Opíparo homenaje

Vino Suárez Inclán a Gijón y le paseamos en carruaje por el muelle y el cerro de Santa Catalina, «bajando al Campo de Valdés (...), a los Campos Ellíseos», donde, en el Casino, le esperaba el opíparo almuerzo preparado -hoy diríamos que era un 'catering'- por la fonda de La Marina. Y decorado para la ocasión. «En los entrepaños había un lienzo representando la entrada del puerto de La Habana y castillo del Morro, otro una trinchera de Candelaria, dos escudos con las inscripciones y recuerdos de Candelaria y Cacarajícara y en el frente el escudo de las armas de España, coronado por la bandera nacional». Quizás para que a Inclán no se le olvidase que en Asturias se le idolatraba por su función militar, esa que ahora, poco a poco, comenzaba a palidecer al lado de su otra vocación: la de historiador.

En el brindis, Suárez Inclán habló, según dijimos, «en muy lisonjeras frases», muy bien del pueblo de Gijón, «cuyas industrias y comercio enaltecen tanto esta hermosa villa, añadiendo que no se consideraba merecedor a las manifestaciones recibidas en Asturias, que nunca olvidaría». Ni nosotros tampoco, aunque muriera doce años más tarde, al héroe de Cacarajícara y Candelaria, hijo ilustre de Asturias, militar de altor y, como buen soldado español, «digno de ser imitado por otras naciones en heroísmo y valor». Así se contó.

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