Tina Alonso

Pero es más sencillo que eso. Esta madrileña, nacida en 1942, no guarda ningún recuerdo de su ciudad de nacimiento en la que vivió poco más de un año: como a otro ilustre asturiano a ella la nacieron fuera de Asturias, porque su padre estaba trabajando como ferroviario en la capital pero pronto pudo retornar a la tierra y la familia se instaló en Oviedo. Aun así, tampoco fue Oviedo quien se adueñara de su corazón de niña que prefería la casa de los abuelos, el paisaje de Pajares, de La Rumía, de Campomanes, la vida un poco salvaje de juegos y de árboles, de libertad, cerezas y lluvia. Y sin que sepa muy bien por qué siempre existió en ella la exigencia, la necesidad de cuidar de los demás. El necesario Servicio Social le abrió el camino para iniciar los cursos en Cruz Roja de los que salió con la titulación necesaria para acceder a un puesto de trabajo como sanitaria. También fue la chavalina más joven en conseguir el título de socorrista de la primera promoción en Asturias. Cuando recuerda esos tiempos, los años trabajando en Pediatría, la llegada de las primeras incubadoras, los esfuerzos para sacar adelante a los prematuros, se le ilumina la mirada y se adivina una felicidad genuina, la que siempre la ha acompañado, la que se deriva de la satisfacción que le produce el servicio a los demás. Tuvo un novio, el primero, el compañero de toda la vida y se casó con él por poderes, en la ermita de la Virgen de las Nieves de Pajares, y con él vivió la aventura de la emigración en Lieja durante algunos años que le sirvieron también para que la conciencia política se sumara a la social ya existente. Allí trabajó en el servicio médico de una empresa, allí nació su primera hija y de allí retornaron para instalarse en Gijón, para hacer de la ciudad su casa y su vida. Y aunque profesionalmente enhebró la aguja para coser y para hacer prendas y para enseñar los secretos del Corte y Confección, su vocación de cuidar de los demás y mejorar las existencias de sus conciudadanos encontró otros cauces en el asociacionismo, en el movimiento vecinal, en la búsqueda de soluciones a los problemas.

Esta mujer de altura imponente, de gesto resuelto y de mirada lúcida habita un territorio propio donde la distancia que nos separa de la utopía se conquista a golpe de reivindicación y de negociación. Su lucha incansable ha dado frutos en cuestiones tan importantes como la implantación de una unidad de radioterapia en Gijón, una aspiración que ha mejorado la vida de muchos gijoneses que vieron cómo desaparecía el peregrinaje en ambulancia (otra mejora sustancial lograda previamente) hasta Oviedo y era posible recibir su tratamiento en la nueva unidad. También ella supo en carne propia y de los suyos del zarpazo de la enfermedad y eso la convenció de lo importante que era y sigue siendo la defensa con uñas y dientes de la sanidad pública, y la pelea por conseguir que las cosas sean más fáciles. Sus batallas se corresponden con lo que han sido avances en la ciudad, como la creación del Centro de Salud de Zarracina.

No abandona la costumbre de luchar, de reclamar que las decisiones estén siempre para favorecer a los ciudadanos, desde la Vocalía de la Mujer, desde la Protectora de Animales, desde el área de Sanidad.

En su mirada, en la de las personas que como ella se hacen imprescindibles, vive la esperanza de todos nosotros: la que nos permite seguir creyendo que juntos es posible que la vida sea menos injusta, que nada de lo conseguido se pierda, que la lucha no tenga final, mientras tampoco lo tenga la desigualdad.