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Robert Card estaba armado y era peligroso. Lo dijo la Policía el jueves pasado, cuando le buscaba por la peor masacre del año, pero también su familia en mayo pasado. Su hijo había avisado a las autoridades para informarles de que su padre parecía sufrir ... de paranoia y demencia desde enero. Oía voces «despectivas» de gente que ni siquiera estaba cerca suya y que según él le acusaban de «pedófilo». Se irritaba y se volvía agresivo. Aún peor, tenía en su dormitorio «entre 10 y 15 armas».
Así lo ha reconocido el sheriff Joel Merry en un comunicado, tras hacer público el informe del agente que respondió a la denuncia. «La familia Card es muy consciente de que la salud mental de Robert se está deteriorando, pero sus esfuerzos han sido en vano, ya que Robert lo niega», escribió este. Su exmujer estaba particularmente preocupada de que pasara tiempo con su hijo, si bien buscaba ayuda, estaba convencida de que si su ex marido se enteraba de que había ido a la Policía, todo empeoraría. Por eso tomaron la decisión de contactar a su unidad del Ejército en la Reserva de Saco (Maine), donde el agente Chad Carleton descubrió que sus compañeros militares también habían observado esa conducta paranoica. Eso había provocado varios altercados en los que amenazó con «ocuparse» de todos ellos. Como resultado, su comandante lo ingresó durante dos semanas para una evaluación psiquiátrica. «Prefiero errar en el lado de la cautela», explicó por carta a la oficina del sheriff, «porque Card es un tirador muy capaz, que si decide llevar a cabo sus amenazas tendrá éxito», vaticinó.
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Durante cinco meses y medio la oficina del sheriff y los superiores de Card en el Tercer Batallón Grupo 304 de Entrenamiento, Compañía Bravo, a la que estaba asignado, intentaron supervisar al hombre que el miércoles pasado acabó a tiros en una bolera y prosiguió la matanza en un restaurante local. Entre ambos escenarios, 18 personas perdieron la vida y más de una docena resultó gravemente herida, de las que tres siguen en estado crítico.
La última vez que fueron a verle a su propiedad no les abrió la puerta. La furgoneta Subaru blanca que conduciría un mes después para cometer la masacre estaba aparcada en la puerta. «Le oíamos moverse dentro del tráiler. Como estábamos en desventaja, decidimos retirarnos», escribió el agente Carleton. «Llamé a su comandante en la unidad de Reserva de Saco, capitán Jeremy Reemer, con el que discutí sus problemas de salud mental. Me aseguró que Carl ya no tenía ningún arma de la unidad y que había hecho arreglos con su hermano para que retirase las que le pertenecían. Me dijo que Card ya se había encerrado en el pasado sin abrir la puerta y que si le dejábamos un tiempo solo en lugar de forzarlo a salir, al final lo haría».
Lo hizo a tiros, pero podía haber sido peor. El sargento de primera era un excelente tirador que entrenaba a otros militares y trabajaba en el destacamento de lanzamiento de granadas, pero afortunadamente estas no le resultaron tan fáciles de obtener como las «10 o 15 armas» que se llevó de casa de su hermano. La primera vez que la Policía interrogó a este, parecía estar ajeno al estado psiquiátrico de su hermano, que atribuyó a la bebida.
Para entonces Card ya rumiaba cómo desquitarse con quienes creía que le insultaban. Hace tres meses fue a una armería a comprarse un silenciador. En la solicitud contestó honestamente a la pregunta de si alguna vez había sido internado por problemas psiquiátricos. Rick LaChapelle, propietario de la Coastal defense Firearms, no tuvo más remedio que rechazar la compra. Card lo aceptó sin rechistar y se marchó.
De haberlo adquirido, las autoridades creen que la masacre hubiera sido mayor, porque las detonaciones sirvieron para que muchos huyeran en pánico. Al final, Card logró silenciar las voces que oía en su cabeza. La Policía le encontró muerto de un disparo en la cabeza en el aparcamiento del centro de reciclaje donde trabajaba conduciendo un camión. La cuestión ahora es por qué no se pudo evitar algo que tantos vieron venir.
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