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Cajas y cajas llenas de pliegos se encuentran en los entresijos del Jardín Botánico de Gijón. Y, aunque no lo pueda parecer a simple vista, conforma un tesoro único: un herbario constituido por casi 50.000 ejemplares prensados y secados donde está representada prácticamente toda la flora de la Cornisa Cantábrica y su prolongación hasta el río Duero. Se trata del legado del jesuita Manuel Laínz, fallecido el pasado julio a los 101 años y al que Luis Carlón, actual conservador de las colecciones del Botánico, valora como «uno de los investigadores más importantes en este campo, sobre todo en las épocas posteriores a la posguerra». Toda la colección de este territorio en el que está más del 90% de la flora representada, Laínz la denominaba 'mi barrio'. Él «adquirió la responsabilidad de estudiar a fondo y conocer detalladamente todas plantas que había en el mismo», señala Carlón.
La historia de esta colección comienza en la década de los años cuarenta cuando empezó a constituir su propio herbario personal. Alguno de los ejemplares más antiguos que se datan son un helecho real florido de la fuente del Piago (Ruiseñeda) de agosto de 1946. A su propia herramienta de estudio científico añadió en 1954 los ejemplares del herbario personal de Édouard Leroy un botánico de origen belga que desarrolló su actividad en Cantabria y con quien el padre Laínz mantenía contactos.
Dichos ejemplares llegaron a Gijón con el padre Laínz cuando se incorporó en 1956 al claustro de profesores de la Universidad Laboral y fueron propiedad de la Compañía de Jesús hasta 2003, cuando se cedió al Jardín Botánico en su inauguración, donde la actividad del herbario se siguió desarrollando uniendo los hallazgos de Laínz a los de otros botánicos que siguieron su estela y enriquecieron su proyecto.
En un momento en el que había una «precariedad tecnológica», Carlón destaca la rigurosidad del trabajo de Laínz «a veces hasta obsesiva», pero a su vez «muy necesaria». Explica que a Laínz no le bastaba con utilizar los libros que estaban a su alcance. «Si descubría un ejemplar, aunque encajara con la información que tenía, necesitaba material de cotejo e intentaba hacerse con una muestra originaria». Todo ello le permitió crear una extensa red de intercambio por toda Europa, además de sus propios viajes a grandes centros de botánica europea para documentarse.
Gracias a este trabajo, el padre Laínz descubrió, entre otras cosas, el pliego tipo de 'Dianthus x helveticorum' que se trata de un híbrido. Su nombre común 'De los suizos' se refiere a Boissier, Leresche y Levier, botánicos helvéticos que visitaron los Picos de Europa en 1878. A modo de homenaje, el padre Laínz organizó una excursión al cabo de un siglo, en colaboración con el grupo de montaña Torrecerredo, a la que acudieron botánicos españoles y suizos.
Su gran pasión, que cultivó toda la vida, le permitió que en sus paseos por El Coto, siendo ya octogenario, fuera el primero en darse cuenta de la expansión de una especie de 'Calystegia', que por entonces no era conocida de Asturias, pero que a día de hoy ha desplazado casi por completo, sobre todo en zonas suburbanas del centro, a la 'Calystegia sepium', la única especie que se conocía previamente. Todos estos hallazgos forman parte de un herbario que ayuda a científicos de todo el mundo a cotejar de forma correcta la identificación de muestras así como permite la conservación y la diversidad vegetal, ayudando a delimitar las localizaciones donde las plantas estuvieron presentes y a determinar la extinción en un territorio.
El padre jesuita Manuel Laínz, fallecido el pasado 21 de julio, a los 101 años, fue profesor de la Universidad Laboral e investigador en el ámbito de la Botánica. Pasó en la ciudad de Gijón gran parte de su vida (61 años) cediendo a la ciudad su extenso herbario, que representa el 90% de la flora ibérica y que se conserva en el Jardín Botánico. Natural de Santander, donde nació en mayo de 1923, ingresó en la Compañía de Jesús en 1939. Fue en 1956 cuando llegó a la Universidad Laboral.
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