Una retahíla de cajas se amontonaba ayer en la parte trasera de la parroquia de Jove. En total, poco más de 700 kilos de rosquillas de San Blas que serán repartidas mañana desde las diez. La venta continuará durante todo el día hasta agotar existencias. Tan solo se hará un parón al mediodía durante la misa y la procesión en honor al patrón de aquellos que padecen enfermedades o afecciones a la garganta.
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Cabe recordar que aquí no vale el dinero. La venta de rosquillas se realizará a través de las papeletas adquiridas con antelación en siete locales: Sidrería Román, la farmacia de Jove, los restaurantes Tírate al Matu y Les Cabañes-Casa Caela, la tienda El Sol y las parroquias de Fátima y Jove. Cada bolsa cuesta dos euros y trae diez.
Con las rosquillas a punto, ayer tan solo faltaba darles la bendición que aportaría al dulce «las facultades curativas», indicó Eduardo Zulaiba, cura de Jove. «Estos símbolos son muy importantes para la vida de las personas. Vividos desde la fe ayudan a canalizar la devoción que se siente», explicó el párroco. Lo que se vive en San Blas «no pasa el resto del año. La gente acude en masa. Es una tradición que se pasa de generación en generación», señaló.
El de la mañana a mediodía no será el único evento que organicen en honor al santo. A las seis y media habrá una celebración para los niños, ya que con ellos empezó todo. Herminia Llera, que llegó en 1942 a la iglesia de Jove para ayudar al párroco de entonces, dio comienzo a esta tradición al elaborar este dulce –bajo receta de las Pelayas ovetenses– que se repartía entre los pequeños del catecismo.
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