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Fueron dos oleadas. La primera tomó la plaza Mayor de Gijón según avanzaban las últimas horas de 2024, ese año que pasó hace unas horas a ser cosa del pasado. Las luces navideñas, que perduraban más allá de la medianoche con motivo de la madrugada festiva, enmarcaban un espacio en el que convivían familias, mayores, rapacinos, grupos de amigos y todo tipo de 'looks' festivos. Predominaban los gorros de papá Noel, también las gafas con la fecha del año que empieza, así como los cuernos de reno. Los padres de familia y los abuelos optaban por los típicos cotillones navideños: espumillón enredado al cuello, gorro de cartón con forma de pico y los inevitables matasuegras. Cuando faltaban pocos minutos para las campanadas, se veía llegar a buen paso a los que habían cenado en casa o en algún restaurante de la ciudad y se tiraban a la plaza para la hora de las uvas. Botellas de cava y sidra con vasos de plástico esperaban a que llegase el nuevo año para descorcharse y recibir espumosa felicidad, respectivamente.
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El 'dj' que reinaba en el escenario montado ante la casa consistorial lo tenía claro. Gijón habría de despedir el año 2024 al ritmo de Mecano y su 'Un año más'. Y así, quien más y quien menos, todos hicieron «balance de lo bueno y malo cinco minutos antes de la cuenta atrás», para fagocitar después con mayor o menor elegancia las doce uvas que manda la tradición, al ritmo que marcaba un reloj electrónico y las instrucciones del mencionado 'dj'. Con la número doce todo estalló: las luces del escenario iluminaron aún más si cabía la plaza, se dispararon papelitos de papel y unas llamaradas salieron del escenario, para el jolgorio general. Comenzaron a alzarse las copas, a brindar unas con otras, llegaron los abrazos y, por un segundo, me pareció que no existían los móviles, que todos se habían vuelto un poco más humanos. La ilusión duró poco, porque a continuación comenzaron las llamadas para felicitar a quien no se tenía al lado, los 'selfies' que acompañarían al 'Feliz 2025' de turno y todo volvió a ser como era unos minutos antes, aunque ya estuviésemos en el año de después.
Cuando llevábamos quince minutos de año, empezó a irse la primera oleada, sobre todo las familias con niños pequeños. Algunos dormían ya agotados en sus carritos mientras desfilaban hacia el parking de Fomento, a otros se les veía sobreexcitados, y alguno aguantó todavía un rato más sobre los hombros de su padre o de su madre, que no querían que la fiesta terminase. Mientras los vendedores de gorros, luces y complementos fiesteros intentaban hacer su agosto en enero (¡cómo pasa el tiempo, ayer mismo era diciembre!), llegó la segunda oleada. Todos los que habían comido las uvas en casa fueron rellenando los huecos de los que se iban, hasta que la plaza, a eso de la una de la madrugada, comenzaba a ser una amalgama humana difícilmente manejable. Por las calles que llevaban a ella, desde todos los rincones de la ciudad, llegaban hordas de chavales, muy jóvenes. El 'look' escogido por la mayoría, elegante traje con corbata -alguno con playeros- en el caso de los chicos; vestidín con pierna u hombros al aire en el caso de las chicas. Coincidían todos en estropear su esmerado 'outfit' con un complemento al parecer unisex: bolsa del 'súper' con tintineantes botellas en su interior.
A eso de las dos de la madrugada, el tráfico en Gijón era como el del un día de semana a las diez de la noche, con familias enteras dejando atrás el lugar de reunión de esta Nochevieja, regresando a casa o buscando algún lugar para dejar el coche y tomar una copa. De lo más profundo de los bares salían ritmos de bachata, reguetón y cumbia, mezclados con burritos sabaneros, raphaeles y canciones más festivas, desde la Carrá a los Bee Gees, pasando por aires discotequeros. Una mirada hacia los edificios del centro de la ciudad revelaba más luces encendidas que cualquier otro día a estas horas, y de cuando en cuando, alguna ambulancia, con luces y sirena, nos recordaba nuestra vulnerabilidad. El objetivo, en una noche así, es encontrar tu lugar y disfrutar por unas horas como si no hubiese a haber más finales de año, deseando que el 2025 que nos recibe sea, al menos, un poco mejor que el enrevesado año que se va. Hoy toca llegar a salvo a casa, descansar lo que se pueda o nos dejen y empezar a pensar en la última etapa que nos queda por cubrir de la cada vez más larga Navidad: ya llegan los Reyes, amigos. Feliz 2025.
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