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OLAYA SUÁREZ
Domingo, 11 de septiembre 2022, 02:25
Rico asegura que va a echar mucho de menos su trabajo. Pero sus compañeros lo echarán a él en falta mucho más aún. Se jubila toda una institución de la Policía Local de Gijón: Francisco Rico Gil. Un pilar en la plantilla. Un referente que ha conseguido ganarse el cariño y el respeto a lo largo de las más de cuatro décadas que ha estado subido a la moto en la sección de Tráfico.
«Me voy porque me echan», bromea, recién cumplidos los 65 y con las ganas de trabajar «como el primer día». Llegó a la edad laboral máxima en el funcionariado municipal el sábado 3 y hasta un día antes estuvo al pie del cañón. Ha sido el policía más longevo en Tráfico. Y también de los más carismáticos de la unidad.
«Me marcho con la satisfacción de haber dado lo mejor de mí , siempre procuré hacer las cosas lo mejor que sabía, con los compañeros y en la calle con los ciudadanos. Me voy muy tranquilo y me llevo grandísimos amigos. Más que amigos, familia», valora. Pero no solo deja huella como motorista, también durante los ocho años que estuvo destinado como escolta de la exalcaldesa Carmen Moriyón. «Fue una etapa muy buena, a nivel laboral fue satisfactorio porque trabajar al lado de la alcaldesa fue gratificante, solo puedo tener buenas palabras para ella, es una persona muy cercana, muy dialogante, siempre con un buen gesto y una buena palabra», dice. El afecto es mutuo. Moriyón acudió al último día de trabajo de Rico, cuando sus compañeros le rindieron un cariñoso homenaje al acabar su turno.
Criado en el barrio de Pumarín, llegó a la Policía Local en 1986, tras varios años trabajando en los astilleros. Su padre era policía nacional y la idea de opositar a las fuerzas de seguridad siempre la tuvo presente. Se decantó por la policía municipal y fue «lo mejor» que hizo en la vida. «Primero estuve en Seguridad Ciudadana y al poco tiempo ya pasé a Tráfico, y aquí me quedé», resume.
«He visto cambiar Gijón en todo este tiempo, desde los 80 hasta hoy la ciudad parece otra. Para mejor, claro...», dice mientras recuerda sus intervenciones en el poblado chabolista de la Cábila, en El Llano; la custodia de transportes especiales desde las muchas fábricas que se encontraban en el casco urbano, como Zarracina o Trefilería Moreda; el depósito municipal de la grúa en Poniente o los conflictos de la reconversión naval, que conocía muy bien. «Cuando lo veía desde el otro lado, desde el de la seguridad, me ponía siempre en el lugar de los trabajadores de los astilleros. Los entendía, nunca compartí las protestas violentas, pero habían sido compañeros y quedar sin trabajo y con una familia a la que mantener es muy duro», reflexiona.
Porque si algo le caracteriza, como coinciden en asegurar sus compañeros, es su empatía y su lado humano, que no ha perdido ni siquiera con los sinsabores que da trabajar día a día en la calle durante casi cuarenta años, tratando con lo bueno y lo menos bueno de la sociedad.
Uno de los momentos más trágicos de su vida fue cuando quedó viudo con 45 años y un hijo pequeño (a día de hoy guardia civil). «En ese momento me sentí muy muy arropado por todos los compañeros, esto se convirtió en mi refugio», dice Rico. Y él, con su buen carácter y su simpatía, es refugio para muchos compañeros que saben que a su lado, la sonrisa está asegurada.
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