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Daniel guindo
Martes, 20 de febrero 2018, 01:12
«En el momento en el que salió el agua estábamos todas las hermanas sentadas alrededor de la excavación, nerviosas porque era nuestra última oportunidad y, cuando vimos el agua abundante, lloramos de alegría». Así narra María José Vila, una misionera valenciana que está al ... frente de una comunidad religiosa en Kenia, la explosión de júbilo vivida al encontrar agua en esa desértica tierra, tras once años de intentos fallidos y de que el desánimo se apoderara no solo de las monjas, sino también a la población cercana a la que querían abastecer. Ahora, este «regalo de Dios» les ha cambiado la vida.
Vila recuerda que el convento de clausura en el que residen, regido por la orden de las Agustinas Recoletas en la diócesis de Machakos-Makueni, «fue construido en una zona muy seca donde nos dijeron que encontraríamos agua . Pero, tras ocho excavaciones en busca de pozos, dejamos de intentarlo». Al comprobar que resultaba imposible hallar el líquido elemento, las religiosas construyeron, a más de dos kilómetros de distancia, un aljibe en un río para poder suministrar agua a la zona. «Nos llevó varios años y tuvimos que hacer una canalización con tuberías subterráneas hasta el convento».
Durante un tiempo pudieron abastecerse, pero las tuberías se rompían y el agua llegaba sucia pese al purificador que habían instalado. No era, por tanto, una solución definitiva. Por eso lo volvieron a intentar y hace unos meses empezaron, otra vez, a perforar en busca de agua «contra toda esperanza».«Pero seguía confiando en Dios y al final lo hemos conseguido», apunta la religiosa, quien recuerda que, en el momento del hallazgo, hasta el ingeniero que hizo el proyecto técnico «cayó de rodillas» en una muestra de haber logrado casi lo imposible.
Fue toda una hazaña porque después de encontrar agua las religiosas tuvieron que completar la instalación con una bomba, tuberías y tanques, a lo que debieron destinar todos sus fondos. Ahora, gracias al hallazgo, ya tienen la primera cosecha de verduras en la huerta, y los alrededores del convento están completamente verdes. Además, según subraya Vila, «podemos compartirla con el poblado porque somos conscientes de que el agua es un derecho que no se puede negar a nadie y menos aún en una zona desértica como esta».
En la actualidad, la comunidad está formada por dieciocho religiosas, dieciséis de ellas nativas, una filipina y María José, responsable del convento y natural de la localidad valenciana de Guadassuar. Todas dedican la mayor parte del día a la oración y al trabajo, ya que elaboran albas, casullas y formas para consagrar.
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