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ARANTZA MARGOLLES
Lunes, 1 de febrero 2021, 16:05
A Luis Cebreiro le llamaban 'El Tonelada', por lo corpulento. Pero lo que más destacaba de él era el carácter. Noble, bonachón, según quienes conocieron a este marino de vocación y sangre nacido en El Ferrol en 1894 y que, sin embargo, fue tratado por EL COMERCIO de gijonés cuando el 'Santa Isabel', bajo su conducción, se hundió en las frías aguas de la ría de Arousa. Ocurría que Cebreiro era gallego de nacimiento, pero gijonés de adopción y oficio: hijo de José María Cebreiro, comandante de Marina en Gijón y él mismo destinado a la villa de Jovellanos durante años, llevaba apenas once meses como piloto en el momento de la tragedia.
Fue en las primeras horas del 2 de enero de 1921. Estas semanas se cumplió el siglo. El trasatlántico 'Santa Isabel', cargado de pasajeros que se dirigían a Cádiz para transbordar hacia Buenos Aires y Montevideo, se encontró con un temporal de órdago y trató de refugiarse en la ría, a escasas millas de la remota isla de Sálvora. Algo ocurrió. Probablemente, una avería al abocar la entrada. «Próximamente a las dos menos diez minutos de la mañana sentí un fuerte golpe y trepidación del buque», declararía, en la causa poste rior, Cebreiro. El capitán, Esteban Muñiz, también de la matrícula de Gijón, le tranquilizó: el 'Santa Isabel' había embarrancado, pero el faro de Sálvora alumbraba.
Sin embargo, el auxilio llegó tarde. La nave -a partir de entonces, muchos conocerían aquel suceso como el del 'Titanic gallego'- se partió en dos, estrellada contra las rocas y con la proa hundiéndose en el agua en cuestión de segundos. No sirvieron de nada los botes salvavidas, abatidos por el fuerte oleaje nada más posarse en el agua. No hubo ayuda. No hubo consuelo hasta que, muchos minutos más tarde, los fareros por fin pudieron vislumbrar lo que ocurría entre las brumas de una noche en la que reinaban la lluvia y las nubes. Fue entonces cuando aparecieron ellas: cuatro mujeres, la más joven de catorce años, montadas en una dorna mucho más humilde que los botes de salvamento de la nave trasatlántica, pero -gracias a la sabiduría centenaria de la vida isleña- más firme.
Cuenta Fernández Pazos en su monografía sobre la tragedia ('Sálvora. Memoria dun naufraxio. A traxedia do Santa Isabel', editado en 1998) que aquel día solo veinticinco personas habitaban la isla: las mujeres, los niños y los viejos, con la única excepción de los fareros. La mayoría de los vecinos se habían desplazado a Riveira, donde se celebraban las fiestas de Aninovo, y los mozos jóvenes cumplían el servicio militar. Solas pero bravas, cuatro fueron las mujeres que, según el testimonio de Cebreiro, acudieron a socorrer a los pasajeros que braceaban en la mar.
Fueron Cipriana Oujo, Josefa Parada, María Fernández y Cipriana Crujeiras las que han pasado a la historia como 'heroínas de Sálvora'. Las tres primeras, junto a Cebreiro, sortearon los envites del mar hasta conseguir poner a salvo a más de medio centenar de personas. El agua se tragó a 213. Durante varias semanas, Luis Cebreiro sería el encargado de contestar pacientemente las decenas de telegramas -algunos aún se conservan- que le remitieron las familias de las víctimas como segundo responsable de a bordo. El capitán, Muñiz, estaba ingresado de gravedad, víctima de una pleuroneumonía causada por haber permanecido más de dos horas en las gélidas aguas de Arousa. «Embargado de pena por pérdida un hijo», dice uno de ellos, remitido por el padre de Carlos Verdier, «me alegro en el alma salvamento usted, punto. Ruégole encarecidamente cuando se tranquilice me de cuantos detalles pueda referentes últimos momentos mi hijo». Aún más lacónico fue el propio Cebreiro al mandar sus señas a su familia en Gijón, al día siguiente de la tragedia. «Estoy salvado. Luis». Poca información, pero la justa y necesaria.
Y más concluyente, desde luego, que las escasas noticias que pudieron recibir la mayoría de los familiares de las víctimas del 'Santa Isabel'. «Muchos de los náufragos que, a fuerza de sacrificios, ganaban la orilla, eran arrastrados por las olas y arrojados sobre los peñascos, destrozándose», explicó EL COMERCIO el 5 de enero. «A eso se debe también el que algunos de los cadáveres que el mar arroja a la playa tengan los cráneos destrozados» siendo, por tanto, inidentificables. Las fotos de los muertos se publicaron en la prensa gráfica; aquí, en Asturias, se llegó a identificar a uno, colungués. El cura de Sales fue a buscar el cuerpo a Riveiro, pero el resto se quedaron reposando eternamente en el cementerio de Santa Engracia, el lugar donde las aguas devolvieron los cuerpos. Querría la mala fortuna que el primero de ellos fuera «el de una joven de esa localidad, que, impaciente por el viaje que iba a emprender a la Argentina, no quiso esperar al buque en Villagarcía y se trasladó a Coruña, donde embarcó. El cadáver de la víctima lo reconoció su madre, desarrollándose una escena desgarradora». De los pasajeros asturianos, que habían embarcado en el 'Santa Isabel' en Santander, solo sobrevivió uno: Maximino García Arduengo, de Villaverde. Fueron doce los muertos. Desaparecieron en aguas de la ría Matilde Valdor y Generoso Crespo, de Cudillero; de Llanes, Rafael Puertas y Juana Capos; y, de Gijón, Enrique, Afrodisio y Estrella Peón. Los cuerpos de los cabraliegos Vicente López y Antonio Lorido constan en la lista de víctimas de Fernández Pazos como enterrados en el cementerio de Riveira. Solo uno de los muertos volvió a casa: el colungués Daniel González. Y también, pero con vida e imbuido de las mismas pinceladas de heroicidad que las cuatro mujeres de Sálvora, trasladadas en olor de multitudes a tierra firme para ser galardonadas por su bravura, lo hizo Luis Cebreiro.
«Se tienen noticias relacionadas con los actos de verdadero heroísmo realizados por el segundo oficial del 'Santa Isabel'», afirmó EL COMERCIO del día 5. Se decía de Cebreiro que había logrado «lanzar un bote al agua», el único que resistió los golpes del mar, «en el que se salvaron treinta o cuarenta personas, que llegaron sin novedad a la costa».
«Se portó como un héroe», redundamos un par de jornadas después, con el oficial recuperándose ya en Riveiro y a pocos días de su vuelta a Gijón, donde sería recibido por el alcalde. «Permaneció en el mar, nadando, más de tres horas». Tal era la corpulencia, y la bravura, de 'El Tonelada'.
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