LAURA CASTAÑÓN
Domingo, 5 de septiembre 2021, 04:06
Nació en Gijón, en 1969, en una casa en la que, dice, no había libros, pero las manos de carpintero y la voluntad de su padre fabricaron estanterías que fueron haciéndole hueco al conocimiento en forma de enciclopedias, y a la sensibilidad y la fantasía ... a través de los libros de los que se hizo amigo para siempre.
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Nacer cuando apenas faltan tres días para terminar el año tal vez tuvo que ver en esa dosis extra de empatía que parece haberle correspondido en el reparto que la naturaleza va distribuyendo en cada ser que llega al mundo. Cicatera como es con lo bueno,puede que le quedara un excedente de rasgos de bondad y había que terminarlos antes de cerrar el ejercicio anual. Sea como fuere, si hay algo que caracteriza a Rafael Cofiño, y quienes lo conocen lo saben, es que se trata de alguien que es buena gente.
No hay más que mirar su rostro, tan reconocible ahora por su presencia frecuente en las pantallas. En sus apariciones para dar noticia de la evolución de la pandemia en Asturias, ni siquiera la mascarilla hurta un ápice de la expresión de serenidad, de la confianza que genera, de su forma de explicar la situación, con maneras de equilibrista sobre la cuerda floja de la incertidumbre, calmado y consciente, sin dramatismos pero con firmeza. Detrás de las gafas que son seña de identidad en Rafa Cofiño, hay un médico que escribe con soltura en las redes, y con envidiable oficio en sus libros, un padre y un compañero, un activista de la salud pública, y hay sobre todo una fuerza que se impone, que viene de quién sabe qué adentros, para desmentir a la miopía y su leyenda de mirada triste. Y es ese ingrediente de imposible definición lo que hace que haya unanimidad en la opinión de quienes lo conocen y quienes solo lo intuyen: si la situación de Asturias en esta crisis de proporciones impensables es mejor de lo que podría ser, si nuestras cifras en vacunación, rastreos, y atención, si las decisiones, con ser difíciles, han sido las mejores que se podían tomar, si el caos ha podido ser domado a pesar de su complejidad, se debe a Rafa Cofiño, a su capacidad para liderar el equipo de Salud Pública del que se siente profundamente orgulloso.
Nada se improvisa en un rostro. El tiempo y las determinaciones dibujan los rasgos, perfilan las líneas que permiten una lectura del alma que a la vez muestran y ocultan. No hay trampa en esa sonrisa que se presiente aun antes de producirse, no hay doblez y sí una diáfana serenidad que tiene las raíces en una comprensión del ser humano y de su entorno, en una biografía que se fue trabando en el conocimiento de la cara B de la ciudad, en su trabajo de voluntario en el Albergue Covadonga, en Proyecto Hombre, en el contacto con aquello que no siempre es visible, pero cuyo dolor rompe las costuras de ese traje de confortabilidad con que la sociedad se mira en el espejo de la complacencia.
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Desde el conocimiento de la realidad, Rafa Cofiño ha podido especializarse en Salud Comunitaria y asumir la responsabilidad de la Dirección de Salud Pública sin imaginar siquiera que habría un viernes de marzo en que el mundo parecería detenerse y la fantasía improbable de tantas ficciones marcaría horas y destinos.
Desde entonces las canas han aumentado su proporción en el pelo que conserva reminiscencias de traviesa rebeldía, en la barba en la que habitan certezas y sueños, en la calma de quien se sabe arropado por los suyos más próximos (Natalia, los niños) y protegido por las voces invisibles de quienes desde el otro lado del tiempo cuidan de sus pasos.
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Hemos tenido mucha suerte de contar con Rafa Cofiño capitaneando frente a esta galerna. Las camisetas que se hicieron algunos alumnos suyos, con el lema 'Cofiñismo o barbarie' bien podrían ser el uniforme con el que se viste la esperanza.
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