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EUGENIA GARCÍA
GIJÓN.
Domingo, 24 de junio 2018, 02:15
Los maderos se apilaban en la playa de Poniente a la espera de que comenzase la quema. Una pira de cuarenta toneladas de madera, diez metros de altura y ocho de diámetro compartió día despejado con los bañistas pero, a partir del ocaso vio ... como corrillos de jóvenes -y no tan jóvenes- se iban acercando y cambiando toallas por leños para recrear fogatas de distintos tamaños, dispuestos a teñir de naranja la noche gijonesa.
¿Perderse la folixa con tan buena temperatura? Imposible. Mientras en la plaza del Marqués los miembros de Andecha de Cultura Tradicional 'Na Señardá' procedían al tradicional enramado de la fuente de Pelayo, Poniente se iba llenando con las ilusiones de familias y grupos de amigos que se asentaban en la arena. «Vamos sin botellón porque en una fiesta así no hace falta: las clases acaban de terminar, empieza nuestro último verano antes de Bachiller y venimos a quemar los apuntes de Historia para cerrar una etapa y empezar con ganas la siguiente», comentaba Lola Maujo recién llegada al arenal. Según Enrique Álvarez, de 20 años, «no es necesario ni orquesta para pasarlo bien aquí, hay animación suficiente».
Sí había, no obstante, música. Instantes antes de la medianoche, llegó el momento señalado para que las bandas de gaitas Villa de Xixón y Noega calentaran el ambiente con sus notas. Allí bailaban, al ritmo de 'En el pozo María Luisa', Víctor Cases (6 años) y su amiga Sara. No era su primer año pero como afirmaba su padre, Pedro Cases, «seguro que es la primera hoguera que quedará en su memoria». La sonrisa de los pequeños, ya iluminada por las llamas de algunas pequeñas fogueras que crecían repartidas por la arena, era reflejo del ambiente que se respiraba en una playa repleta de gente con ganas de disfrutar.
En las manos de Juan Manuel Humanes, encargado de la empresa pirotécnica valenciana Ricardo Caballer -que también se ocupará de los fuegos de Begoña y el Restallón- estaba inundar de ruido el cielo con pirotecnia que anticipara el encendido, a mano, de la mecha de la hoguera de Poniente, «más grande incluso de las que se ven en Levante». Y por fin, a medianoche, puntual como siempre, los malos augurios comenzaron a arder. «Las cosas malas del año pasado son para quemarlas y empezar un verano mejor», afirmaba John Kall (11 años). Estaba acompañado de su abuela María Gracia Tai, venida de Venezuela nueve meses atrás - «así, divino, divertido, era nuestro país hace unos años», decía con nostalgia-. «Aquí los niños lo pasan muy bien, pero casi mejor los mayores», reía Jairo González, mientras echaba al fuego los apuntes de su hija Daniela.
Un rito ancestral que alarga la noche más corta del año y la llena de buenos presagios, una fiesta multitudinaria en Poniente pero que en Gijón se extiende desde Contrueces hasta Cimavilla, de Mareo a Ceares. En los distintos barrios, las hogueras también brillaban en la clara noche también con fuerza. La de Cimavilla casi dio pena prenderla. Es cierto que después del impresionante barco pirata que encalló en el cerro el año pasado antes de que ardiera era difícil superarse, pero la Comisión de Festejos llevaba quince días trabajando en crear lo que para muchos era «prácticamente una falla», un barco rojiblanco que miraba a la ciudad desde lo alto y frente al que visitantes y gijoneses se retrataban minutos antes de que todo ardiera. En Contrueces fueron también tres las toneladas de madera que ardieron en el prau de la fiesta.
Los vecinos de Mareo acompañaron su gran hoguera con la magia de los fuegos artificiales, mientras que Ceares celebró con similar fuerza la noche en la que la primavera queda definitivamente atrás.
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