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MARÍA CIDÓN KIERNAN
Jueves, 18 de junio 2020, 00:49
«El día que llegó parecía un bebé gigante. Venía con pañales y calcetines. Y mira ahora: luchamos por él y ahí está». La auxiliar Olga Fernández, del Sanatorio Covadonga, ilustró ayer con orgullo la extraordinaria evolución de Víctor; también con cierta pena después de año y medio atendiendo a diario a una persona que, confiesa, echará de menos.
Víctor Castrillón, de 53 años, vio la muerte de cerca varias veces desde el 25 de octubre de 2018, cuando trabajaba como transportista y un camión chocó contra su furgoneta en la autopista 'Y'. Pasó un mes en coma en la UCI del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y el pronóstico de los médicos durante los tres meses siguientes no fue bueno: permanecería en estado vegetativo.
La familia no se rindió y decidieron trasladarlo a la Unidad de Daño Cerebral Adquirido del Sanatorio Covadonga. Allí, gracias al trabajo de las profesionales del centro, Víctor volvió a hablar y a caminar. Ayer lo demostraba de la forma más alegre: aplaudiendo, haciendo chistes y entregando regalos a todo el personal. Su alta estaba prevista para marzo, pero el estado de alarma por la COVID-19 retrasó sus planes.
A Castrillón no le da miedo el coronavirus. «A mí no me quiere ni la muerte», dijo con humor, pero rodeado de los que de verdad lo quieren: su familia y el personal del sanatorio. Entre todos, lo despidieron con aplausos y los ojos enrojecidos por la emoción.
«Nadie esperaba que pudiéramos llegar a ver esta recuperación, ha sido gracias a todo los profesionales que trabajaron con él y a su propia motivación», reconoció su hija Adriana Castrillón, estudiante de Trabajo Social.
Víctor ha sido un paciente bulicioso y alegre que se ha dedicado a dar ánimos al resto de personas ingresadas en la segunda planta del sanatorio. Charo, su vecina de la habitación, se despidió desde su silla de ruedas cantando: «No te vayas todavía, no te vayas, por favor...», mientras le caían las lágrimas.
Castrillón es un ejemplo del poder reparador que se logra cuando se mezclan voluntad y sentido del humor. «El 'no' ya lo tenía -dice mientras ensancha aún más la sonrisa-. Hay que darle todo el tiempo, erre que erre, y seguir». Así define la constancia y la clave de su recuperación. En 2019, el paciente y el sanatario recibieron el premio de la Fundación Hospital Optimista. Con ese reconocimiento, Víctor tiene ahora muchas ganas de volver a comer una charlota, pasear por el Muro y tomar el vermú. A la salida daba las gracias a todos y quienes se asomaron a la ventana para decirle adiós pudieron escucharle cantar a Nino Bravo con entusiasmo: «Libre, como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar...».
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