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Eran las nueve en punto de la mañana cuando la Soledad de María salió por la puerta de la iglesia de San Pedro para recorrer las calles de Cimavilla a hombros de los costaleros. Unos minutos antes, lo hacía el paso de San Juan Evangelista, ... ataviado con su manto y sus flores granates, precedido por las hermandades de la Vera Cruz y la Santa Misericordia y respaldado por la Cofradía del Santo Sepulcro.
Con el sol brillando sobre el barrio alto y ante la atenta mirada de más de un centenar de personas que se congregaron en el Campo Valdés para arropar los pasos, los cofrades, envueltos en un inteso olor a incienso y vestidos con verdugos y capirotes, comenzaron la marcha. La procesión más madrugadora de la Semana Santa asturiana recorrió el Campo Valdés, las calles de Sebastián Miranda, Cruces, Rosario y Artillería, culminando en la capilla de la Soledad.
La Soledad de María tiene fama de ser una procesión especial, diferente, y quien la haya visto alguna vez sabe bien que hace honor a su reputación. El silencio atronador que la acompaña durante todo el camino, interrumpido únicamente por los rezos del Rosario y el sonido de los báculos que marcan el paso de las hermandades, impregna de majestuosidad un ambiente taciturno que impone tanto a devotos como a los no creyentes.
Los vecinos menos madrugadores levantaban las persianas y se asomaban a sus ventanas para ver la procesión. Y es que es tal la grandeza del encuentro de San Juan Evangelista con la Virgen que se vuelve imposible permanecer ajeno a los ecos del Ave María. Mientras algunos de ellos hacían sus rezos desde la ventana, muchos aprovecharon para grabar los pasos con el móvil y algunos turistas alojados en la zona aprovecharon para conocer de cerca la procesión más 'playa' de la Semana Santa.
Durante la marcha, el párroco de San Pedro, Javier Gómez Cuesta, dirigió el rezo del Rosario con los cinco misterios dolorosos: La oración de Jesús en el huerto, la flagelación, la coronación de espinas, Jesús con la cruz a cuestas y la Crucifixión. Todos ellos, como manda la tradición, con un Padre nuestro, diez avemarías y un Gloria.
Gómez Cuesta aprovechó además para hacer una dedicatoria en cada uno de ellos, en las que se acordó de «los rostros queridos que ya no están y que acompañarán a la Virgen en esta procesión a su capilla», de «los que salen a la guerra mientras nosotros salimos a en procesión», de «todas las familias de Gijón, para que transmitan la fe a sus hijos», de «los enfermos, sobre todo aquellos que tienen enfermedad difícil o terminal» y, por último, de «todos los cofrades de España».
Una vez llegados a la capilla de la Soledad, las hermandades de la Vera Cruz y la Santa Misericordia, así como la Cofradía del Santo Sepulcro, dejaron a la Virgen María «en su casa, donde nos espera y nos bendice para que podamos estar aquí el próximo año y celebrar la Semana Santa con el fervor que lo hemos hecho este año», concluyó el párroco. Durante toda la procesión estuvo a su lado el pregonero Andrés Presedo, que lucía la medalla de cofrade honorario que las cofradías le otorgaron hace justo una semana tras la lectura del pregón.
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