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En la base aérea de Andrews, cerca de Washington, un avión esperaba al matrimonio Biden. Ya no era el 'Air Force One', destinado al máximo mandatario de Estados Unidos. El suyo era el 'Special Air Mission 46', en reconocimiento por ser el presidente número 46 ... del país. Apenas unas horas después de entregarle las llaves de la Casa Blanca a Donald Trump y a su esposa, Melania, los Biden se subieron a esa aeronave con destino a Santa Ynez (California). Allí, en el rancho de un amigo, pasarán sus primeros días fuera de la Administración.
Biden y Jill, su esposa, cumplieron el trámite. El último. Recibieron a los Trump. Tomaron té con ellos, como establece el protocolo, y camino del Capitolio se despidieron del que ha sido su hogar desde el inicio de 2021. El hasta ayer presidente, de 82 años, ha tratado estas últimas semanas de reivindicar su legado. Pero no ha evitado dejar en el aire la sensación de que se va de la Casa Blanca por la puerta de atrás y con su popularidad por los suelos. Corre el riesgo de ser recordado como un mero paréntesis entre los dos mandatos de Trump.
«Servir como presidente ha sido el honor de mi vida», dijo durante un discurso de despedida. «Siento la misma pasión que cuando tenía 29 años. No estoy cansado», reafirmó. Pero le ha pesado su edad. Y, sobre todo, la imagen de fragilidad que dio durante el debate electoral ante Trump. Pareció un hombre desnortado. Pálido. Fuera de su tiempo. Ese capítulo final y, antes, la inflación y la desastrosa retirada de Afganistán han emborronado su imagen pública. Los conflictos de Ucrania y Gaza han sido dos clavos más en su ataúd político.
En 2021 fue recibido en la Casa Blanca como un funcionario con más de 50 años de experiencia y con un vida hecha a base de superar desgracias. Perdió a su primera esposa y a una hija en un accidente de tráfico cuando iban a comprar adornos navideños. También ha visto morir, de cáncer, a otro hijo. Ya mayor, y tras una cita a ciegas, conoció a su actual mujer, Jill Biden. Más joven y dinámica. Este lunes, vestida con abrigo y guantes morados del diseñador Ralph Lauren, acompañó a su esposo en el último capítulo de su mandato.
La ya ex primera dama llegó hace cuatro años a la Casa Blanca como un vendaval. Nada que ver con su antecesora, la gélida Melania Trump, que tardó más de un año en decidir a qué causa humanitaria dedicarse. Jill Biden, profesora vocacional, ha recorrido las cuatro esquinas de Estados Unidos. Ha sido un personaje cercano: una mujer divorciada que se volvió a casar y que nunca ha dejado de trabajar en su pasión, la enseñanza. Mientras la figura de su marido se venía abajo, ella, de 73 años, se ha sostenido.
El pasado domingo, Joe Biden visitó a uno de su grandes apoyos, el político demócrata James E. Clyburn, que le dedicó esta alabanza: «Joe ha sido lo que este país necesitaba. La gente no siempre te aprecia. No apreciaron a Abraham Lincoln. No apreciaron a Harry Truman ni a Lyndon Johnson. Pero cuando la gente mira hacia atrás, los aprecia. No temas, viejo amigo: la historia será muy amable contigo». Un avión calentaba motores en la base de Andrews. Destino: vacaciones.
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