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Murió Víctor Labrada y con él se fue, también, un trocito de la historia de Gijón. O, mejor dicho, toda una ristra de pedazos cargados de nostalgia, recuerdos y eso que se suele denominar 'gijonismo'. Lo hizo a los 93 años de edad, después de toda una vida vinculada a Cimadevilla. Allí la vivió en su total integridad. Fue el barrio alto «al que dedicó cariños, esfuerzos y algún que otro varapalo, cuando la concejalía de Urbanismo remodeló alguno de sus más destacados símbolos, como la Torre del Reloj, para cuya restauración tuvo duras palabras». Colaborador durante años para EL COMERCIO, pudo haber sido cronista oficial, y como tal fue propuesto, pero lo rechazó.
El motivo no fue otro más que el cederle el testigo a «su amigo Patricio Adúriz», para que este «tomara las riendas de las crónicas oficiales. A la muerte de Adúriz, recordamos hace hoy 25 años, «Labrada volvió a sonar como candidato, pero los años fueron entonces su argumento para denegar la propuesta». Aunque estos no le pasaron factura para seguir «rebuscando en la memoria historias de Gijón que contar a sus convecinos», una labor que desempeñó hasta casi la noventena aquel hombre que Gonzalo Mieres definiría como «elegante, culto (...), el hombre gris». No de su aspecto exterior, pero sí, y mucho, de su mundo interior, hablaron también sus obras: 'Nostalgia de Gijón' (1975), 'Gijón en el recuerdo' (1992) o 'Al aire de Cimadevilla' (1971).
Se iba Labrada bien querido por sus vecinos y allegados; sin ser cronista, pero, como recordó Mieres, sí con «otros reconocimientos que se supo ganar con creces, por esa esencia humanística que enriquecían su recia figura, su singular manera de hacer las cosas al escribir precisamente de su ciudad del alma, de aquella que pisó con inspiración en unas fuentes innatas». En las librerías encontrarán, aún, sus obras; en la hemeroteca digital de EL COMERCIO, sus innumerables artículos sobre el barrio alto. Hoy hace 25 años que, por deseo expreso de su familia, sus restos fueron incinerados y reconfortados sus deudos con su recuerdo en la iglesia del Corazón de María. Moría, pero no se iba, el cronista del barrio alto.
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