LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 23 de abril 2023, 00:56
Nunca hay que subestimar el enorme poder de influencia de las abuelas por desapercibido que pueda pasar. A Sergio Buelga fueron, tal vez de forma inconsciente, sus dos abuelas las que consiguieron canalizar los dos grandes intereses o pasiones que habrían de marcar sin duda ... no solo la trayectoria del niño que en las conversaciones y el contacto con ellas iba pergeñando, sino también una parte muy importante de lo que lo configura como persona.
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Para Sergio Buelga, nacido en Gijón, en 1979, en la calle Cienfuegos, fue la figura de la abuela paterna de la que tomó la necesidad de una lengua para nombrar el mundo, los afectos, las emociones y todo aquello que cabía en su palabreru de la cuenca. De la otra, la materna, en cambio, se le quedó sin tener ninguna consciencia de ello, la pasión por la interpretación: a ella le habría gustado ser actriz, lo que resultaba bastante imposible para una chica decente de la época, y aquel deseo contrariado lo convirtió en una mitomanía que le permitía conocer a todos los actores y actrices, seguir sus trabajos y emocionarse con el modo en que tomaban forma sobre los escenarios historias y situaciones. Y ahí, a los escenarios fue a parar Sergio un poco por casualidad y, otro poco, porque por allí andaba como actriz de la Compañía Asturiana de Comedias su hermana Mar, y su primer papel fue el de uno de los malditos necesarios para meter bulla en una escena, a la manera de aquello de ¡Cuán gritan esos malditos, don Juan! Y hasta tuvo que cantar, con lo que de un plumazo, cualquier temor a las tablas quedó superado.
Sergio Buelga tiene un rostro en el que convive la afabilidad indiscutible con una seriedad (que en seguida desmiente el trato) adolescente, tal vez instalada en las gafas de chico estudioso, que sin embargo no le encontró la gracia a la carrera de Historia que inició en el Campus del Milán. La picadura del teatro unida a la militancia por el asturiano terminó por encaminar sus pasos en lo profesional a la animación sociocultural, de forma que ambos intereses estuvieran presentes. Quizá porque en realidad es su forma de entender el mundo.
La Compañía Asturiana de Comedias se convirtió, desde que era un crío, en su casa, y tras el fallecimiento de Eladio Sánchez se encontró dirigiendo a un grupo de actores y actrices aficionados que en su mayoría lo habían visto crecer en un ir y venir entre bambalinas y escenarios. Algunos de esos actores, octogenarios, han pasado décadas enteras viviendo otras vidas, las de los personajes interpretados en las tablas, porque este grupo de teatro popular asturiano amateur tiene más de un siglo de antigüedad aunque con distintos episodios en esa larga trayectoria.
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Y ahí, también, Sergio Buelga descubrió que el impulso creativo encontraba su cauce en la escritura dramática, en los textos teatrales, en la creación colectiva que supone el proceso desde que surge la idea hasta que se pone en pie ante el público. Y también se ha reafirmado en el incalculable valor del teatro popular asturiano, su cercanía o no con el costumbrismo, la posibilidad de contar historias que hablan de asuntos a veces impensables, que entran en el fondo mismo de las existencias de los personajes.
También investigador, en la actualidad entre obra y obra, ensayos y estrenos, prepara un informe junto con Inaciu Galán sobre el teatro popular asturiano como Bien de Interés Cultural.
Su condición de padre de Nora lo llevó, junto con Jana, a formar parte de Reciella-Families pol asturianu, y su implicación se cristalizó en la Escolina, en los talleres de teatro en asturiano para niños en los que la llingua, que para Sergio fue fundamental, bebida de los labios de la abuela de la cuenca, se mantiene, y se convierte en vehículo para hacer del mundo un lugar mucho más grato y mucho más feliz.
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