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LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 11 de febrero 2024, 00:13
Cuando era muy pequeña y oyó hablar del Antroxu de Gijón no tuvo otra idea entre ceja y ceja que obtener esa plaza en cuanto saliera a oferta pública allá en las profundidades oceánicas. La peleó con escamas y dientes, y finalmente le fue concedido ... el privilegio de ser la Sardina de los Carnavales de una ciudad del norte de la que todo el mundo en el mar hablaba maravillas. Y de esa forma, año tras año, en sucesivas reencarnaciones cuando los días de carnestolendas se acercan, prepara su equipaje y llega a Gijón dispuesta a convertirse por unos días en la reina de la folixa antroxera.
Y lo consigue desde el mismo momento en que hace su aparición. Casi siempre llega sin nombre, dispuesta a que sean los propios gijoneses quienes se lo adjudiquen y no le importa haberse llamado Sardi, Cuca, Chatina, Merkelina, Sufragia, Marilyn, Superdina, Molinuca, Muselina, Acuarina, Pelayina, Lorenza o cualquiera de los nombres que la imaginación popular por votación decidió para ella. Y aunque muchas veces actúe como si la pillara por sorpresa, no es cierto: durante mucho tiempo se prepara para convertirse en la figura insustituible de la fiesta y su aspecto es el resultado de algún que otro retoque que proporcione más volumen a sus labios, más apertura a sus ojos, más tersura a su rostro, su atuendo está cuidadosamente estudiado y toda ella llega con el glamour que este año además se ha extendido a su nombre: Turbulencia Marina de las Isobaras Relentes, aunque como ella es de natural sencilla ya ha pedido al público en general que la llamen Turbu, que es más familiar y además se trata de un nombre largo y no muy fácil de pronunciar cuando la fiesta enreda las palabras.
A la Sardina Antroxera el tiempo que media entre un entierro y su reencarnación del carnaval siguiente se le hace un poco largo. El fondo del mar con sus corales, y sus caballitos y sus caracolas y toda esa liturgia que los poetas malos suelen atribuirle, le toca bastante las escamas, más que nada porque desde hace tiempo el mar ya no es lo que era, y en su ánimo, cada año está recordarnos nuestro desastroso comportamiento con los oceános. Este año tuvo que dedicar parte del tiempo que habitualmente le llevan sus tratamientos de belleza para llegar a Gijón hecha un cromo, a recoger desperdicios y a pelearse con los malditos pellets, así que, de entrada, la tenemos un poco enfadada, aunque en cuanto se da una vuelta, la invitan a un poco de sidra, se asoma a los ensayos de las charangas y confirma que una vez más todo el mundo está preparado para disfrazarse, disfrutar, comer frixuelos como locos, y cantar hasta enronquecer, se le olvida, y se concentra en que el brillibrilli de su traje esté perfecto y deslumbrante, que sus ojos tengan la cantidad de rimmel adecuada, que el rouge de los labios la conviertan en irresistible y que toda la alegría que ha ido acumulando a lo largo de estos meses, estalle en una explosión de entusiasmo antroxeru. Ya llegará la reflexión del testamento, sus indicaciones sabias e irónicas, el tirón de orejas que siempre nos llevamos por nuestro poco cuidado con el planeta, las recomendaciones a las autoridades para que se porten bien con los ciudadanos y atiendan lo mejor posible las necesidades de todos, las advertencias de lo corta que es la vida y lo necesaria que es la alegría. Turbu volverá a sus aguas un año más, ahíta de fiesta y feliz de haber contribuido a que la ciudad que ama y a la que retorna cada carnaval, ligeramente distintos su personalidad y su aspecto, pero con el mismo espíritu, haya respirado un año más el aire de libertad y folixa carnavalera que por unos días nos transforma. El espíritu del antroxu que nos disfraza de quienes en realidad somos, de quienes debemos ser: festivos y alegres.
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