Romerías de imprenta y nostalgia

El diseño gráfico ha sido y es perfecto aliado de las celebraciones. El Pueblu d'Asturies conserva casi un millar de estas obras impresas, algunas anteriores a la Guerra Civil

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 16 de julio 2023, 11:08

No hay fiesta sin cartel. Ahora y siempre. Alentar el camino hacia la celebración se ha servido de litografías e imprentas para poner color y palabras a músicas, descargas, santas misas y procesiones. El Muséu del Pueblu d'Asturies conserva una creciente colección de carteles ... y, entre sus fondos, casi un millar dedicados a todo tipo de celebraciones. Empezando por el Carmen que hoy nos ocupa y se disfruta en numerosas localidades de Asturias y continuando por la Virgen de agosto que se multiplica sin límite. Y, con ellas, los trazos, las formas, las alegorías de la celebración y las certezas de la asturianía que se viste de gaita, panderu y tambor. Todo cabe en esos dibujos que se conservan gracias al empeño del museo por recuperar un pasado hacia el que nadie miraba años atrás. Hasta 1958 no había obligación legal de depositar un ejemplar de cada cartel impreso, de modo que los que hay de años anteriores, con permiso de archivos municipales, han sido rescatados gracias a compras, donaciones de coleccionistas o depósitos, como el de la familia del ilustrador Alfonso, uno de los autores estrella de esta forma de arte gráfico tan lúdico.

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Una fuente importante para la conservación de estos carteles son las propias imprentas, como la Mercantil, en Gijón, o Baraja, en Oviedo, que realizaron donaciones al museo. Notable es también otro conjunto donado como es el de Rafael Meré, que permitió recuperar algunas copias relevantes de los años cincuenta por ejemplo.

Son 4.359 los carteles catalogados en el museo, aunque son en realidad muchos más los conservados porque han ingresado un buen número recientemente que incrementarán la cifra y, de esos, 935 se corresponden con los de fiestas. El camino temporal que recorren comienza antes de la Guerra Civil y llega hasta nuestros días, aunque el grueso son de los años cincuenta y sesenta, y tiene entre sus nombres más destacados como autores los de el citado Alfonso Iglesias, y Falo, un cartelista muy conocido en la cuenca minera que gustaba de componer esas estampas que habrían de conducir al festejo y la diversión.

Dos tipos, dos economías

En este particular mundo, como relata Juaco López, el director del museo gijonés, hay dos tipologías claras de reclamos, que nacen de las técnicas empleadas, a la que se llega en función del pecunio de quien pone en marcha la celebración. «Hay dos tipos de carteles, en función de la capacidad económica de los que organizan, los que llevan dibujos que encargaban a un ilustrador y había que tirarlos en las litografías, como Viña, en Gijón, o Del Río, en Luarca, y los carteles que se hacían en ciudades grandes fuera de Asturias. Luego está la mayoría, que son los tipográficos, que hacían imprentas pequeñas, en Pravia, en Vegadeo, en Navia, en Ribadesella», explica López. Relata cómo en localidades pequeñas también sus imprentas locales se afanaban en esa tarea de multiplicar y llevar a un sinfín de lugares la información sobre la fiesta de turno.

Cierto es que hoy sigue siendo así. No ha acabado la tecnología con esta forma de publicitar la fiesta, que se instala en tiendas, en mupis, en bares, pero ahora también se cuelga en Instagram y circula por Whatsapp. Los carteles de antaño, los que ahora miramos con una cierta nostalgia, nos conducen a otros tiempos, a otras formas de entender el diseño gráfico, nos llevan con madreñes, con dengue, con medies azules, en piragua o en barco de las fiestas de grandes ciudades a pequeños barrios, del Bollu de Avilés al Carmín de la Pola, del Portal de la Villa, al Loreto de Colunga, de Santa Teresa en Infiesto, a los Huevos Pintos de Sama de Langreo. De aquí allá, entre romerías, grandes orquestas, alboradas, partidos de fútbol, vermús para no olvidar, sus «diversos actos competitivos», su poco de folclore, sus concursos de carrozas y bolos... Y todo, como ocurrió en el Carmen de Agones de 1958, «con esmerado servicio de cantina».

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