OLAYA SUÁREZ / RAMÓN MUÑIZ
GIJÓN.
Domingo, 11 de noviembre 2018, 06:09
Poco en la vida se les ha puesto por delante. Y esto no iba a ser menos. Triana Martínez y Montserrat González por fin han recalado en la cárcel de Asturias, esa con la que ansiaban desde que hace cuatro años fueron detenidas por ... matar a tiros a Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación de León. Ahora están felices. Todo lo felices que pueden estar entre rejas. Han vuelto a sonreír después de años sin apenar salir de la celda que compartían primero en la cárcel leonesa de Mansilla de las Mulas y luego en la vallisoletana de Villanubla.
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Su mal comportamiento y el hecho de que no se adaptasen a la rutina carcelaria motivaron el traslado forzoso de una a otra. Ahora la situación ha cambiado. Instituciones Penitenciarias aceptaba -tras varios intentos frustrados por parte de las procesadas- su ingreso en el centro penitenciario del Principado. Alegaron estrechos vínculos con la región, exactamente con Gijón, donde vivieron casi dos décadas y donde conservan un piso, en la calle de Marqués de Casa Valdés, al que regresaban fines de semana y periodos vacacionales. Precisamente esa vivienda se convirtió en residencia y refugio del padre y marido de las dos condenadas, Pablo Martínez. El inspector jefe de la Policía pasó su última etapa profesional en la Comisaría de Gijón como mando en la Brigada de la Policía Judicial. Cuando su esposa y su hija asesinaron a la presidenta del Partido Popular en Castilla y León él era el jefe de la Comisaría de Astorga. Pidió entonces el cambio de destino. Se notaba señalado y escrutado, por lo que decidió poner tierra de por el medio. Aunque no mucha.
Se jubiló este verano. En el acto institucional en el que recibió el diploma a más de cuarenta años de dedicación al Cuerpo, estuvo solo. Su mujer y su única hija permanecían entre rejas cumpliendo los 22 y 20 años de cárcel respectivamente. No podrán pedir un permiso hasta dentro de un lustro. Él, sin embargo, acude puntual a cada visita y a cada vis a vis. Nunca las ha abandonado. Ni cuando fueron detenidas, ni durante el juicio. Tampoco cuando, contra su voluntad, Triana, su ojo derecho, se hizo pareja de hecho con Romeo, un preso rumano al que conoció en la prisión de León.
Madre e hija, con una relación umbilicada, ya de antes de su internamiento, permanecen en el módulo de respeto de la cárcel asturiana. Por primera vez desde que fueran arrestadas se encuentran integradas en las dinámicas de grupo con sus compañeras y los funcionarios. Atrás quedan las cartas que enviaron al Ministerio de Interior denunciando hostigamiento, insultos y malos tratos psicológicos en las dos cárceles por las que han pasado. «Estamos viviendo una auténtica tortura psicológica en este centro, donde nos mandan desde León para poder continuar su encargo. En el año que llevamos en el Centro Penitenciario de Valladolid, la dirección no nos ha dejado hacer ni una sola actividad. Llevamos un año mirando a una pared donde crece musgo», criticaban. En la misiva añadía: «No me han autorizado ni a hablar con mi pareja ni a vernos, de hecho a él hasta le suelen presionar cada dos días desde entonces para que me deje».
Se sentían acosadas, como ya se sentían por Isabel Carrasco antes de urdir un plan para quitársela de su camino. «Era ella o mi hija y, claro, quería el bienestar de mi hija», se escudó Montserrat durante el juicio celebrado a principios de 2016 en la Audiencia Provincial de León y en el que las dos fueron declaradas culpables del delito de asesinato. La tercera condenada, Raquel Gago, cumple en Mansilla de las Mulas los catorce años de prisión como cómplice en el asesinato de la conocida política. En su coche apareció la pistola con la que Montserrat disparó a Isabel Carrasco sobre el puente del río Bernesga. Ese arma, según su propia declaración, la compró a un tugurio de La Calzada, en el bar Armandín, al propietario, con un amplio historial delictivo y que no se pudo defender de la venta ilegal del revólver porque para cuando ocurrió el crimen él ya había muerto.
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Su cadáver fue encontrado en avanzado estado de descomposición dentro del establecimiento hostelero. Esa noticia salió en EL COMERCIO, por lo que podría haber servido de coartada para las acusadas en cuanto a la procedencia del arma. Echar la culpa a un muerto evitaba así salpicar a otras personas. El número de bastidor estaba borrado y los investigadores no pudieron tirar del hilo para corroborar si efectivamente, como ella dijo, Montserrat conoció a una mujer en el Rastro de Gijón y le preguntó dónde podía comprar una pistola. La mujer, a la que supuestamente no conocía de nada, le indicó que se pasase por el bar Armandín. Una versión poco creíble y surrealista, aunque, sin duda, la realidad supera la ficción.
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