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Rafael Suárez-Muñiz
Martes, 5 de marzo 2024
Hoy no les vamos a enseñar la calle Corrida, les vamos a enseñar la otra calle Corrida; la que tiene historia e historias, la que tiene enjundia, la que no es una calle genérica análoga a cualquier vía comercial española, la de las aceras del sombrero y de la alpargata, la de las arquitecturas efímeras, la del patrimonio preterido o la de los desfiles. En su día, Patricio Adúriz escribió su Crónica de la calle Corrida, pero esta va a ser la nuestra, la reciente, con otros puntos de vista.
Precisamente, de la que es la calle más céntrica de Gijón, la calle por excelencia, es de la que no conocemos con exactitud el porqué de su apelativo. Lo de que se llame «Corrida» sigue siendo un misterio, seguramente venga de «recorrida», al haber sido siempre la calle más transitada, y por todos los medios de transporte terrestre además, o por el hecho de haber sido una calle corrida (apertura longitudinal con hileras de casas similares). De 1642 se conocen algunas escrituras y en 1670 aparece en algún acta municipal como calle Ancha y Larga de la Cruz de la Huelga. Hacia 1742 ya la llamaban calle Corrida. En un momento dado, entre el 4 de mayo y el 7 de junio de 1892, llevó por nombre calle del Conde de Revillagigedo; se quiso honrar a Álvaro Armada Fernández de Córdoba, el VI conde, poniéndole a este el céntrico vial, al que se opuso enfadado aunque con plausible humildad indicando que ya tenía una calle y una plaza (las del Marqués de San Esteban).
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Lo que seguramente tampoco sepan es que la calle Corrida tenía una entrada física y una salida, y también tuvo tres denominaciones en una, tocaba casi a una por tramo. Por un lado, el famoso arco del Infante estuvo primero situado frente al palacio de los Jove Huergo o de La Trinidad y en diciembre de 1782 se trasladó por iniciativa de Jovellanos a la plaza del Seis de Agosto. Era la única forma de entrar en la villa cuando esta estuvo amurallada.
Por otra parte, la calle Corrida iría de la plaza del Seis de Agosto a la del Carmen; del Carmen a la calle San Antonio se denominó El Bulevar y, otro secretillo más que ha podido adelantar EL COMERCIO gracias al descubrimiento del que suscribe, el actual tramo semipeatonalizado entre San Antonio y Trinidad, era la calle Trinidad aún en la década de 1950. La calle Trinidad tenía forma de T, por tanto. La placa de la calle fue fabricada en el alfar del maestro ceramista Juan Ruiz de Luna en Talavera de la Reina y se puede ver restaurada en el edificio Sarri / Siemens tras haber recuperado su cúpula.
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Hasta 1927, la calle Corrida, además, estuvo cortada; estaba cerrada sobre sí misma y no existía la plaza del Carmen. Había que hacer dos quiebros para llegar a la otra mitad de la plaza y de esta hacia el Muelle no podían entrar vehículos salvo de carga y descarga y el tranvía: era el elegante Bulevar, con arbolado de sombra limitando dos paseos en torno a los cuales se extendían las terrazas, copadas por sombreros, de los cafés burgueses y un andén central para el citado tráfico.
El Príncipe, el Oriental, la cervecería Setién, el Lion d'Or, el Darling, el Imperial que absorbió a estos dos, el Exprés donde el actual Korynto (sito en el bajo del edificio que fue sede y rotativa de nuestro periódico), el Colón-Alcázar, el Petit Bouillon… todos estos cafés estaban en la acera de la derecha. Enfrente estaba el Suizo, el del Club de Regatas, el Manacor-Tivoli y la Maison Dorée (joyería Roibás). Estaba claro cuál era la acera del tacón y la de la alpargata desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. El local que no fuera hostelero era comercial, había peluquerías, camiserías y hasta los inolvidables limpiabotas. Curiosamente, en un café, en el Oriental (actual Popeyes), es donde Melquíades Álvarez, el líder del partido reformista, pronunció un discurso desde el balcón, el 15 de julio de 1915, batiéndose entre el clamor de la calle.
Acercándonos al tramo medio nos encontraríamos con la parada del tranvía junto al actual Tiger, por eso se colocó enfrente, anexo al edificio Telefónica, uno de los primeros relojes urbanos de Gijón (1899), cuyo mástil se halla en el parque de Isabel la Católica. Es ahí donde Corrida estaba cerrada y el tranvía que accedía por Munuza giraba hacia el Bulevar por un espacio de suma estrechez. Había casas muy humildes pero también se levantaban grandes edificios promovidos por nombres propios como Pedro Alonso (iniciales conservadas en la cornisa), que era el cuñado de la marquesa de Argüelles y el titular del suntuoso palacio del cruce de Ramón y Cajal con la avenida de la Costa (actual Unicaja).
Una casa y muchas historias, la de la actual farmacia creada por Justo del Castillo y Quintana antes de 1915. Sigue forrada su esquina con dos cartelas de cerámica de Talavera fechadas en 1921, una hacia Corrida y otra hacia la calleja Carlos Bertrand. Allá por 1884 tenía expuesta el ara romana llamada Fortuna Balnearia. Su cubierta no tenía un tejado: tenía un jardín de estilo victoriano con parterres y arbolado, y un estanque donde tenían un pequeño cocodrilo. Sí, justo ahí, en plena calle Corrida. También fueron pioneros en este país en elaborar yogures de kéfir, algo tan de moda ahora por su capacidad probiótica. En esa misma acera de los impares, posiblemente a la altura del actual edificio imperialista que se abre al Seis de Agosto, vivió el jefe de las tropas francesas durante su invasión (1808). También tuvo su estudio en esta calle el pintor Evaristo Valle, donde hizo algunas exposiciones.
En el edificio bajo de al lado, el del Banesto (actual Mango y antiguo Banco Gijonés de Crédito), podemos admirar la escalera tan bien respetada con el mural tríptico de Mariano Moré y los impresionantes arrimaderos cerámicos que esconde el portal, siempre abierto, firmados por Ruiz de Luna en Talavera. Más patrimonio de la humanidad. Otra curiosidad es que donde está ahora Massimo Dutti estuvo Electrogas, que organizaba firmas de discos, por ejemplo, de Miguel Ríos, y fue la que sufragó la primera pareja de cisnes negros de Isabel la Católica.
Hemos dicho que en el tramo final del bulevar no entraban coches, a no ser que fueran los de la comitiva del rey Alfonso XIII en sus numerosas visitas al Club de Regatas desde 1912 o la reina Isabel II en 1858 o la infanta en 1914. Las únicas mujeres, por cierto, que pudieron acceder al local social de Corrida. Para estas vistas regias se hermoseaba tanto la villa, que Corrida fue objeto de levantamiento de arquitecturas efímeras tales como arcos monumentales.
Cines y llambionadas, este fue el matrimonio perfecto desde 1917 con el Robledo y el María Cristina, o el Roxy y el Hernán Cortés al dar la vuelta hacia Moros. Una suerte de confiterías como La Playa, La Bombonera (enfrente) o Casa Rato (donde estuvo la óptica Navarro) aprovecharon la ubicación de los céntricos cines para emplazarse geoestratégicamente debido a las rutinas espontáneas que se generaban por Corrida. Hasta 1991-1993 hubo cines en el centro, hubo consumo, hubo comercios locales abiertos. También hubo coches. No era peatonal. Que se lo digan a Garci y Ferrandis cuando grabaron entre La Playa y el Robledo cortando la calle ante la mirada sorprendida de los viandantes para que España tuviera su primer Oscar. Pero para la generación de los 90 será inolvidable aquel suelo rojo y blanco para ir saltando de baldosa en baldosa con el único obstáculo de las terrazas que abundaban. Así era y así es la calle Corrida, llena de anécdotas y de secretos, y más que hubo, y más que habrá.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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