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Hechos de los Apóstoles presenta la difusión del Evangelio en Palestina, con Pedro y los Doce y su expansión hasta Roma, sobre todo con Pablo. El texto de hoy narra aspectos de la primera comunidad en Jerusalén. Se centra en la unidad y el estilo cristiano que provocó admiración en el pueblo; otra parte se refiere al compartir de los bienes. Es una comunidad formada por personas muy distintas, pero que abrazan la misma fe y adhesión al proyecto de Jesús, cimiento que une a todos. Es una comunidad unida, con «un solo corazón y una sola alma».
No puede ser una comunidad donde cada uno trabaja para sí y defiende sus intereses personales; todos caminan en la misma dirección, formando una verdadera familia que renuncia al egoísmo, a la cerrazón; lo fundamental es compartir, es darse, por eso «nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común». Pero también vivían en una situación de fragilidad y de debilidad; experimentan el sufrimiento, el desánimo; tienen miedo cuando sufren la violencia, injusticias, el odio del mundo, la persecución y la muerte.
Hoy los cristianos seguimos girando en torno a Jesús, sin Él estaríamos secos y estériles, sin vida en plenitud, con personas asustadas y divididos y no seriamos una comunidad de hermanos. El miedo paralizó a los apóstoles, y el miedo es contagioso y ahora podríamos estar paralizados por ese miedo. ¿Dónde están los cristianos en la vida pública, la política, la cultura o en las instituciones?
Hay miedo a aparecer en público como cristianos, miedo a que nos señalen como gente rara y, además, hemos aceptado la doctrina que lanzan desde los púlpitos progresistas: que la religión es cosa privada y para la intimidad. Y podemos llegar, de nuevo, a meternos en casa con las puertas cerradas, por miedo al qué dirán los que nos imponen cómo tenemos que pensar y actuar.
Despiezada y perfectamente embalada llegó hace tres semanas la Cruz de la Victoria que coronaba la puerta de acceso a la iglesia de la Universidad Laboral al taller de Áuriga, la empresa de restauración que se ocupará de recomponerla y devolverle su antiguo esplendor. De eso y de reproducir, en un material similar al original, otra cruz, la que remata la linterna de la cúpula del templo hoy desacralizado. Son tareas de «mucha complejidad», coinciden los restauradores Santiago Longo y Rudy Lobosco, que ya venían trabajando en la iglesia de la Laboral desde hace meses. Concretamente, recuperando el mosaico de teselas cerámicas del linternón, que apenas era ya perceptible por la capa de suciedad acumulada.
El nuevo encargo pone en sus manos la recuperación de las cruces, elementos que han tenido una azarosa historia desdeque fueron colocadas en la iglesia de la Laboral a mediados del siglo pasado. La de la linterna, construida en chapa de latón, se vino abajo al impactar en ella un rayo a finales de los 80. En su lugar se colocó otra idéntica, pero en material de fibra de vidrio, que es la que aún se puede ver –aunque será desmontada en cuestión de dos semanas– y que presenta un evidente deterioro tanto interna como externamente. De la original nada más se supo.
La de la Victoria, una imponente cruz que mide 3,9 metros de alto por tres de ancho, fue construida en Madrid en el año 1955, en chapa de latón de tres milímetros de espesor, por el taller de metales artísticos de José Espinós. Se pagó por ella 107.500 pesetas de la época. Fue retirada de su ubicación en 1998. «Puede que por miedo a que cayera también», barrunta Longo. El caso es que la pieza pasó varios años en un baño y, tras ser descubierta, se guardó en la torre de la Laboral, pero por el camino perdió varios de los vidrios de colores que la adornaban.
Reponerlos será una de las tareas que se lleve a cabo en este taller especializado en escultura y fundición artística ubicado en Avilés por el que ya han pasado otras piezas locales, como la Fortuna Balnearia o los cañones de la batería baja de Cimadevilla.
La restauración, que no resultará sencilla, lleva varios pasos: «Desmontar, enumerar, catalogar, actuar, montar, reponer y trabajar en altura». Ya en el taller de Áuriga, lo primero que se hizo fue montar la cruz para comprobar que no faltaba ninguna pieza. Fue casi como armar un puzle porque la cruz, «tridimensional, pero hueca», está compuesta por varias piezas que envuelven una armadura de acero anclada en la piedra de la iglesia como si de una camisa se tratara. Tendrán que realizar además «análisis compositivos» para conocer la aleación exacta empleada porque será esa misma aleación la que tendrán que replicar para confeccionar la cruz de la linterna. También catas de limpieza para determinar los procesos de restauración que se van a llevar a cabo. La limpieza de la cruz, anotan los restauradores, no será «muy agresiva» dado que hay una pátina histórica, fruto del paso del tiempo, que interesa conservar. Lo que se busca es que la intervención confiera un resultado «uniforme» a la pieza
En cuanto a las cuentas de vidrio que faltan, habrá que crear moldes con su forma exacta para poder reponerlas. También habrá que reponer los engarces, la tornillería y los anclajes que dan consistencia a la cruz y llevar a cabo trabajos de soldadura estructural al tiempo que volver a mecanizar algunas partes para garantizar su encaje.
Habrá que actuar también 'in situ'. En concreto, sobre la oxidada estructura metálica situada sobre la puerta principal de la iglesia y que conforma el alma de la cruz. Además habrá que reforzar la estructura y reponer la parte de la peana que resultó dañada cuando se desmontó la pieza en 1998.
Respecto a la cruz de la linterna, se llevará a cabo una reproducción en latón con la misma aleación de la de la Victoria. Y la esfera de 1,3 metros de diámetro en la que está enclavada será replicada en el taller de fundición artística de Áuriga mediante el método del 'hydrforming', un sistema que consigue la curvatura de los metales por medio de la presión del agua.
Todo el trabajo estará concluido en aproximadamente tres meses. En junio, las cruces serán repuestas a la iglesia de la Laboral.
ijón. En el taller avilesino de la empresa Áuriga descansan estos días los dos cañones del siglo XVIII de la batería baja de Cimadevilla que, simbólicamente, defendían la parte oeste del cerro. Los trabajos de restauración y recuperación de las dos piezas de artillería están prácticamente concluidos. Se han limpiado, actuando expresamente sobre las zonas afectadas por la corrosión, estabilizado y sometido a un tratamiento de protección. Las piezas, macizado su anterior con munición de hierro para inutilizarlas, pesan 2,5 toneladas cada una. Queda pendiente la actuación en las cureñas, las piezas sobre las que se montaban los cañones de hierro fundido, muy deterioradas.
Otro de los encargos recientes asumidos por esta empresa de restauración de patrimonio relacionados con Gijón ha sido la restauración del ara romana de la Fortuna Balnearia. Los trabajos, un encargo de la Consejería de Cultura, concluyeron a finales del pasado mes de diciembre, con lo que la pieza ya está en disposición de ser expuesta en las Termas Romanas del Campo Valdés, destino que el Principado tenía previsto para el altar romano, propiedad del exconcejal del PP Manuel del Castillo, tras adquirirlo el pasado mes de mayo por 42.000 euros a través de una casa de subastas de Madrid.
Esta reliquia romana de época Flavia, de casi 2.000 años de antigüedad y declarada Bien de Interés Cultural, apareció en 1820 en la gijonesa fuente de El Mortero, en Tremañes, tras pasar diecinueve siglos bajo tierra. Las expertas manos de los restauradores de Áuriga la han restaurado, la han limpiado aplicando un sistema de microabrasión, le han retirado restos de morteros industriales, le consolidaron partes disgregadas, le sellaron grietas y fue sometida a un proceso de hidrofugado, además de a un escaneo en 3D.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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