La guerra fantasma en África
Un conflicto olvidado ·
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Somaliland y Puntland, dos países sin reconocimiento internacional, se disputan un extenso territorio del Cuerno de ÁfricaNo todos los conflictos bélicos reciben similar atención mediática. Mientras que la invasión de Ucrania concita el interés universal, hay otros, quizás remotos o de baja intensidad, que apenas reciben cobertura e, incluso, existen algunos que permanecen prácticamente ignorados. También los hay que bordean el ... surrealismo. Dos países que no existen oficialmente se disputan una ciudad remota. Puede parecer el argumento de un videojuego, pero el problema es real y ha producido el desplazamiento de más de 185.000 personas en las últimas semanas. Somaliland y Puntland, dos Estados vecinos sin reconocimiento internacional, han entrado en pugna por las regiones de Sanaag, Ayn y Sool, focalizando actualmente el combate en la localidad de Las Anod, recientemente evacuada.
Hay guerras fantasmagóricas, pero también tópicos que no aguantan la realidad. Por ejemplo, el mito de la Somalia feliz ha entrado en crisis. En 1991, el extremo noroccidental del país rompió amarras y se declaró independiente y libre de la violencia que atenazaba al resto del territorio. Los argumentos para su autodeterminación remitían al pasado colonial. Había sido un protectorado británico que se unió al resto del territorio, bajo dominación italiana, para crear un nuevo país. Pero la Administración conjunta se precipitó en el caos tras el golpe de 1991 y la antigua colonia de Su Majestad decidió volar por su cuenta. El gobierno surgido de la ruptura creó su propia bandera, moneda, ejército y pasaporte. Había nacido Somaliland. Desde entonces, ese país con 137.000 kilómetros cuadrados, una extensión similar a la de Grecia, busca sin éxito su lugar en el escenario internacional.
No fue la única escisión. Siete años después, en la región nororiental un comité de jefes tribales y empresarios declaraba la constitución de Puntland, otra entidad política, en este caso, con pretensiones autonomistas. Su creación era una forma de aducir una identidad frente a la expansión yihadista y plantar cara a la Unión de Tribunales Islámicos, que se había hecho con el centro y sur del país, incluida la capital.
La independencia no se contemplaba. En principio, la intención era contener la expansión de las milicias y, en un futuro, formar parte de un gobierno federal libre de radicales. Pero no resulta fácil ceder el poder cuando se ha gozado de su plena disposición. Puntland mantiene disputas continuas con el ejecutivo prooccidental en Mogadiscio, su teórico aliado.
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G. Elorriaga
Puntland no ha escapado a las incursiones guerrilleras e, incluso, algunos de sus puertos sirvieron de basa para los piratas que asolaron las aguas del golfo de Adén durante la primera mitad del presente siglo. Aun hoy, persiste la lucha contra los insurgentes de Al Shabaab y el Emirato Islámico. Hace unas semanas, 13 personas, incluidos antiguos soldados, fueron fusiladas por su presunta pertenencia a estos grupos y, según los grupos de derechos humanos, las ejecuciones sumarias proliferan.
Curiosamente, los dos rivales mantienen una mala relación con el gobierno central. Los llamamos Estados, aunque, detrás de estas iniciativas, se hallaban los clanes, la verdadera autoridad en cualquier rincón de Somalia. Ni siquiera los radicales religiosos han podido zafarse de su orden ancestral, un sistema jerarquizado que ha pervivido hasta la actualidad. El control político en Somaliland y Puntland se asienta sobre dos comunidades diferentes, los Ishaaq y los Darood, respectivamente.
El conflicto de Las Anod remite a esta división en la que se encuentra inserta toda la población. La ciudad sometida al fuego cruzado está habitada por miembros del subclan Dulbahante, adscrito a los Darood y deseosos de integrarse en Puntland junto a los suyos. Pero Somaliland mantiene su dominio sobre estas regiones orientales, indispensables para garantizar la viabilidad del país, su seguridad y esa condición de Estado libre que el mundo aún no ha reconocido.
Somaliland no existe oficialmente, pero es muy activa en el plano diplomático. Hasta ahora, la república secesionista se ha esforzado en proyectar una imagen muy distinta de la que nos llega desde esa zona del Cuerno de África. El régimen de Hargeisa ha querido venderse como el reverso luminoso con su apuesta por la democracia, paz y desarrollo económico, frente a la torturada Mogadiscio y sus atentados constantes. A raíz de los últimos choques, el Ministerio de Defensa ha difundido la tesis de que milicias locales e islamistas, apoyadas por el ejército regular de Puntland, pretenden hacerse con la zona, una tesis que resulta cuestionable.
Los países no existen, pero su crisis es palpable. La crispación se produce en un escenario complejo en el que se mezcla la carestía global de los alimentos y las sequías recurrentes que sufre la región. No son buenos tiempos para criar camellos y cabras. La exportación de ganado a la otra orilla del golfo de Adén constituye la principal fuente de riqueza de Somaliland. Los envíos de animales vivos a los países de Oriente Medio son sustanciales, pero la cabaña se ha reducido sustancialmente en los últimos años y la agricultura cerealista también sufre las consecuencias del cambio climático. Se calcula que 7 millones de somalíes sufren inseguridad alimentaria, 230.000 padecen una situación de hambre extrema y que 3 millones de reses han perecido, víctimas de la sequía. Su limbo político y la inseguridad regional también afectan a los proyectos, aún sin concretar, para la explotación mineral, de petróleo y gas natural.
La competencia económica también subyace bajo la inquina política. Unos y otros luchan por afianzar su posición en el comercio regional. Puntland goza de mayores niveles de renta, pero carece de un puerto del calado de Berbera. La antigua base naval rusa se ha convertido en una terminal logística de gran envergadura que se dotará de una zona económica de libre comercio.
El negocio es inmenso. DP World, una multinacional naval ubicada en Dubai, ha invertido 440 millones de dólares en la renovación de las infraestructuras y se encargará de su gestión. La misma empresa ha firmado un acuerdo con las autoridades del país vecino para ampliar la capacidad del muelle de Bosaso y dotarse de una similar facultad para dirigir el tráfico local. Hay razones mercantiles y geopolíticas en ese interés. Evidentemente, Emiratos pretende ostentar una posición de privilegio en la costa somalí.
La última tregua entre ambos regímenes en el limbo saltó por los aíres el pasado 26 de diciembre. La guerra no es un fenómeno reciente. Los enfrentamientos se han sucedido desde 2006, pero esta escalada no tiene precedentes por su repercusión humanitaria. Las últimas estadísticas hablan de 200 muertos en los combates y, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 185.000 personas han sido desplazadas y unas 90.000 han cruzado la frontera con la región etíope de Doolo, un área remota con una presencia humanitaria muy limitada. Cada día unos 1.000 refugiados llegan al país vecino y no hay recursos para acogerlos.
La ilusión de un Estado de Derecho también se ha quebrado. Las credenciales democráticas de Somaliland han perdido valor después de que Muse Bihi Abdi, su quinto presidente, consiguiera la extensión de su mandato durante dos años más aduciendo problemas técnicos y financieros para convocar elecciones. Las marchas de protesta convocadas durante el pasado verano por la oposición finalizaron con cargas mortales y el gobierno, que controla los medios de comunicación, suspendió las actividades locales de la BBC.
Tampoco Puntland puede hacer gala de su espíritu prosomalí. Su presidente Said Abdullahi Deni ha visto frustrados los intentos de obtener la jefatura del Ejecutivo somalí y son conocidas las malas relaciones con el vencedor, Hassan Sheikh Mohamud. El conflicto adquirió tintes rupturistas a comienzos de año cuando el gobierno autonomista declaró en las redes sociales que, a partir de entonces, decidía gobernar con total independencia de Mogadiscio.
En este clima de confrontación, el mundo sigue desconociendo el drama de la ciudad de Las Anod, víctima del cambio climático y las ambiciones de dos países fantasmas, sin reconocimiento diplomático, pero bien pertrechados. Todo es posible, incluso situaciones tan surrealistas, en un ignorado e inhóspito rincón del Cuerno de África.
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