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ÓSCAR PANDIELLO
GIJÓN.
Lunes, 4 de diciembre 2017, 01:06
Su llegada a Gijón desde una aldea de Ponga le convirtió, de manera involuntaria, en una de las 'colonizadoras' del nuevo barrio de la villa de Jovellanos. Corría 1960 cuando Inocencia Alonso, conocida por todos como Chencha, estrenaba su piso recientemente construido en Las Mil Quinientas, un proyecto impulsado por el Instituto Nacional de la Vivienda para responder a la creciente demografía de la ciudad. «Vine para vivir con mi pareja, carnicero. En principio iba a ir para Oviedo, pero él me convenció de que sería mucho mejor venir para aquí. Tengo muy buen recuerdo de esa época, la verdad», rememora Chencha.
Lo cierto es que echando un vistazo a las fotografías aéreas de la época, algunas de ellas recogidas en la muestra 'Las 1.500 de Pumarín. Vivienda y desarrollo urbano en Gijón' que hoy se inaugura en el CMI de Pumarín Gijón Sur, la construcción se asemeja a lo que en la actualidad representa Nuevo Roces. Un ente aislado del resto de la ciudad con serios problemas de conexión con el centro. «El autobús de toda la vida siempre fue el 10, aunque en la época pusieron un microbús para tener más formas de moverse. Al barrio llegaron muchísimos obreros y no muchos podían permitirse un coche», explica.
La construcción de los bloques de edificios comenzó a gestarse en 1953 y, según las crónicas de la época, supuso un desembolso de casi 200 millones de pesetas. Un anuncio publicado en una página de EL COMERCIO, de hecho, se refiere al nuevo barrio como 'Ciudad satélite de Pumarín' o 'Pumarilia', en referencia a la ciudad de Brasilia construida de la nada en esa misma época.
Según recuerda Chencha, a Las Mil Quinientas llegó «clase obrera de la cuenca, León, Extremadura o Andalucía», una mezcla que conformó «un entorno alegre y diverso en el que se respiró un ambiente familiar». Ahora, añade, se ha perdido buena parte de esta familiaridad y de la juventud que caracterizaban al grupo residencial. «Ahora hay más perros que niños», lamenta con una sonrisa.
La confección de la zona dejó una gran torre de veinte pisos, cinco bloques en forma de estrella de catorce alturas y varios edificios de siete y cinco plantas. En total, 1.500 viviendas que se acoplaron al grupo de la Urgisa y precedieron al Carsa, otras dos zonas residenciales que poco a poco fueron dando forma a Pumarín.
La exposición, que se podrá visitar hasta el próximo 21 de enero, también guarda un especial recuerdo por la lucha vecinal que en todo momento estuvo activa para denunciar las carencias del barrio. «De aquella nos reuníamos para fundar la asociación de Cabezas de Familia, que sería precursora de la actual asociación de vecinos. El barrio no se parecía en nada a lo que es ahora», explica Esteban Calleja, presidente de la entidad vecinal Severo Ochoa de Pumarín. El asfaltado, la iluminación y el acceso al barrio fueron las principales demandas durante los 60 y los 70.
Los paneles de la exposición, asimismo, también sirven para recordar a varias de las personas que participaron activamente en el desarrollo de la zona, como el párroco don José, que fue el principal impulsor de la iglesia de Pumarín o del colegio San Miguel.
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