
Ricardo Tascón
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Ricardo Tascón
Ya solo queda él. Su madre, Encarnación, falleció en 2008, el mismo año que su hermano Ángel. El pasado julio lo hizo el pequeño de ... los tres hermanos, Teodorino. Ricardo Tascón (Gallegos de Curueño, León, 1932) añora los tiempos en los que «éramos una piña». Al frente del Grupo Tascón Hermanos –escindido en 1985 por desavenencias con una parte de la familia–, lideró el negocio de la hotelería en Gijón. «Tenía mucha ambición porque yo me crie con muchísimo complejo».
–Explíqueme eso.
–Cuando mi padre volvió de la guerra yo tenía 6 años. Vino enfermo y murió cuando yo tenía 14. Teodorino, que era el pequeño, 8. Quedamos sin sustento. Subsistiendo como podíamos. La casa donde vivíamos era prácticamente una chabola. Yo eso no lo llevaba. Cuando terminé el servicio militar, que lo hice aquí en Gijón, entre mi madre y yo hicimos una casa en el pueblo. Siempre tuve mucha ambición porque me crié con ese complejo por la forma de vivir, de vestir, de no tener nada...
–Terminada la mili empezó a trabajar. ¿Dónde?
–Mi idea era marchar a Buenos Aires, porque tenía familia allí. Pero al final vine para Asturias. Llegué de sábado y el lunes empecé a trabajar haciendo baldosas para las Mil Quinientas de Pumarín. Trabajaba de nueve de la noche a nueve de la mañana. A 5 pesetas la hora. Al poco pasé a la Fábrica de Moreda. Estuve cinco años en el taller de fundición. Salía a las cinco de allí y marchaba a la sidrería Guaniquei. Trabajaba allí hasta la hora del cierre. Sin sueldo, pero me daban la merienda y la cena. Y en una cesta, el desayuno y la comida del día siguiente. Con las propinas, pagaba la cama para mí y para mi hermano Teodorino.
–¿Su hermano pequeño ya estaba entonces en Gijón?
–Sí, trabajaba en una cafetería en León, pero me llamó que quería venir conmigo.
–Después se les unieron su madre, Encarnación, y su hermano Ángel, y comienza lo que sería el germen del Grupo Hermanos Tascón con un primer negocio de hostelería.
–Sí. Cogimos el traspaso de Picos de Europa, un local muy antiguo que había en la avenida Schulz. Un bar que tenía una buhardilla arriba con camas en la que se hospedaba gente que trabajaba en la mina de La Camocha.
–Poco después, abren lo que sería el bar León. Cuénteme.
–Cogimos el traspaso de La Barquera, que estaba en la calle Instituto, y le pusimos el nombre de bar León, por nuestros orígenes. Allí estábamos los cuatro, mi hermano Ángel, mi hermano Teodorino, mi madre y yo, que era el que mandaba. Aquel local había sido restaurante y bar de copeo de noche con mujeres así que cuando cogimos el negocio allí no entraba nadie. Lo que se me ocurrió fue, en un rincón que daba a la calle, quitar la ventana, poner unas cajas vacías de sidra, una plancha y una bombona de butano y ponerme a asar sardinas y ajos para que la gente oliera a comida y entrara.
–¿Y funcionó?
–Sí. En el bar León también decidí poner una máquina para asar pollos, eso en contra del criterio de mi madre, que pensaba que iba a llevar el negocio a la ruina. Pero yo siempre fui muy decidido. Probé y me salieron las cosas bien. Estando con ese negocio, adquirimos el restaurante Peñarrubia. Para tomar esa decisión, durante dos sábados y dos domingos me dediqué a ver el movimiento de coches que había para esa zona y el tipo de negocios que había allí. Vi que lo podía llevar y lo compré en 4,5 millones de pesetas, que no los tenía, pero se hizo con letras. En seguida conseguimos hacer del Peñarrubia uno de los restaurantes que más trabajaban de Gijón.
–El Peñarrubia lleva más de una década cerrado...
–Catorce, por no tener quién lo trabaje. Porque al adquirir el Palacio de la Magdalena, en Soto del Barco, e ir mi hermano Ángel a llevarlo no teníamos a quién poner. Nadie emprende un negocio para cerrarlo. Si los negocios se cierran o se venden es porque no hay continuidad.
–El primero de los muchos hoteles que pusieron en marcha fue el León, en la avenida de la Costa, hace casi medio siglo.
–Se compró el edificio, de tres plantas, que en el bajo tenía una tienda de comestibles e hicimos una cafetería y una pensión con unas veinte habitaciones. Al año ya me di cuenta de que todo cambiaba y aquello no tenía futuro. Se tiró todo y se hizo el hotel, con gran dificultad porque no había medios. Lo hizo el constructor Aquilino Rodríguez, que terminó la obra sin haber cobrado nada, pero confió en mí porque vio que tenía ambición de trabajo. No hubiera podido hacer ese hotel si no hubiese sido por él.
–Tanta que poco después se embarcan en el proyecto del hotel Begoña Playa, en Ezcurdia.
–En el número 88 iban a construir diez pisos. Me lo contó el director del banco en el coche, pasando por allí en dirección al Infanzón, donde iba a comparar un chalé. Los pisos los iban a vender a 2,5 millones de pesetas. Y el bajo, a tres millones. Me quedé con aquello y allí se construyó el Begoña Playa.
–En 1985, el Grupo Tascón Hermanos se rompe. Su hermano Ángel y los hijos de este se van por su lado y usted continúa los negocios por otro, junto a Teodorino. ¿Qué motivó esa separación?
–Fue un problema familiar. Yo, que me había criado sin posibilidad de escuela, daba mucho valor a la formación y los estudios y los exigía a los descendientes, pero no respondieron. Llegó un momento en que me di cuenta de que no podía continuar así. Al haber esa discrepancia, al no coincidir ya conmigo, le ofrecí a mi hermano Ángel separarnos.
–Y se repartieron los negocios.
–Sí, mi hermano Ángel se quedó con el hotel León, el Bingo San Lorenzo y otras cosas más que pasaron a gestionar ellos.
–Usted sigue adelante y abre el hotel Begoña en el solar del antiguo cine Goya.
–A finales de los 80, sí. Se adquirieron además dos edificios colindantes y una sidrería, Casa Godoy, que estaba al lado. Hicimos un hotel de tres estrellas y 233 habitaciones. Era el mayor de Asturias.
–Y en 1994 abrió el Begoña Park, en El Rinconín...
–Una zona preciosa, al lado de la playa. No lo dudé. Adquirí una póliza de 500 millones de pesetas al 17%. Era caro, pero se podía pagar.
–Nada más abrir recibieron a sus huéspedes más famosos, los Rolling Stones. Pasados treinta años ya podrá contar alguna anécdota. ¿Se pusieron muy exquisitos con sus exigencias?
–Pedían tantas cosas que no teníamos... Por ejemplo, siete fax, un servicio de lavandería exclusivo para ellos... No lo teníamos, pero se podía alquilar. Les dimos precio por todo. Total, que al final con un fax se arreglaron. Y el resto de los servicios también pasaron de ellos.
–De la Ería del Piles llegó a ser propietario de casi el 40% del suelo.
–Es que yo era tan ambicioso que lo quería todo para mí. El dueño de aquellos terrenos me dijo que iban a venir unos portugueses que estaban interesados en comprarlos para poner allí un hotel. Eran dos fincas. Las compré para que no pusieran allí un hotel que nos hiciera competencia. Los dueños de los terrenos que estaban al lado empezaron a vender. Total, que acabé quedándome con todo. Al final, acabamos vendiéndolo a Asturpromotora.
–Todos sus negocios estaban en Gijón hasta que en 2007 abrió el Palacio de la Magdalena en Soto del Barco. ¿Cómo acabó allí?
–Pues porque me había hecho, en Otero de Rey, en Lugo, con un edificio que habían construido para hotel de cuatro estrellas que nunca llegó a abrir. Hicimos una obra enorme para dedicarlo a geriátrico. Por aquella época yo me pasaba de lunes a viernes en Lugo y, cuando volvía para Gijón siempre me encontraba caravana en Soto del Barco. Fue así como me fijé en quella finca y en el palacio y acabé comprándolo. Fue una decisión errónea.
–¿Por qué lo dice?
–Porque costó mucho dinero y, al poco, vino la crisis. Y porque al ir para allá mi hermano Doro, hubo que cerrar el restaurante Peñarrubia.
–Con el Palacio de la Magdalena siguen, ¿y con aquel geriátrico en Lugo?
–Pues desgraciadamente no, porque cuando llegó la crisis, como los negocios no facturaban, hubo que venderlo para pagar.
–Si echa la vista atrás, ¿con qué se queda de estos casi setenta años de dedicación a los negocios?
–Cuando miro atrás y veo de dónde salimos y cómo salimos, que teníamos una familia que era una piña, me siento orgulloso. Al principio había mucha armonía. Siento mucha añoranza de aquellos tiempos. Pero reconozco que fui exigente y que no todos lo aceptaron. También me quedo con los empleados que tuvimos. Hubo de todo, pero en general fueron muy buenos. Sin ellos no se podría haber hecho todo lo que se hizo.
–¿Se arrepiente de algo?
–Fui muy serio para muchas cosas, pero no me pesa. Tengo la conciencia muy tranquila. A los que tenía detrás, sobre todo a mi hermano Doro y su mujer, los hice trabajar demasiado. Y ahora pienso que el dinero no lo hace todo. Lo primero es la salud y, luego, la familia. Para vivir bien tampoco se necesita tanto dinero.
–Cuando abrió el hotel León habría muy pocos hoteles en Gijón, ¿no?
–Muy pocos. El Hernán Cortés, el Asturias, el Robledo, el Alcomar y alguno más pequeño. Gijón atraía mucha gente, pero venían de paso porque no había dónde quedarse.
–¿Cree que la oferta hotelera actual de la ciudad es ajustada?
–Ahora nos hemos pasado. Hay mucha competencia.
–¿Qué opinión le merece el crecimiento de la oferta de viviendas de uso turístico?
–Son una competencia desleal.
–¿Es difícil la convivencia de los negocios hoteleros tradicionales con esta nueva oferta?
–Se convive, pero a base de ofrecer tarifas más bajas.
–Pero los precios de los hoteles no han dejado de crecer...
–Crecen pero, aún así, siguen siendo bajos teniendo en cuenta los gastos que suponen estos negocios, que requieren mucha inversión en mantenimiento. También en personal, gastos que no tienen los apartamentos turísticos. La cosa está bastante mal.
–¿Qué salud financiera tienen sus negocios ahora mismo?
–Yo en su día conseguí comprar los terrenos, hacer los edificios, ponerlos a funcionar y pagar, pero ahora no da ni para las reformas. Me doy cuenta de que todo ha cambiado. Y de que, al no haber tenido ningún apoyo familiar que haya estado al nivel, nos hemos quedado muy atrasados. No estamos actualizados para nada. De aquí en adelante van a quedar son los buenos, la gente que esté preparada. Además, tengo una pregunta: ¿Por qué los que tenemos empresas en Asturias sufrimos la discriminación de impuestos que tenemos? Creo que en esto, los empresarios no estamos bien atendidos.
–¿Por qué tomó la decisión de vender recientemente el hotel Begoña Centro a un fondo de inversión francés?
–Porque a los que vienen detrás parece que no les gusta el negocio. Yo ya me he hecho viejo y el único futuro es vender. No es algo excepcional. Ocurre en muchos negocios. Hay una generación que los levanta y la generación que viene detrás piensa que es fácil, cuando no lo es. Entonces los negocios caen.
–¿Tomará la misma decisión con el resto de negocios?
–Pues puede ser.
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