el peso de la justicia contra un expresidente. Cuando el fiscal de distrito Alvin Bragg presentó 34 cargos, que potencialmente podrían conllevar hasta 136 años de prisión para un hombre que pasa de los 77, la mayoría lo vio como excesivo. Los expertos jurídicos de ambos lados del espectro ideológico coincidieron en la debilidad del caso. Los conservadores, que se han sentido bajo el ataque de la izquierda en las últimas décadas y agradecen a Trump la mayoría ideológica que introdujo en el Tribunal Supremo, lo vieron como un asalto a su propia existencia. Los líderes republicanos se vieron obligados a defenderle públicamente.
En los meses siguientes, las imputaciones contra el expresidente se han sucedido una detrás de otra hasta contabilizar 91 cargos que no lo inhabilitan para gobernar, pero amenazan con enterrarle en prisión el resto de sus días. Salvo que los votantes pongan fin a la «caza de brujas» que clama. «Y mientras, ¿un drogata está ganando millones del gobierno chino?», preguntaba retóricamente el primogénito del expresidente en un acto de campaña el jueves pasado. Se refería a Hunter Biden, que se ha convertido en símbolo de la corrupción para la derecha estadounidense.
Dos procesos de 'impeachment' fallidos, cuatro juicios penales en marcha, dos civiles y las recientes sentencias de Colorado y Maine para impedir que su nombre aparezca en las papeletas de noviembre justifican la creencia de que los demócratas y las fuerzas vivas del país harán todo lo que esté en su mano para frenar a Donald Trump. Pero quienes están detrás no han entendido que toda acción tiene una reacción. El efecto bumerán de sus esfuerzos se manifiesta este lunes en las urnas de Iowa. Todo lo que no mata, fortalece. Después de todo, si bajo su mandato no se inició ninguna guerra, la economía fue boyante –incluso durante la pandemia–, la bolsa batió récords y los valores conservadores se restablecieron tras décadas de retroceso, «¿por qué crees que están tan desesperados para impedir su vuelta al poder?», preguntaba retóricamente Kim Marsh, una masajista de 68 años, en un mitin de Donald Trump Jr.
«Todo esto está diseñado para que perdáis la fe en vuestro país», les explicaba el primogénito del expresidente. «Lo bueno de la locura de los últimos años es que todo es tan ridículo que ahora la gente lo pilla. Tenemos la oportunidad de cancelarlo. La gente trabajadora como vosotros, que pelea cada día para vivir el sueño americano que se ha exportado a China, quiere a un candidato como mi padre, al que no le puedan llamar para decirle lo que tiene que hacer».
Ni todas las ventiscas del mundo, que en estos días han paralizado la campaña, aterrizado cientos de aviones y varado furgonetas en la nieve podrán impedir que los votantes más motivados de la campaña, según la encuesta del Des Moines Register, salgan a defender lo que consideran su última oportunidad de supervivencia en un clima político de persecución en el que la economía doméstica es la principal preocupación. «Dios lo ha enviado», concluyó el reverendo Dave Lage.
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