Soldados desplegados en Bangkok.

Golpe... a la tailandesa

La asonada se ha producido ante la creencia castrense de que el desgobierno vigente, la irresponsabilidad de los partidos y el desconcierto social en alza amenazan la estructura misma del Estado y el porvenir del país

ENRIQUE VÁZQUEZ

Viernes, 23 de mayo 2014, 10:39

Hay explicaciones varias para el golpe blando que han ejecutado finalmente los militares tailandeses y aunque algunas son especulativas merecen ser anotadas.

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a) El rey, respetado y popular, no puede bajar a la arena y preocupado como está con la incapacidad y la insolvencia de la clase política, hace una señal a sus fieles generales para que se ocupen de la tarea: "restablecer el orden y garantizar la tranquilidad pública y la seguridad ciudadana", único programa castrense disponible y que vale para todos los escenarios.

b) El Estado Mayor, que tiene una potente escuela teórica dedicada a la seguridad nacional ampliamente considerada, entiende que el desgobierno vigente, la irresponsabilidad de los partidos y el desconcierto social en alza amenazan la estructura misma del Estado y el porvenir del país, enfrentado a un agravado problema separatista-musulmán en el Sur.

c) La economía, tan pujante en largos periodos y que ha hecho de Tailandia el trigésimo PIB del mundo con solo unos 66 millones de habitantes, está amenazada. En concreto, el desorden público y la imagen deteriorada del país, ha herido de muerte a la esencial industria turística.

d) El anciano Bhumibol (86 años, mala salud y un heredero de poca entidad, el príncipe Vajiralongkorn) habría hecho una simple señal al general Prayut Chan Ocha para que procediera como lo ha hecho.

Anunciado y por etapas

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Es sabido que el golpe se produjo muy al modo tailandés, por cortas pero visibles etapas: el Estado Mayor pidió a los partidos que terminaran con la aguda y larga crisis político-parlamentaria, después hizo saber que seguía la situación "con preocupación", ya el martes desplegó unidades especiales para hacerse cargo de instituciones cruciales y "garantizar el orden público", el miércoles proclamó la Ley marcial (con suspensión de las garantías constitucionales) y, por fin ayer dijo que había derribado al Gobierno y tomaba el poder.

Esta curiosa preocupación por guardar ciertas formas entiende, en primer lugar, probar que los uniformados -y es verdad- no actúan en nombre de nadie y son algo así como el guardián de la seguridad y la paz interna del país, lo que, adicionalmente, es una reprobación brutal de una clase política que, ciertamente, ni es muy diestra ni muy patriótica y (salvo que, como todo el mundo, venera al rey, emblema nacional) se atiene a un clientelismo de vieja escuela con ramificaciones provinciales y locales que hacen de los partidos correas de transmisión de intereses de corto plazo.

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Esto explica el desesperanzador escenario político cuya última expresión fue, el siete de mayo, la destitución por el Tribunal Constitucional por "abuso de poder" de la jefe de Gobierno, Yingluck Shinawatra. La sentencia fue tal vez políticamente motiva -y hasta puede ser que sugerida por el Estado Mayor- pero es compatible con el hecho de que la gestión de la primera ministra estaba lejos de ser la necesaria para buscar una larga tregua y salvar la crucial temporada turística.

Un escenario conculso

La primera ministra lo era por su condición de hermana del hombre que, desde el extranjero, domina buena parte de la escena: Taksim Shinawatra, el hombre más rico del país (después del soberano), clásico tycoon asiático entrado en política hace solo unos diez años. Ganó las elecciones en 2001 y 2005 pero su porvenir se vio súbitamente comprometido en términos judiciales, acusado de graves delitos económicos y financieros. Se autoexilió pero siguió intrigando y dejó a su hermana Yingluck al frente.

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El país se dividió en 'camisas rojas' (del clan Shinawatra) y 'camisas amarillas' (sus adversarios) que escenificaron sin cansarse nunca manifestaciones, marchas y contramarchas que la TV hizo conocidas en medio mundo. Es un milagro que durante varios meses esta situación de tensión solo haya producido una treintena de muertos y otro milagro es que los militares hayan resistido tanto su tentación de restablecer la calma.

La situación recuerda mucho a otro par de ellas y siempre se ha resuelto del mismo modo: el público, que sobreentiende que el adorado rey aprueba el golpe, no se opone y pide colaborar (los 'camisas rojas', es decir, los perdedores de hoy, ya han pedido que se respete la Ley marcial), el Estado Mayor reunirá a los partidos, se establecerá un calendario electoral y en algunos meses, normalidad.

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Todo eso si se dan tres condiciones adicionales: a) que Taksin Shinawatra asuma de una vez que su ciclo político terminó; b) que siga vivo el rey (lo es desde 1946, pero su heredero tiene mala reputación y carece de aura y su autoridad moral); c) que la guerrilla secesionista musulmana de Patán, tan activa y en auge, no aproveche la situación para reactivar su ofensiva lo que podría proveer un argumento a los militares, apoyados por buena parte del público, para quedarse. No es probable que tal cosa que tal cosa ocurra

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