Simón Cortina

La vida tiene a veces estas cosas: escribe con círculos las coordenadas vitales, y Simón Cortina, que nació en Gijón, en las inmediaciones del Sanatorio del Carmen, en 1971, se encuentra ahora y desde hace ya años con que tras un periplo que incluyó la selva de Perú, Salamanca, Madrid y el Sur, su vida se circunscribe a los mismos espacios que fueron los decorados de su infancia: las calles, el colegio en el que dio sus primeros pasos de parvulito, la parroquia de toda su vida. Y mientras unas biografías se escriben con saltos mortales con tirabuzón y con caídas de caballo camino de Damasco, en la trayectoria vital de Simón Cortina, en cambio, no parece que las sorpresas hayan sido determinantes, y más bien cada hito es el resultado de decisiones tomadas anteriormente, todo en un continuo de coherencia. Si acaso, llama la atención aunque se comprende enseguida, lo de abandonar la carrera de Derecho después de cuatro años, convencido de que su camino tenía que ser una entrega completa a lo que ya desde siempre, de un modo progresivo y tranquilo se había instalado en él con el nombre de vocación.

Si de niño había sido buenecito y formal, el mayor de dos hermanos, responsable, voluntarioso y muy buen estudiante, su vida de adulto ha seguido los mismos derroteros, y en su rostro, en su voz, en la fluidez con que enhebra palabras y frases, se puede rastrear la huella de una vida sin demasiados sobresaltos y con una decisión firme. La timidez que lo acompañó de niño ha ido dejando paso a alguien expresivo pero que mantiene la capacidad de escucha y empatía. No hay más que asomarse a la afabilidad que transmite su gesto, esa sonrisa que florece entre su barba que proclama el gris del tiempo, y que invita sin aspavientos a la confianza, la alegría tranquila que habita en sus ojos tras las gafas que son refugio para los últimos rescoldos de timidez. Habla con entusiasmo de la enseñanza, de los procedimientos educativos, de su firme convicción de que la educación solo es posible con una individualización absoluta, conociendo debilidades y fortalezas y potenciando estas últimas para conseguir la mejor versión de cada alumno, de la necesidad de que familia y colegio sean cómplices en esa tarea maravillosa de acompañar a un niño hasta su condición de adulto en las mejores condiciones. En el Codema que dirige desde hace trece años, esas certezas se materializan en el elevado número de alumnos con altas capacidades diagnosticadas, que aún así vienen a ser el porcentaje que se estima que se da en la población general: la diferencia, la enorme diferencia, está en el empeño del colegio en localizar, en descubrir esas altas capacidades en sus alumnos, y tratarlas adecuadamente.

Simón Cortina mira con el brillo y la alegría de quien seguramente conoce el secreto para que las horas se estiren en el reloj y parece tener tiempo para todo: para la gestión del colegio y sus clases, para su condición de Superior de la Comunidad de Claretianos, para la presidencia de las Escuelas Católicas de Asturias y todo el trabajo que ello conlleva, para viajar y conocer las propuestas de innovación educativa en Europa.

Y aún tiene tiempo para mantener relación con los que fueron compañeros en el mismo colegio que ahora dirige y acompañarlos en momentos importantes, felices o tristes de sus vidas, para el balonmano, deporte del que fue árbitro hace algún tiempo, para leer novela histórica, que le encanta, y sobre todo para acudir al Molinón en cada partido del Sporting, y hacerlo como siempre hizo (es socio desde hace más de cuarenta años) en compañía de su padre y ahora también de su sobrino, tres generaciones unidas por el amor a un club, que es lo mismo que decir el amor a una ciudad y a la gente que la habita.