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El año acabó -o empezó, según se mire- con una polémica más. Esta vez, a cuenta de algo tan aparentemente simple como es tomar las uvas de fin de año. Las decenas de personas que se acercaron a la plaza Mayor se llevaron un cabreo mayúsculo cuando dieron las doce de la noche y allí no se escuchaba nada. Esperaron unos segundos. Nada. Un par de minutos. Nada. El cambio de año entró en Gijón en silencio, sin que nadie se enterase.
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La cuestión, ya de por sí polémica, especialmente para los que se plantaron frente a la casa Consistorial con toda la ilusión del mundo para recibir el 2023, ha tardado poco en convertirse en bronca política. No hacía falta mucho para prender la mecha, pero las explicaciones del gobierno han terminado de caldear los ánimos. Toca buscar culpables y, cuidado al primero que pase por allí que puede acabar señalado. De momento, parece que salvan al relojero, a quien citan en su comunicado pidiendo disculpas. Dice el gobierno que ayer mismo se pusieron en contacto con la empresa responsable del mantenimiento del reloj y «se ha comprobado este mediodía que las campanadas suenan con normalidad y a su volumen habitual. No existe ninguna avería».
Cabe recordar que este año Divertia no organizó ninguna actividad de Nochevieja. Cuando le tocó hacerlo, dispuso de los equipos técnicos, pruebas de sonido y responsables de que todo funcionase correctamente. Bien es cierto que la gerente de Divertia, Lara Martínez, dijo en EL COMERCIO el 28 de noviembre que, a pesar de que no hubiera fiesta organizada por ellos, «habrá campanadas y la hostelería estará abierta». Una garantía, en cualquier caso, que no dependía de su gestión, sino del área de Protocolo.
Pero lo que ha terminado de elevar la tensión fue el comunicado de prensa remitido desde el Ayuntamiento para justificar lo sucedido. « Aunque se habían dispuesto los altavoces de manera que resultasen más audibles en la medianoche del día 31, y al no existir amplificación adicional, cabe la posibilidad de que el volumen del sonido fuese insuficiente para dejarse escuchar entre el número de personas que se congregaron». En esa misma nota el Consistorio también «pide disculpas» y «lamenta las molestias causadas a quienes decidieron celebrar el cambio de año en la plaza Mayor».
El asunto, a comisión
Varios partidos ya han salido a exigir explicaciones. Foro Gijón anunció que registrará en comisión una pregunta acerca de «las razones por las que decenas de personas se quedaron sin poder seguir las campanadas para despedir el año en la plaza Mayor». Desde el grupo municipal dicen que «esperaremos a conocer las razones del fracaso del Ayuntamiento al ofrecer las campanadas para, en su caso, exigir las responsabilidades que procedan ante el lamentable fallo».
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Ciudadanos también saltó ayer a la palestra sobre este asunto. «Lo sucedido solo es una gota más en un vaso que lleva tres años colmado ante la inacción de un equipo de gobierno que, pese a haber sufrido una enmienda a la totalidad, sigue siendo inmune a las críticas y sordo al clamor de la ciudadanía», subrayó la edil Ana Isabel Menéndez. Ciudadanos también ha anunciado que pedirán responsabilidades.
Y desde el PP, Teresa Sánchez, exdirectora del Teatro Jovellanos, consideró que «una vez más este gobierno del PSOE ha demostrado su dejadez, desidia y abandono a los gijoneses. La noche más especial del año, la más alegre y divertida se queda muda, sin campanadas. Gijón, quién te ha visto y quién te ve...».
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Y mientras tanto, los protagonistas, los que se quedaron con cara de perplejidad con las uvas en la mano, coincidían: «fue un chasco». Otros, resignados, preferían tirar de optimismo: «Esperemos que esto no vuelva a ocurrir en 2024». Pasado el mal trago, a eso de las doce y media de la noche, la zona central de la plaza Mayor se fue vaciando y la fiesta, ahora sí, se desplazó a los bares, pero también a un botellón en los soportales de la propia plaza.
De unas decenas de personas se pasó a contarlas casi por centenas. Y a pesar de que no hubo ninguna fiesta convocada desde el ámbito municipal, todo volvió a parecerse mucho a la vieja normalidad, por fin recuperada tras las atípicas nocheviejas de 2020 y 2021. Aunque también volvió la imagen del día después: la del testimonio del incivisimo, con bolsas, botellas y vasos tirados por las aceras. Desde las seis de la madrugada, setente trabajadores de Emulsa trabajaron para recoger los restos del botellón para que Gijón pudiera amanecer, tras un arduo trabajo, como si nada hubiera sucedido. De la fiesta, pues ya se hacen una idea. «Muchas ganas de salir tras dos años. Va a pasar de todo», decía Alejandro Mier. «Beber hasta morir», añadió Miguel Fernández, como su plan ideal para la noche.
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